Navegantes del tiempo, de Sjón
Nada más allá del horizonte. Nada más allá que historias que contarnos, que narrar al interior, hacia dentro, para luego expulsarlas y compartirlas con los que nos acompañan en un viaje, en el trayecto que pudiera parecer irrelevante, sin importancia, pero que traduce a la perfección ese punto que nos aleja de lo que realmente somos y nos acerca, por el contrario, a aquello que no habíamos sido nunca. Será que las historias, que las narraciones que viajan a través de la voz o de lo escrito se han hecho para compartirse, o quizá que cuando nos olvidemos, por un instante, de nuestra propia identidad, sólo quedarán ellas para anclarnos a la tierra, a través de las raíces que se ramifican y van succionando el alimento bajo el subsuelo. Y allí, en ese eterno descanso en el que nos acostamos mientras nuestros ojos van observando el paisaje que nos acompaña, es cuando una novela como Navegantes del tiempo hace acto de presencia y nos recuerda, de improviso, todo lo que habíamos olvidado, en forma de mitos que sobrevuelan las generaciones y que hacen terminar las noches, despuntar un nuevo día y comprender que lo que importa no es el inicio ni el desenlace, que lo importante sucede allí, en el transcurso del movimiento de un barco que acompañará, a través de las historias y los silencios, a un hombre que se había olvidado de quién era realmente.
Una de las grandes virtudes que tiene la literatura es la de componer obras que nos descubran formas diferentes de contar historias, de llevarnos por los derroteros que quieran las letras. Lo más importante para un lector, por tanto, es llegar a ese punto en el que el descubrimiento y la realidad se unen formando una combinación perfecta entre la experiencia vivida y la emoción que se traslada de las páginas a la piel de quien las sostiene. Navegantes del tiempo asume desde el principio esa pátina de mitología como si fuera el vehículo perfecto para descubrir matices en la realidad que nos idea llevándonos desde el mundo antiguo al moderno, a través de las palabras de una especie de cuenta – cuentos que hace que las palabras rodeen los cuerpos, y hagan agonizar un viaje que, en su principio, parecía tranquilo. Y aunque parezca contradictorio, eso es lo que subyace en la lectura de este libro de Sjón, la tranquilidad de los momentos que, asomados por las barandillas del barco en el que nuestro protagonista se traslada en su viaje, observando los fiordos que, amenazantes, parecen estar dispuestos a tragarse en el hielo los pensamientos que alberga en su interior. Será ahí donde se encuentra esa maravillosa parábola en la que lo clásico y lo moderno se unan en una especie de bálsamo contra ciertas heridas que recubren la piel, pero son invisibles.
Hay que decir una evidencia, pero siempre he creído que las obviedades, por serlo, acaban olvidándose. Nórdica sabe lo que hace, lo edita con el mimo necesario, y nos descubre otras formas de contar historias, de narrar y de que los lectores veamos un mundo diferente, algo que va más allá de lo ya establecido, porque en esa diferencia, en la pequeña rareza que puede llegar a ser Navegantes del tiempo, la literatura abre sus puertas y parecerá que es la primera vez que nos encontramos ante un libro. Puede parecer exagerado, puede que yo me haya convertido en alguien que ama demasiado el hablar de los libros, pero en cualquier caso, este pequeño tesoro que ha escrito Sjón me reconcilia con ese afán que tengo de encontrar historias nuevas, autores nuevos, visiones nuevas de un mismo mundo que nos puede parecer repetido hasta la saciedad. Y es que los viajes, como el que aquí sucede, se convierte al final en una especie de encuentro, en una conversación susurrada que será llevada, a través de un viento demasiado helado, por las letras de una novela que tiene el afán de clavarse en un hueso, e invadir, poco tiempo después, todo lo que forma parte de nosotros.