Parque Gorki, de Martin Cruz Smith

Parque GorkiLos buenos libros, además de las cualidades que le son propias a cada uno de ellos, tienen en común una gran virtud: despiertan la curiosidad por otros buenos libros. En este caso, la lectura de El niño 44 me inspiró el deseo y la necesidad (cualquier bibliófilo entiende este término) de leer Parque Gorki, libro que algunos críticos señalaban como anterior a aquel otro en una misma línea temática, vocacional -de denuncia- y cualitativa. Ahora, acabada ya su lectura, queda claro para mí que Parque Gorki es un perfecto ejemplo y demostración de algo que los lectores vocacionales saben muy bien: cualquier libro puede ser eso que se llama alta literatura. Cualquier libro -sí, hasta los vituperados e injustamente criticados superventas, thrillers y novelas policíacas– puede ensanchar los horizontes de aquel que, despojándose de prejuicios y  de creencias ignorantes tomadas en préstamo sin ponerlas en tela de juicio, les dé una oportunidad; puede ayudar a abrir nuestro foco mental; puede proporcionarnos conocimiento sobre el alma humana; puede asombrarnos; puede obligarnos a ejercitar nuestra mente en modos y maneras desacostumbrados y estimulantes.

Parque Gorki aúna varios niveles de lectura, interpretación y disfrute. A un nivel superficial, narra la aventura del investigador moscovita Arkady Renko, tan brillante en su profesión como desafortunado -o desacertado- en el escalafón social y político, donde no ha sabido reinvertir bien su talento ni sacarle réditos como aquellos de los que disfrutan otros ejemplares miembros del Partido Comunista. Renko se hace inmediatamente simpático, tal vez porque es el antihéroe noble arquetípico, como iremos comprobando a medida que transcurra la lectura. Renko debe encargarse de un triple asesinato cometido en el emblemático parque Gorki. La investigación pronto lo conducirá por los derroteros no sólo del crimen y de un horrible asesinato con desprecio total por la vida y la dignidad humanas, sino de la corrupción, la podredumbre orgánica del aparato del estado soviético y de todas sus instituciones, la deslealtad y las pasiones más bajas que puede alentar el alma humana. A medida que se enfrenta a situaciones cada vez más desafiantes y reveladoras, Renko se irá dejando la piel, desnudando para el lector su espíritu totalmente noble, totalmente entregado, totalmente leal y trágicamente inocente, a pesar de todo.

En los tardíos 80, la Unión Soviética ya era un gigante herido de muerte; atendiendo a esta lectura, Parque Gorki es su acta de defunción, o, más precisamente, el informe de su autopsia. La tesis final de Martin Cruz Smith es clara, y el autor no nos la regatea. La ambientación del triple asesinato de tres jóvenes en el parque Gorki es toda una declaración de intenciones. Dado que

[l]a ciudad contaba con parques más grandes donde dejar cadáveres: Izmailovo, Dzerzhinsky, Sokolniki. El Parque Gorki tenía sólo dos kilómetros de largo y menos de un kilómetro en su punto más ancho. Sin embargo, era el primer parque de la Revolución, el parque favorito. Hacia el sur, su extremo angosto llegaba casi hasta la universidad; hacia el norte, sólo una curva del río impedía tener una vista del Kremlin. Era el sitio al que todos acudían: los empleados de oficina, a comer su almuerzo; las abuelas, a pasear a los bebés; los novios, para verse. Había una noria, fuentes, teatros infantiles, caminillos y pabellones ocultos en el terreno. En invierno había cuatro campos y pistas de patinaje.

Colocar tres cadáveres mutilados, despellejados y cosidos a balazos, en el jardín del amor, la belleza y la diversión soviéticos constituye una metáfora tan eficaz como cualquiera otra, pero, por supuesto, el alegato de Parque Gorki va muchísimo más allá.

El desmoronamiento de la URSS sólo terminó cuando todos los libros de historia y todos los noticiarios lo dijeron; había empezado mucho antes, dice Martin Cruz Smith en Parque Gorki, y la defunción se produjo por una larga enfermedad totalmente endógena y de causas tan humanas como prevenibles en su origen, sólo que fuera de control ya a estas alturas. Parque Gorki radiografía la sociedad, la clase política, el poder establecido y el poder en la sombra, la verdad de la vida y la supervivencia en el supuesto paraíso de los trabajadores y en su corazón, Moscú, con una veracidad y una crueldad poco comparables con cualquier otra novela e, incluso o sobre todo, con cualquier aséptico libro de historia contemporánea. La precaria situación de los verdaderos trabajadores; los océanos de diferencia entre un moscovita y otro ruso cualquiera y entre un ruso cualquiera y un armenio, un uzbeco, un lituano o un ucraniano;  la tozuda realidad del crimen rampante, burdamente ocultada bajo una capa de palabrería propagandística; la proliferación de los nuevos aristócratas y millonarios venidos a más al calor de la corrupción, la burocracia, el complicado aparato institucional, el robo, los juegos de poder, el chantaje y el enchufismo… son sólo algunos de los cuadros poco menos que dantescos que Martin Cruz Smith nos da a conocer a través de las vicisitudes de sus personajes.

Y esa tragedia, la de un estado y un proyecto utópico que fracasaron porque la naturaleza humana no está a la altura de esa utopía, no podía tener un héroe más apropiado y más admirable que Arkady Renko, un investigador soviético, un miembro del Partido que debe aguantar los reproches de su mujer por no haber aprovechado su posición para escalar hasta la élite, un hijo casi repudiado por su padre por razones muy parecidas, y un detective que lo es porque ama la verdad y la perseguirá a costa de echar todo lo demás por la borda. Renko es un personaje de talla insuperable, casi mitológica; es un idealista melancólico, porque sabe que su lucha está condenada al fracaso ya que es, además, un idealista realista que sabe contra qué y quiénes se la juega; y ese conocimiento irá creciendo a medida que sus enemigos vayan mostrando sus cartas.  Y, sin embargo, en la misma proporción en que Arkady va desnudando la cruda realidad y perdiendo así todo lo que hace que el mundo lo tenga aún en cierta estima, va ganando en dimensión heroica y va ganándose así nuestro corazón.

Parque Gorki es, además de ese informe de autopsia que hemos descrito brevemente, un thriller palpitante y emocionante, escrito en Estados Unidos pero ambientado en la URSS, protagonizado por soviéticos y visto desde su lado de la barrera, cosa harto exótica en la época en que se publicó por primera vez. Pero su originalidad mayor radica en su capacidad para despojar el crimen -novelado o real, ¿acaso hay alguna diferencia?- de su halo épico, de su aparente complejidad, para mostrarlo tal como es en realidad: un acto malvado inspirado por una cualquiera de las más bajas pasiones del ser humano. Nada menos y nada más. Una vez eliminadas las aparentes capas que envuelven el hecho criminal y lo convierten en algo aparentemente muy intrincado, difícil de desentrañar y de comprender, Parque Gorki nos lo muestra en toda su deprimente desnudez. A diferencia de la mayoría de thrillers, que parten de un hecho horrendo pero muy simple para acabar con una explicación complicada y heterogénea, muy alejada de la vida cotidiana de cualquier lector normal, Parque Gorki hace lo contrario: nos sitúa -muy hábilmente – en un contexto harto complejo, de peliagudas relaciones internacionales, secretos gubernamentales, tejemanejes de agencias de inteligencia estatales, espionaje y contraespionaje, discursos y diálogos casi cifrados para salvaguardar el propio pellejo, etc., para acabar recordándonos, una vez más, que el asesinato, el peor de los crímenes, es algo terriblemente banal.

Deslumbra asimismo y merece comentario aparte la arquitectura de Parque Gorki. La novela está dividida en varias partes y transcurre en dos escenarios principales, y cada bloque tiene su propio misterio, sus propios trucos y su propio ritmo, que se torna vertiginoso en el bloque final. Sin embargo, por encima aun de esas divisiones, destaca el hecho de que la organización de la novela imita y refleja lo que le sucede a nuestro protagonista, Arkady Renko, en su relación con sus enemigos. Y es que Parque Gorki es, en realidad, la descripción de una lucha entre opuestos que, por serlo, se necesitan mutuamente y se definen merced a la existencia del otro, en una lucha antagónica que no necesita casi de más argumentos externos para seguir adelante hasta el final. Y la propia estructura de la novela reproduce ese juego de espejos, pues el final no es más que el reflejo del inicio, aunque un reflejo perfeccionado, pues pocas veces he tenido el placer de leer un colofón tan hermoso, tan perfecto y tan significativo como el que corona esta excepcional novela, cuya brillantez en ningún momento queda deslucida por las ocasionales incorrecciones y desajustes de traducción, en algunos casos más molestos que en otros.

1 comentario en «Parque Gorki, de Martin Cruz Smith»

Deja un comentario