Ruega por nosotras

Ruega por nosotras, de Consuelo García del Cid Guerra

ruega-por-nosotrasMe considero en la obligación de lanzar un aviso a navegantes antes de comenzar a escribir esta reseña: la escribo profundamente conmocionado tanto por el contenido del libro, Ruega por nosotras, como por el clamoroso hecho de que ni yo ni la mayor parte de los españoles de mi generación tuviésemos la menor noticia de que lo que en él se cuenta. Y probablemente me indigne más esta segunda parte que la primera, porque la capacidad de los hombres para hacerse daño es una constante en la historia dentro de la cual poco espacio hay para la sorpresa, pero el desconocimiento del propio pasado es imperdonable.

Leí ruega por nosotras a continuación de Las desterradas hijas de Eva, el anterior ensayo de la autora, Consuelo García del Cid Guerra, lo que es un acierto porque si se me permite la imagen son ambas notas de un mismo grito. Un grito indignado, claro, que no nace sólo de un trabajo de investigación sino de una experiencia propia y de muchas más compartidas, pero al tiempo un grito limpio, honesto. Porque en las páginas de ruega por nosotras se da voz a quienes comparten las tesis de la autora y a quienes no lo hacen, a versiones personales y a las versiones oficiales de los mismos hechos. Todo ello sin que se pierda un ápice del compromiso inevitable desde el que la autora afronta la obra, al contrario, el efecto de los otros puntos de vista y sobre todo el de la sinceridad de la autora refuerza notablemente la impresión que en el lector causan los hechos. Que no todos se comportaran igual significa que era posible hacer las cosas de otra manera. Me explicaré.

Consuelo García del Cid Guerra narra la historia del Patronato de Protección a la Mujer, institución que durante el franquismo velaba por el sostenimiento de las “buenas costumbres” y los valores morales nacionalcatólicos en las mujeres. Principalmente las más desfavorecidas, pero no sólo ellas. Y verán, a menudo cuando se tratan temas de memoria histórica se recurre al lugar común de que eran otros tiempos, otra manera de pensar, en fin, una sociedad diferente. Pero antes de que caigan en la tentación de acusar a la autora de revisionista, quisiera decir dos cosas. Una es que las historias que se cuentan en ruega por nosotras son historias reales contadas en primera persona por sus protagonistas, y como tales son inapelables. La segunda y más importante es que lo que verdaderamente asusta de lo narrado no son los objetivos que se persiguen ni la moral obligatoria que se intentaba imponer, de eso poco nuevo se puede decir, lo terrorífico es lo que se hace incluso más allá de esas normas morales y legales que incluso en aquella época regían. Porque sí, con ojos de hoy en día es inconcebible que se encierre a mujeres (debería decir niñas por no faltar a la verdad) en un régimen penitenciario por faltar a clase, por pasear cogidas de la mano, por tener fama de ligeras de cascos, por quedarse embarazadas, por ser rebeldes (por no hablar de aquellas cuyo delito fue sufrir abusos dentro de la familia), pero con ojos de la España franquista tampoco eran admisibles, al menos oficialmente, la explotación laboral, el confinamiento en condiciones infrahumanas, el enriquecimiento ilícito, el robo de bebés, el tráfico de seres humanos, o en fin, tantos comportamientos abiertamente delictivos que encontraban amparo en estas instituciones. Si quieren una prueba de que esos actos eran intolerables, no se me ocurre otra mejor que el hecho público y notorio de su ocultamiento. Si tan orgullosos estaban los rectores del patronato de esos comportamientos delictivos habrían presumido de ellos: “traiganos a su hija díscola y le haremos trabajar como una mula sin recibir sueldo alguno, le daremos bazofia para comer (no se preocupe si la vomita que le haremos tragar el vómito), le haremos ducharse con agua fría y en caso de que esté embarazada le quitaremos al bebé para dárselo a una familia mejor”. No, no era eso lo que vendían sino “nosotros haremos que la pobre descarriada vuelva al buen camino, le daremos una segunda oportunidad”. Obviamente hubo quien lo consiguió, quien superó la experiencia e incluso quien la recuerda con cariño, pero hay muchas mujeres, niñas entonces, a las que se destrozó la vida y no sólo no han recibido una disculpa sino ni tan siquiera el reconocimiento de que lo que ellas vivieron ocurrió de verdad. Consuelo García del Cid Guerra no trata sólo de quitarnos la venda de nuestros ojos del siglo XXI, sino que trata de evitar (y lo logra) que en su lugar nos pongan una del XX para que creamos que con los parámetros morales de la época era algo normal y admitido. No lo era. No lo es. No puede serlo.

Lo curioso es que estas instituciones no son una exclusiva hispana, todos no hemos emocionado con historias similares ambientadas en Irlanda, por poner un ejemplo. La diferencia es que allí (o en Suiza o Alemania) se han investigado y se ha tratado de cerrar la herida. No se trata sólo de que las víctimas lo merezcan, se trata de que lo necesitan. Y el país mismo también.

No en todas las casas del patronato se obraba igual, lo dije antes, el hecho de que haya testimonios diferentes de los de las víctimas no desautoriza el suyo, al contrario, lo refuerza porque implica que había casas, órdenes religiosas, personas en definitiva que aun perteneciendo a una institución a nuestros ojos completamente ilegitimada para hacer lo que hacía, lo hacía con la dureza propia de la época pero desde una cierta humanidad. Era posible hacerlo sin caer en el maltrato, la inanición, la explotación laboral o el robo de bebés por lo tanto quienes así lo hicieron, quienes afrontaron su tarea desde posiciones no sólo inmorales sino abiertamente delictivas, lo hicieron desde su propia voluntad y por tanto desde su propia responsabilidad.

Aunque si hablamos de responsabilidad la primera es la del Estado, lógicamente, por permitirlo, ampararlo y fomentarlo entonces y por ocultarlo ahora. Pero hay más responsabilidades, las familiares en primer lugar y las de todas aquellas personas que, pudiendo, no hicieron nada.

En un ensayo sobre México leí lo siguiente: si quieres llegar a la verdad, persigue el dinero. Ante historias como éstas, en el mejor de los casos, solemos quedarnos en la terrible dimensión humana de lo denunciado, sin embargo Consuelo García del Cid Guerra da o al menos insinúa un paso más, uno muy necesario que debe ser andado: la pista del dinero. Porque esto no era una cuestión moral, era un negocio y uno muy lucrativo. Porque en los talleres del patronato se tejían prendas para grandes almacenes o se hacían cajas para marcas punteras, y en muchas de ellas (no en todas) se hacía en condiciones de esclavitud. Porque los niños que se robaban no se regalaban. Porque hubo gente que supo convertir el sufrimiento ajeno en beneficio económico. Y debe saberse quien, cuando, cuanto y como. De lo contrario seremos una sociedad incapaz de mirarse al espejo.

Mujeres adultas de hoy que pasaron encarceladas décadas de su vida merecen poder mirar a atrás sin miedo a recordar porque se sepan acompañadas en su dolor, y eso hoy no ocurre. Aquellas que lo han superado seguramente ya sepan volver la vista y poder decirse a sí mismas que no eran locas, ni putas, ni delincuentes, pero les debemos la paz de poder mirar y hablar de ello con la seguridad de que los demás también sabemos que no fueron ni locas, ni putas, ni delincuentes, sino víctimas de un sistema atroz, inhumano y de una hipocresía social que aún no hemos superado. El apoyo a las víctimas es una cuestión que se sitúa más allá de la ideología, la religión o la moral de cada uno, este no es un libro escrito contra  nadie sino junto a muchas personas que merecen un reconocimiento y un respeto que a día de hoy, incomprensiblemente, no tienen.

Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es

 

2 comentarios en «Ruega por nosotras»

  1. muchísimas gracias por tan profunda reseña, gracias en nombre de miles de mujeres que pasamos por los centros del Patronato por difundir la memoria.

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