Si su luz se apaga

Si su luz se apaga, de Rober Lago

si su luz se apagaHay ocasiones en las que, entre ese mundo de luces y sombras en las que se mueve el mundo editorial, una especie de destello destaca sobre los demás por algo en concreto. Puede ser por su forma de escribir, por lo provocador de su propuesta, por un pequeño detalle que haga que toda la historia se convierta en imprescindible o, simplemente, porque uno ha tenido la sensación tan buena de haber leído algo que, no hay que negarlo, sorprende en un primer momento. Y sorprende porque se queda instalado en el cerebro un pensamiento que va moviéndose de una parte a otra y que casi no te deja descansar: el sentimiento de que lo que has estado leyendo es imposible que sea la primera novela de alguien, que estás ante alguien que ya lleva a sus espaldas algo mucho más una historia editada en papel, que la experiencia te dicta que lo que acabas de leer es francamente bueno, que lo merece, y que si de ti dependiera, después de haberlo leído, comprarías sin dudar una y otra vez. Hay un elemento que se dice poco en las reseñas y es el cansancio que, a veces, provoca la lectura cuando no das con lecturas que te sorprendan de alguna forma. Por suerte, o quizá no sea eso, puede que en realidad sea sólo cuestión del buen hacer de un autor como Rober Lago por el que uno se encuentra delante del ordenador escribiendo unas líneas e intentando decir, sin ser demasiado escueto, que hay que darle la enhorabuena por haber construido una historia que te sumerge en partes de nosotros mismos que, por oscuridad o simple negación, no creíamos que existieran.

Isaac no ha tenido una vida fácil. Huérfano, criado en un centro de menores, y con una profesión que sólo le permite tirar adelante a duras penas. Todo cambia cuando un día ve, sin pretenderlo, un ajuste de cuentas, y acaba convertido en lo que se conoce como “sombra”. Descubrirá entonces que hay algo mucho más grande de lo que pensábamos que era real, otra forma de ver la realidad que hará que su mundo no vuelva a ser el mismo.

Uno se pregunta muchas veces cómo, tras leer un libro, es posible que su autor haya tenido que recurrir a la autopublicación para darse a conocer. Bien sea por su estilo o por la historia que guardan unas pastas blanda, el caso es que uno tiene una especie de enfado cuando piensa en la oportunidad que debieran darle a alguien que está empezando y que tiene una novela que merece realmente la pena. Si su luz se apaga a caballo entre la novela policíaca y la ciencia ficción más clásica, emplea toda la potencia de ambos géneros para llevarnos a una reflexión constante sobre las decisiones vitales que realizamos en nuestra vida y que se convierten, para bien o para mal, en las losas que acarreamos a lo largo de nuestra vida. Todos sabemos que escribir un libro no es nada fácil, pero todavía lo es mucho menos escribir un libro bueno con el que llegues acompañado a la última página y acabe revelando la satisfacción del lector al llegar al punto y final que, como siempre digo, se convierte en un nuevo comienzo porque aún nos queda viaje por recorrer, nos quedan kilómetros y kilómetros de conversaciones en las que establecer aquellas opiniones, aquellas reflexiones sobre lo que hemos leído, y sobre lo que esa novela – en concreto esta de Rober Lago – ha generado dentro de alguien. ¿Cuál es el resultado? Una mezcla entre añoranza, adrenalina acumulada en los dedos al coger el libro, alivio ante los acontecimientos y cómo se desarrollan, y esa calma placentera que da haber tenido entre tus manos una buena historia de la que poder hablar.

Si yo, como redactor, hiciera un análisis pormenorizado de la novela y tuviera que hablar de la parte más técnica diría lo siguiente: un personaje como Isaac, tan bien construido, lleno de toda esa pasión que revienta en el propio cuerpo, es un acierto por la cantidad de palabras que ha podido encadenar el autor y hacernos sentir así, Lucía o Marcos, como compañeros de fatiga o de la simple vida que se escapa entre los dedos, ponen el punto exacto de balance entre las decisiones tomadas y en los errores cometidos, Sebastian con su voz de conciencia tardía hace que nos planteemos, siempre, lo que está por venir y lo que podemos conocer. Si, además, fuera un poco más allá y hablara de la forma de escribir de Rober Lago tendría que decir su rapidez, su energía, el dinamismo de un escritor que se sabe con una buena historia y que la vive en cada puntuación, en cada frase, en cada nuevo capítulo, da al lector esa sensación de querer más a pesar de que eso implique que el libro se acabará más pronto que tarde.

Pero Si se apaga su luz es mucho más que una explicación técnica de sus elementos, porque lo importante es el todo, lo que implica conocer esta obra, lo que supone descubrirla entre el montón ingente de novedades, esa sensación de estar ante algo bueno, con todo lo simple que eso parece, pero que tan complicado es de describir en realidad. Porque la realidad se impone de la forma más absoluta y, al fin y al cabo, esto es lo mejor que puedo decir de la novela: hay que vivirla, sino, os habréis perdido algo grande. De verdad.

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