Un animal es una persona, de Franz-Olivier Giesbert

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Ser animal, hace unos años, era sinónimo de estar abocado a convertirse en pasto de la poca ética y del maltrato humano. Obviamente, estoy generalizando, pero casi todo el mundo que empiece a leer esta reseña entenderá por qué lo digo. No hace tanto, las políticas que decidieron enfrentarse a la forma en la que tratamos a los animales eran, por denominarlas de alguna manera, bastante débiles para preservar la naturaleza de los animales. Y digo bien el término, naturaleza, porque es muy probable que, por aquellos tiempos, nos olvidáramos de que ellos también eran seres que sentían – y sobre todo, padecían – lo que nosotros queríamos que pasara. Por eso cuando vi el libro de Franz-Olivier Giesbert, atendiendo además a mis creencias sobre la defensa de los animales frente al maltrato animal y a ser tratados con toda la dignidad que se merecen, no tuve más remedio que empezar a leer. Y ante mí se abrieron de repente las palabras de un hombre que amaba a los animales, que los sigue amando, y que pone en el fango a la humanidad que ha intentado siempre creerse por encima de esos seres de los que se dijo que no tenían alma, que no tenían capacidad de sufrimiento y que ni siquiera tenían capacidad de razonar. Nada mejor para entender que, en la historia de la humanidad, precisamente somos nosotros los que hemos carecido de muchas de esas aptitudes. Una paradoja que está empezando a cambiar.

Un alegato en defensa de los animales. Una palabras lo que los animales significan en una vida. Un grito en forma de palabra sobre la situación actual de aquellos que no hablan para poder quejarse como debieran.

El siglo XXI trajo muchas cosas buenas a nuestras vidas. Una de ellas: la conciencia de que algo estábamos haciendo mal Un animal es una persona nos enseña muchas cosas, pero para mí la más importante es el viaje que los animales han hecho, desde que tenemos constancia de su existencia, al lado de los humanos. No hay que olvidar que, intentando hacer un alarde de separarse de las ideologías, la teoría de la evolución nos viene a decir que todos procedemos del mismo origen. ¿Por qué entonces los humanos hemos decidido separarnos de aquellos que siempre han estado con nosotros? Franz-Olivier Giesbert contribuye aquí a poner el foco en el afán de eliminar las ideas preconcebidas, proponiéndonos dos partes bien diferenciadas en este libro: la primera, lo que significaron los animales en su vida, en la intimidad, en ese recinto particular que todos tenemos; la segunda, en denunciar las prácticas que, en los mataderos, se hacen en Francia pero que podrían trasladarse a cualquier parte del planeta que, y este es el contrasentido, se llama civilizada. ¿Cómo es posible que nos llamemos civilización si no sabemos tratar como se debiera a los animales?

No he pretendido nunca dictar dogmas, hacer que la gente se una a lo que escribo como si fueran seguidores acérrimos de algo con lo que, en su interior, no está de acuerdo. Pero Un animal es una persona nos anima, quizás con demasiada repetición en su parte final, a probar algo a lo que el ser humano no ha prestado demasiada atención en los últimos años: el sentido común. Y cierto es que se ha adelantado mucho en ciertos aspectos, pero poco importa si las leyes – aunque no sea la política y la justicia la responsable total del conflicto – avanzan, si las personas no somos capaces de, como bien dice Franz-Olivier Giesbert de mirarse a uno mismo y entender que ellos, los animales, son tan personas como nosotros y nadie quisiéramos que nos trataran con la crueldad con las que inventamos forma de matarlos. ¿Quién puede decir, hoy en día, que los animales no tienen capacidad de sufrimiento? ¿Hay alguien con tan poca sensibilidad? Desgraciadamente, los hay. Y la batalla continuará siempre, eso por descontado, para que abrir los ojos, como lo pretende este libro, sea una cuestión de obligado cumplimiento.

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