Una misma noche

Una misma noche, de Leopoldo Brizuela

Una misma noche

La memoria se parece a una serpiente: se agazapa en un rincón, esperando, anhelando el momento en que saltar sobre nosotros y mordernos. Por eso el cerebro olvida, o intenta hacerlo. Pero hay momentos en los que un simple detalle, un simple acontecimiento, desbarata todos nuestros planes, nuestro olvido, para volver a ponernos delante una imagen que creíamos olvidada. Es por eso que “Una misma noche” es el juego del gato y el ratón, en el que nosotros, irremediablemente, saldremos perdiendo.

Dos épocas. Dos años. Pero un mismo incidente va a hacer que el escritor Leonardo Bazán, tenga que escribir sobre ello, llegar a la raíz de ese secreto que ha permanecido guardado en su mente desde entonces. Será en ese momento cuando se dé cuenta de que es muy diferente querer saber la verdad y saberla. Porque la mentira que nos contamos, es mucho mejor que el horror de la verdad.

Lo que parecía una historia lineal, una historia en la que un suceso pequeño como lo es un robo en una casa desestabiliza a una familia, ha resultado convertirse, de la mano de Leopoldo Brizuela, en un ejercicio de estilo, de novela de las grandes. Un retrato de la dictadura en Buenos Aires, una imagen perfectamente enmarcada de la desgracia, del horro, de la vida misma, con sus juegos de sombras incrustadas en el mundo de la luz. “Una misma noche” es una trampa donde caes en cuanto empiezas a leer sus páginas, un entretenimiento, una tela de araña que remueve el pasado para enfrentar el presente, un juego sobre el perdón, una adivinanza llena de recovecos por los que perdernos, para poder encontrar la solución a la verdad (aunque ésta no sea la que nos gustaría). Porque Leopoldo Brizuela no nos regala nada, no se trata de un caramelo dulce, tampoco amargo del todo. Porque en las mejores historias, hay ese arranque de dolor que suponen las heridas mal cerradas, y la del protagonista lo es. Estamos ante un laberinto de traiciones, una fotografía enfocada de lo que debieron ser aquellos años en los que hablar, no más de la cuenta, sino simplemente hablar, te podía llevar a desaparecer, a tener que ser recordado como un fantasma que desaparece y sigue vagando por las paredes de la casa. Y es que la memoria no es sólo una serpiente, sino también un martillo, que una vez instalado en la cabeza, sigue dando golpes para que la hagamos caso.

Es increíble cómo “Una misma noche” te recoge en sus fauces, abre su boca para dejarte pasar libremente, para después atraparte sin opción de salida. Pero siempre hay una chispa de esperanza, de esa necesidad que tenemos por creer que una vez sacada a la luz la verdad, nos sentiremos libres de seguir nuestro camino. Pero, ¿y si no es así? Agradezco a Leopoldo Brizuela su entusiasmo, su crudeza, sus ganas de contar historias, y su pasión, su pasión por entregarnos a los lectores una novela sobre el miedo, sobre las vidas que se truncan en un momento, cortadas por una ideología absurda, por un movimiento que no ayuda a avanzar sino que atrasa, como lo son todas las dictaduras. Y por hacer patente que, aún hoy en día, se siguen dando injusticias que no deben quedar en un segundo plano… que tienen que salir a la luz.

Porque no importa si el viaje lo continuamos con brújula o sin ella, no importa si nos detenemos a mirar el camino o no, porque en realidad, será la verdad la que nos haga el trabajo duro de aceptar que, al final, estamos perdidos.

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