Agnes Grey, de Anne Brönte

Agnes GreyTres eran las hermanas Brönte: Charlotte, Emily y Anne. Pero en el olimpo de los libros inolvidables solo suelen mencionarse las obras de Charlotte (Jane Eyre) y de Emily (Cumbres borrascosas). Y eso que la pequeña, Anne, fue la primera en publicar un libro: Agnes Grey. Pero esta vez, ser la primera en abrirse paso no le sirvió para ocupar un puesto de honor en la literatura universal.

En el centenario de Emily Brontë (1818-2018), Alianza editorial recupera estas tres obras, las más representativas de las hermanas Brönte, además de El sabor de las penas, de Jude Morgan, donde se relata la aciaga existencia de esta talentosa familia. Y yo, que había sido tan olvidadiza como la historia de la literatura, he aprovechado la ocasión para descubrir a Anne Brönte, la única de las hermanas que me faltaba por leer, tras haber disfrutado muchísimo hace años con las obras emblemáticas de Charlotte y Emily.

Agnes Grey es la protagonista de esta historia y la que da nombre al libro. Hija pequeña de un clérigo del norte de Inglaterra, siempre ha vivido especialmente protegida por su familia. Pero cuando cumple dieciocho años, su padre comienza a sufrir aprietos económicos y ella decide abandonar el hogar para trabajar y ayudar a su familia en lo posible. A lo largo de las páginas de este libro, nos relata en primera persona sus vivencias como institutriz. Y lo hace interpelando a los lectores, a los que les reconoce que les está confesando pensamientos que no se ha atrevido a contar ni al amigo más íntimo.

La primera parte del libro —y, para mí, la mejor— cuenta su experiencia en la casa de la familia Bloomfield. Los niños, mezquinos y odiosos, ponen su paciencia al límite día tras día, al igual que los padres, indolentes y consentidores. Pero Agnes Grey no se amedrenta y emplea prácticas al puro estilo Super Nanny, lo cual me resultó sorprendente. No olvidemos que la obra fue escrita en la primera mitad del siglo XIX. Pero es que Agnes Grey rompe la imagen, o los prejuicios, que tenemos sobre las mujeres de esa época, haciendo un despliegue de reflexiones pedagógicas y feministas propias de la actualidad.

Durante esa primera parte del libro, el personaje de Agnes Grey me cautivó por completo, hasta tal punto que fantaseé con la idea de que no hubiera trama de amor en ningún momento. Pero sí, la hay, y cuando la historia se centra en ese aspecto, durante su estancia en la segunda casa donde ejerce de institutriz, mi interés decayó. Y eso que construye un enamoramiento pausado y realista, con el que es fácil empatizar, pues muestra las inseguridades y emociones propias de esa experiencia. Pero, desde mi punto de vista, ahí es donde pierde la batalla contra las obras de sus hermanas, ya que la historia de amor de Agnes Grey no es tan memorable como la de Jane Eyre y Rochester, ni mucho menos como la de Catherine y Heathcliff.

Pero como no está bien hablar siempre de Anne Brönte comparándola con sus hermanas, olvidad la frase anterior. La comparación me parece injusta sobre todo ahora que he leído a Anne Brönte. La pequeña de las Brönte fue grande por sí sola y hasta se le consideró inapropiada por lanzar ideas revolucionarias, lo que dice muchísimo en su favor. Así que quienes sintais predilección por la narrativa victoriana no deberíais perderosla, como tampoco aquellos que busquéis una vuelta de tuerca en la literatura de aquella época. Sea como sea, Anne Brönte será todo un descubrimiento.

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