Apaches

Apaches, de Miguel Sáez Carral

ApachesNo somos nada y lo somos todo. En un instante, como si se tratara de una pequeña piedra que sale rodando cuesta abajo, nuestra vida puede cambiar y convertirnos en algo que no habíamos pensado que seríamos. Cambiar de capítulo y observar que las páginas nos han hecho cambiar de rumbo y que ya nada vuelve a ser lo mismo. Nosotros no lo sabemos, pero ese punto de inflexión, ese caer del precipicio y estamparnos contra el suelo, es lo que nos hará despertar del letargo de la cotidianidad. Avanzar o retroceder, da igual, lo que se ha alterado ya nunca podrá volver a ser lo que fue en su momento. Apaches es como el humo que queda tras el disparo, como la puerta del armario que se queda abierta enseñando las intimidades, es como una caja que se encuentra tras largo tiempo perdida. Es lo que necesitamos, pero que nos da miedo reconocer. Porque en el interior de cada uno existe una dualidad, existe una cara y una cruz, y elegir el lado que nos define sólo está en nuestra mano. Porque no hay caminos de baldosas amarillas, aquí lo que hay es asfalto que tragarnos. Y así, según los capítulos avanzan y llegamos al punto y final, nos daremos cuenta que lo que nos encontremos nos ha formado, nos ha creado, nos ha devuelto a aquello que no debimos perder nunca: ser nosotros mismos, a pesar de todo.

Miguel tiene una vida normal. Un buen día, descubre que su padre ha sido estafado por sus socios. Comenzará así una espiral de atracos y muertes con su viejo amigo Sastre para restaurar aquello que les ha sido robado. Todo marcha bien hasta que entra en escena Carol, una mujer que puede arruinarlo todo o hacerle el hombre más feliz del mundo.

 

Cuando se establece una lectura como la siguiente en tu lista suele ser por varias razones. En mi caso, con Apaches, surgió de la recomendación enfervorecida de una persona a la que aprecio como si fuera de mi propia familia. Podría poner una frase políticamente correcta para describir lo que me dijo pero fue lo siguiente: Sergio, este libro es la ostia. Así, sin ningún límite. Y yo, que de naturaleza me fío, empecé a devorarlo. Y sí, digo devorar porque en apenas dos días y medio he disfrutado de toda la vida de un protagonista que ya será inolvidable. Miguel, ese hombre que podemos ser todos, que ve una encrucijada y se mete de lleno en lo oscuro, en la parte más tenebrosa de lo que nos puede suceder, el hombre que lo entrega todo por su familia, por la ley del barrio, por la amistad, por el amor reencontrado, por el sexo salvaje. Miguel Sáez Carral ha construido un cuadro tan extenso, tan lleno de matices, tan violento como verdadero, tan brillante como oscuro, que es imposible centrarse en un sólo concepto de su obra en una reseña como la que escribo en estos momentos. Uno se deleita con lo que lee, lo absorbe, lo interioriza de una manera tan brutal que parece un chute en plena vena, con un subidón que no baja, convirtiendo, de nuevo, la lectura en la droga más pura.

Lo que sucede con Apaches es de lógica: una buena historia, contada con esa capacidad de crear imágenes, con unos personajes bien construidos y toda una descripción de lo que supone la vida en un barrio en el que, como el que suscribe, creció intentando huir de su ley por mucho que supusiera romper las cadenas de todo lo que había conocido. Así que aquí estoy, atado de nuevo a una historia como esta, desdibujando los recuerdos con lo leído e intentando respirar de nuevo, cogiendo aliento lentamente, intentando que los pulmones hagan su función, y recordando todo lo que he podido llevar conmigo de la novela de Miguel Sáez Carral que no es poco. Una vida que se escapa por los poros de la piel, un balazo que se introduce en el pecho, la venganza de los que quieren dominar frente a la rebeldía de los que no quieren ser dominados, todo lo que el sexo enturbia, el segundo anterior a perder tu vida o encontrar una bien distinta. La muerte, la vida, la amistad, la familia, todo envuelto en un relato que estremece por su veracidad, que impulsa por su acción, que enternece por sus valores y que nos contempla desde las páginas como si fuera un policía interrogándonos por lo que hemos hecho. Y es que no hay mejor oportunidad para caer en las redes de la lectura que de la mano de esta novela que nos sacude, que nos lanza un puñetazo en la boca del estómago y que convierte la verdad en puro placer. Un vicio que nosotros, los lectores, disfrutaremos como si fuera el mejor robo cometido de la historia.

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