El león ruso

El león ruso: centenario de la muerte de Tolstoi

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Son varias las flechas lanzadas para definir qué es un clásico. Lo que es evidente es que el tiempo, la crítica y los lectores se han encargado de aupar a esa categoría al creador de Guerra y Paz, Ana Karenina o La muerte de Ivan Illich. Leon Nikolaievich Tolstoi murió hace cien años en su Rusia natal pero sus libros se mantienen hoy vivos en todo el mundo, al alcance de aquellos que quieran acercarse a uno de los grandes de la literatura decimonónica.

Nacido en 1928 en Yasnaia Poliana, hijo de conde y princesa, pronto quedó huérfano y al cuidado de dos tías paternas que confiaron su educación a preceptores franceses y alemanes, claves, junto a los posteriores viajes por Europa, en la formación del futuro escritor. De la experiencia en el ejército surgen sus primeras ficciones, Sebastopol (1855-56) y Los cosacos (1863). Años después vendrían sus dos novelas más populares: Guerra y Paz (1865-69), una precisa radiografía del alma humana, al tiempo que una referencia a la hora de estudiar las guerras napoleónicas, y Ana Karenina (1875-1877), un completo cuadro sobre los valores sociales y las consecuencias de su quebrantamiento: la respuesta filosófica y aristocrática de Tolstoi a la provinciana y soñadora Emma Bovary de Flaubert.

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Pacifista convencido, fuente de inspiración para posteriores movimientos como la resistencia no violenta de Gandhi, excomulgado de la iglesia ortodoxa, autor de novelas, cuentos, ensayos y obras de teatro, Tolstoi llegó a definirse como anarquista cristiano y volcó sus últimas energías en luchar contra la contradicción que supone la austeridad teórica que confesaba y la abundancia práctica en la que vivía.

Las circunstancias que rodearon su muerte en la estación de trenes de Astapovo, tras escapar de casa junto a su médico personal, son variopintas y unas tienden más hacia lo literario que otras. Ni siquiera sabemos el día exacto en que falleció. Antes de huir dejó una carta a Sofía, su mujer, empeñada en conservar las propiedades familiares (entre ellas los derechos de autor) que Tolstoi quería entregar al pueblo como muestra de su firme antimaterialismo. Enfermo de neumonía, lejos de la incomprensión marital, de esos discípulos y seguidores para los que se convirtió en paradigma, perdido en la estepa, lejos del mundo, puede que el escritor muriera en la casa en la que vivía el jefe de la estación con su familia. O quizás murió en un banco junto a las vías, tal y como defendieron (e incluso filmaron, al menos en apariencia) los hermanos Lumiére. Algunos cuentan incluso que en la estación hay dos relojes junto a las vías: uno marca la hora actual y el otro, en homenaje al maestro, la hora en que dejó de pensar.

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Leo Mares

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