El profeta mudo

El profeta mudo, de Joseph Roth

El profeta mudoJoseph Roth (1894-1939) es un autor bastante desconocido para el gran público y que jamás halló en vida el reconocimiento que merecía. Su vida parece haber sido rica en calamidades, y su muerte fue un broche igualmente triste a esa vida: falleció en el exilio, en París, alcoholizado y solo. Era judío y su familia desapareció en campos de concentración; su mujer, esquizofrénica, fue asesinada por aplicación de leyes eugenésicas.

Imposible saber si, de no ser por tantos infortunios –la persecución por parte del nazismo, la decadencia y muerte del país donde nació –el Imperio Austrohúngaro–, el exilio, su vida personal, etcétera–, Joseph Roth habría sido el genial escritor que fue. Y no me ha hecho falta leer gran parte de su obra; me han bastado las 220 páginas de las que consta El profeta mudo, obrita de 1929 que se creía perdida y se publicó por primera vez en 1956. Es, en efecto, la obra de un genio.

El profeta mudo es un libro maravilloso, apabullante, asombroso, desconcertante. En parte muy propio de una época y un lugar concretos –la Centroeuropa de entreguerras–, El profeta mudo, como suelen serlo las obras del genio humano, es no obstante curiosamente atemporal; trata, al mismo tiempo, de una anécdota muy concreta –parte de la vida del líder de la revolución rusa de 1917 Friedrich Kargan, dicen que basado en Trotski–, y de todo, absolutamente todo lo importante, en general, de forma que, al leer El profeta mudo, uno se encuentra con que sirve también para reflejar y explicar los tiempos que vivimos. Y es que, ¿hay algo que cambie menos que la naturaleza humana? Pues la respuesta que nos ofrece Joseph Roth en El profeta mudono puede ser más rotunda, más pesimista y, también, más sangrantemente humorística.La vida del protagonista, Friedrich, un joven inteligente e idealista que ama la revolución, sirve de excelente hilo argumental para que Roth nos muestre el devenir, triste pero inevitable, de los acontecimientos. Asistimos a los primeros escarceos de Friedrich con la naciente revolución, todavía clandestina; sufre deportación y castigo en Siberia; regresa al corazón de Europa y, años después, cuando finalmente triunfa la revolución comunista, parece que ha llegado por fin su gran momento, pero…

“¿Dónde estaba el camarada que aquella vez le consiguiera su primer pasaporte auténticamente falso? Aún vivía. Después de adquirir la nacionalidad, había sido elegido diputado. ¿Y dónde estaba el jefe de partido? Era miembro del gobierno en Berlín. Y aunque el sastre comunista fuera hoy día un adversario encarnizado de aquel jefe del partido socialdemócrata, Friedrich, que no había seguido de cerca la evolución de los acontecimientos, tenía la impresión de que ambos, el comunista y el jefe de partido, habían ascendido de manera consecuente y paralela, como los oficiales o funcionarios que acceden a un grado superior tras un determinado tiempo de servicios. Y aunque ambos hubiesen obtenido sus puestos luchando entre sí, el irónico destino que caracteriza a los políticos radicales les confería una similitud aterradora. Al igual que los judíos, que al rezar se vuelven siempre hacia el este, los revolucionarios se volvían siempre a la derecha cuando empezaban a ejercer una actividad pública”.

Suena conocido, ¿verdad? Y lo es; no hace falta haber vivido, con Friedrich Kargan ni con Joseph Roth, en la época posrevolucionaria, para experimentar el mismo desencanto de aquél que creía en unos ideales de equidad y de igualdad y que ve cómo todo vuelve exactamente al lugar donde estaba antes, sólo que con distintos rostros, quizá los de quienes una vez estuvieron en las trincheras, luchando bajo la misma bandera. Y Friedrich, como Ezequiel, el profeta mudo del que nos habla la Biblia, es testigo de todo ello y no puede hablar, no puede advertir a quienes aún están prisioneros de la quimera; tan sólo puede mantenerse fiel a sí mismo, hasta el final.

El profeta mudo es, pues, una potente parábola sobre la suerte que corren los grandes ideales y quienes los encarnan sinceramente. Es, además, una obra bellísima, compuesta por un escritor bendecido con el don de la palabra, capaz de construir metáforas naturales pero excepcionales al mismo tiempo, capaz de edificar ante nuestros ojos paisajes, ciudades, cielos plomizos y estepas heladas, imperiales teatros decadentes y prisiones infestadas de piojos, y de dar vida a personajes muy humanos y muy auténticos con gran economía de medios. La lectura de El profeta mudo es, además de un ejercicio intelectual absolutamente satisfactorio, una fuente de placer estético tal que rara vez se encuentra en libros más contemporáneos.

1 comentario en «El profeta mudo»

  1. Tengo casi toda la obra de Roth que publicó Acantilado . Recomiendo su gran novela ” La marcha Radetzky ” publicada en Edhasa ,de bolsillo , ” La filial del infierno en la tierra ” en Acantilado y las ” CARTAS ” también en Acantilado . Es un gran escritor ,lúcido y con una facilidad para ver con mucha antelación lo que iba a suceder en Europa mientras otros miraban para otro lado .

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