Grandes pelmazos de las letras universales, de Enrique Gallud Jardiel
Hacer parodia es fácil, pero hacerlo bien es extremadamente difícil, porque es imprescindible conocer al dedillo el objeto parodiado. La parodia se basa, precisamente, en el conocimiento tan perfecto como sea posible. El receptor de la parodia -espectador o lector-, si es buen conocedor del objeto parodiado -de lo contrario, ¿para qué perder el tiempo con un mensaje cuyas claves no se tienen?-, cazará inmediatamente al mal parodiador y la -esperemos- amable mixtificación no le hará ninguna gracia, sino que se quedará en simple patochada.
En otras palabras: el parodista se la juega, porque su distancia siempre es forzosamente corta.
Sin embargo, quizá el parodista nace más que se hace así, y no tiene más remedio que cultivar este género. En el caso de Enrique Gallud Jardiel, tal como su segundo apellido nos indica, seguramente lleva el humorismo en los genes (si bien, en su muy nutrida producción figuran también traducciones, obras de filología y lexicografía, así como otras sobre filosofía y religión, etc.). Tal vez por eso ha escrito ya varias obras de parodia literaria. Grandes pelmazos de las letras universales es la más reciente en su haber.
La verdad es que echar un vistazo a su currículum impone respeto, pero Grandes pelmazos de las letras universales es un libro extremadamente simpático, apto para todos los amantes de la literatura de todos los tipos. Gallud Jardiel hace gala, ya lo decíamos, de un exhaustivo conocimiento tanto de los grandes clásicos -sobre todo de la literatura española- como de autores tan poco venerados como Dan Brown o Stephen King, por poner sólo dos ejemplos de autores parodiados en este volumen. Y a pesar de su tono cercano y entrañable, hay que repetir la advertencia: si no se conoce el objeto parodiado, no se encontrará la gracia al chiste. Por “objeto parodiado” nos estamos refiriendo a, por poner sólo algunos ejemplos, Cervantes, Borges, Lope de Vega, Bécquer, Zorrilla, Fernández de Moratín, G.B. Shaw, Benavente, Oscar Wilde, San Juan de la Cruz, Eurípides… Ahí es nada. Por tanto, el primer requisito para disfrutar de este libro es tener, al menos, un barniz del mayor número posible de los autores referenciados.
Salvado ese discutible obstáculo, sin embargo, todo lo que queda es simplemente disfrutar del ánimo lúdico del autor, de su ingenio y de las diferentes fórmulas que nos ofrece para jugar con las obras y sus hacedores, siempre con un espíritu amablemente burlón. No se engañen: para haberse leído a estos pelmazos y que a uno le queden todavía ganas de escribir sobre ellos, hace falta admirarlos y quererlos; de lo contrario, ¿para qué perder el tiempo escribiendo sobre algo que nos disgusta?
Gallud Jardiel se desenvuelve como pez en el agua entre grandes y pequeños clásicos, atreviéndose hasta con un prólogo del mismísimo Príncipe de los Ingenios y trasladándonos al Siglo de Oro con remedos satíricos que cualquier lector poco informado bien podría tomar por auténticos textos de aquella época. Y es una gozada toparse con un escritor de tan vasta cultura literaria que no sólo no resulta pedante, sino que escribe sobre lo que sabe con total naturalidad, sin subirse a las barbas del lector ni pretender dar clases magistrales. Tamaña gozada como la de poder leer sobre algunas de las más deslumbrantes joyas de nuestro rico acervo literario, en una época en la que el conocimiento y el interés por ellas brillan por su ausencia.
Especialmente ameno y divertido -pese a que demasiado breve- resulta el capítulo dedicado a sintetizar el argumento de obras harto conocidas, con lo cual resalta el autor lo fácil que es inventarse una historia y lo muy difícil que es contarla de modo que perdure en la memoria y en la historia de la literatura.
Grandes pelmazos de las letras universales es un soplo de aire fresco y un amable recordatorio de que los grandes libros de nuestro patrimonio no tienen por qué ser -y de hecho, en su mayor parte, no son- aburridos, y de que son inagotable fuente de inspiración.