Insultario, de Ángel Mª Fernández y José Antonio Ruiz Gracia

insultarioYa lo cantaba Marlo Brando en ese éxito chanante convertido con justicia en un clásico y en múltiples versiones de tonos de llamada para el móvil. No podemos permitir que determinados insultos desaparezcan de la calle, de nuestras vidas…: “Mequetrefe, payasa, botarate, tontaca, gilipipas… No, no, no. ¡Hay que decir hijo de puta, niños, hijo de puta! ¡Hay que decirlo más! ¡Siempre hijo de puta! Por su sonoridad, por ser el alfa y el omega de la vulgaridad. Gilipollas es más coloquial y cabronazo no está nada mal, pero hijo de puta es un concepto mucho más global. Para saludar, cuando te devuelven el cambio mal y para faltar”.

Y es que insultar es fácil y todo el mundo puede hacerlo, pero si hablamos de insultar bien, con clase, con ingenio la cosa cambia bastante. Pero, ¿realmente hace falta insultar bien? Según la cita de Sánchez Ferlosio con la que se abre Insultario sí, ya que el insulto es una forma de la diplomacia que puede resolver por la palabra lo que podría llevar a guerras. Y además, conviene recordar que el insulto debe cultivarse con el mismo cuidado con el que se trabajan las enemistades.

Insultar bien o mal, lo cierto es que todos lo hemos hecho, lo hacemos y seguiremos haciéndolo bien verbalmente, bien pensando y guardando para nosotros en nuestra cabeza, sin dejar que salga a la luz por evitar males mayores, aquello que tan bien quedaría en los oídos del destinatario de turno.

Pues lo que tenemos aquí es una colección bastante abultada, a pesar del reducido tamaño del libro, aunque en un formato preciosista, de ultrajes y vituperios varios que podríamos usar en nuestro día a día con aquellos seres que lo merezcan.

Y como lo mejor en estos casos es poner ejemplos, ahí van unos pocos:

Eres una persona encantadora, pero te fallan dos cosas: el cuerpo y la personalidad.

No aguanto un minuto calentando la leche en el microondas y te voy a aguantar a ti, subnormal. Anda, tira, bébete dos chupitos más y di adiós a tu dignidad.

No obstante, no todo son insultos y ya. Hay también una larga serie de amorosos deseos al prójimo:

Te daría de hostias de dos en dos hasta que fueran impares

Felicitarte la Navidad no, pero una corona de espinas sí te ponía

No digo que sea precisamente hoy, pero en cuanto puedas vete a la mierda.

Ojalá te salga un pene en la uña

Ojalá te levantes a las cinco a coger olivas, trabajes sin descanso hasta las once y cuando abras el almuerzo sea tofu.

A ver cuándo quedamos para que me surja algo de última hora y no poder ir.

 

También alguna cita bíblica que no llegó a nosotros hasta hoy y que se han podido recuperar:

–Entonces Jesús, viendo como soltaban a Barrabás, dijo: “Me vais a comer la polla, hijos de puta. Apúntame eso, Lucas” (Lucas, “Borradores”).

 

Y algunas cuantas afirmaciones filosóficas:

Una cosa te digo, se puede tener razón y ser gilipollas a la vez.

Es lo que tiene la droga, empiezas a coger la bicicleta para ir a pillar y te metes en el mundo del ciclismo.

 

Como decía, todo esto no es más que una muestra breve de lo que podemos encontrar en esta suerte de “manual de autodefensa ante las ofensas cotidianas”. Porque ya está bien de tragar. Que ningún improperio que se nos haga quede sin respuesta y mejor si nuestra respuesta es de esas en las que quien nos ha ofendido tiene que pensar dos veces lo que le decimos.

Insultario es un libro que debería permanecer en nuestra mesilla como un libro de consulta en el que marcar los insultos que más nos hayan gustado, para acudir a ellos cuando los necesitemos y hacerlos nuestros poco a poco, con el uso y el día a día. Su lectura nos sacará más de una sonrisa y estaremos deseando tener la oportunidad de que nos insulten para contraatacar con lo aprendido.

Pepitas de calabaza ha editado un libro ameno, revisable y divertido, con una edición cuidada en todos sus detalles e ilustrado por Carmelo Bayo.

Se rumorea que lo próximo de estos dos autores riojanos, uno albañil y otro no, será un “Piropario”. Habrá que estar al tanto.

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