Jornadas de lectura

Jornadas de lectura, Marcel Proust

jornadas-de-lecturaAcaso no haya habido días de nuestra infancia tan plenamente vividos como los que creímos que transcurrían sin vivirlos, los pasados con un libro preferido. Todo aquello que nos colmaba, a juicio de los demás, y que rechazábamos como un vulgar obstáculo frente al placer divino: el juego para el que un amigo venía a buscarnos en el pasaje más interesante, la abeja o el rayo de sol inoportunos que nos obligaban a alzar los ojos de la página o a cambiar de sitio, las provisiones para la merienda que nos habían traído y que, sin probarlas, olvidábamos al lado del banco en tanto sobre nuestra cabeza disminuía la fuerza del sol en el cielo azul y la cena, para la que había que volver a casa y durante la cual no pensábamos más que en subir a terminar en seguida el capítulo interrumpido; todo cuanto en la lectura hubiera debido impedirnos registrar otra cosa que la inoportunidad, grababa en nosotros por el contrario un recuerdo tan dulce (mucho más precioso a nuestro juicio actual que cuanto entonces leímos con tanto amos) que, si hoy todavía  se nos ocurre hojear esos libros de antaño, lo hacemos sólo por se los únicos calendarios que hemos conservado de los días que fueron, con la esperanza de sorprender reflejados en sus páginas rincones y estanques que ya no existen.

Si es difícil decir algo más sobre Jornadas de lectura que sus propias palabras iniciales, seguramente sea imposible decirlo mejor. La imagen de los libros como calendario de los días que fueron es tan hermosa y a la vez tan perfecta que resulta difícil vencer el temor de escribir algo que estropee la sensación que ese delicioso párrafo deja en el lector. Y sin embargo, hay que arriesgarse. Tras superar el deslumbramiento que la lectura inconfesablemente repetida de ese párrafo me provocó, debo reconocer que sentí cierta incomodidad, por motivos equivocados, ahora lo sé, pero no por ello menos molesta. Creía encontrarme ante una declaración de amor en toda regla, creí que iba a inmiscuirme en algo tan íntimo que mi pudor me iba a hacer imposible que disfrutara, pero no fue así, primero porque sí he podido disfrutar plenamente de la lectura, pero también porque el tono del texto cambia al poco y se convierte en una interesante reflexión más lúcida que enamorada sobre el acto de leer. Sobre sus ventajas y sobre sus peligros. No obstante, como dijo el propio Proust en “Celos” (texto que forma parte de La Recherche aunque se publicara inicialmente de forma independiente en otra editorial), pero a veces el futuro habita en nosotros sin que lo sepamos, y nuestras palabras, creyendo mentir, diseñan una realidad inminente. La realidad inminente es que al fin y a la postre sí es una declaración de amor, no por inteligente y reflexiva menos enamorada, a los libros, a la literatura y a la lectura.

El texto es en realidad un prólogo que Proust escribió para la traducción de la obra Sésamo y Lirios, del autor inglés John Ruskin, pero también es un germen del genio que posteriormente desarrollaría Proust en su búsqueda del tiempo perdido, y si es una obra que merece la pena en sí misma, no es desdeñable la oportunidad que ofrece de acercarse al autor y a lo que posteriormente de granjeó su lugar de honor en la historia de la literatura sin el miedo escénico que generalmente y en ocasiones con razón, su obra mayor produce. Incluye también la edición un prefacio de Antonio Martínez Carrión, quien también es responsable de la traducción, y un interesantísimo texto de Pierre Bergounioux titulado “el afán de la verdad” que arroja no poca luz sobre el texto, el autor y sus circunstancias.

Independientemente de la innegable calidad de la obra, es un placer poder hablar del trabajo de una editorial, DÍAS CONTADOS, que tiene el gusto de presentarse mediante el siguiente texto: Días Contados es una sociedad de responsabilidad limitada sin particular ánimo de lucro, dependiente, barcelonesa y por tanto bilingüe, liberal, afable, modesta y amante de la literatura, que edita en traducciones cuidadas al castellano y al catalán, sin distingos, con fecha de caducidad y bajo presentación austera y pulcra, pequeños textos mayores de las letras contemporáneas por el sólo gusto de hacerlo: Akutagawa, Bergounioux, Caillois, Ceronetti, Gadda, Gracq, Green, Léautaud, Mancinelli, Ponge. Bienvenido seas, amigo lector. Mi ejemplar, que es el número 268 de una tirada de mil, es ya toda una joya en mi biblioteca, pero no deja de resultar triste pensar en esa cifra, mil, sólo mil, si se compara con las tiradas de otras de imposible, por inconcebible, comparación con la presente.

Leer a Proust siempre es recomendable, a mi me impresiona la precisión que es capaz de desplegar en cada imagen, la capacidad de mostrar exactamente lo que desea y no otra cosa un milímetro distante, aunque en realidad reflexione sobre muchas otras cosas que no son sólo las que escribe y las muestre hasta en su más íntimo detalle. No es fácil, tampoco tiene porqué serlo, pero es de lectura obligada, entre otras cosas porque en su estilo es insuperable, pero aunque no fuera así convendría leerlo, parafraseando el leit motiv de la propia editorial, aunque sea por el sólo gusto de hacerlo.

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

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