Rayuela

Rayuela, de Julio Cortázar

Rayuela

Empezó un poco como un experimento, la verdad: ¿por qué no releer Rayuela, cada noche un capítulo, como el que se deleita tomando un pequeño dulce a la hora del té? Sin prisa pero sin pausa, saboreando cada día uno, evitando la tentación de ser goloso y agarrar el siguiente. Y así, con esta idea, saqué Rayuela del estante otra vez e, intercalándolo con otras lecturas diurnas, el señor Cortázar comenzó a ser el amo y señor de las horas más intempestivas como lo fue hace tiempo, invadiendo mi mesilla de noche.

La primera vez que leí la novela, tras haber ya probado un buen puñado de sus cuentos e imaginar que las distancias largas no le sentarían nada mal a Julio, había decidido jugar conscientemente a ser un lector activo (como lo llamaba él) y usar el tablero no-lineal. Para quien no lo sepa, Rayuelatiene dos formas de lectura: una lineal del capítulo 1 al 56 y otra donde se alternan otros capítulos que acaban completando más la historia. Así, leyendo los capítulos alternados, podría sacar el máximo jugo a la novela.En esta ocasión, sin embargo, debido a la pereza y a las ganas de ver cómo sería la historia si la hubiera leído de esta otra manera aquella vez primera, puro, virgen del Cortázar más expansivo, decidí prescindir de los capítulos alternados y seguir el flujo habitual, del capítulo 1 al 56. Y stop. El resto de capítulos se quedarían esta vez en una especie de limbo. Dejaría de saludar al señor Morelli, alter-ego de Cortázar que uno conoce mejor en los capítulos alternados.La Maga y Horacio comenzaron a deambular por mis días. Los paseos se llenaron de cementerios, parques y paraguas rotos. Volví a reunirme con el Club de la Serpiente, con Babs, con Etienne, a quienes tanto echaba de menos, con Gregorovius y su eterno acecho a la Maga. ¿Y qué decir del bebito Rocamadour? Conjunto de locuelos manteniendo conversaciones filosóficas y cargadas de referencias alrededor de un mate. ¡Cómo volví a disfrutar sus diálogos!Volví a llenarme de ese Cortázar inhabitado que siempre he amado tanto y al que ya no puedo acceder más que con la relectura.

Esta vez hubieron particularmente dos escenas de Rayuela que me llegaron muy hondo (y aviso de antemano al posible lector de esta reseña que si no ha leído la novela y pretende hacerlo mejor no seguir a partir del cierre de este paréntesis; yo hubiera preferido que no me destriparan esta parte, creo): la escena de la muerte de Rocamadour, tan rocambolesca, tan perfecta, tan jodidamente emotiva (ha sido una de las pocas escenas de un libro que me han llevado a la lágrima) y la escena del tablón con Talita.

1. Oh, imagínese, señora, el niño yace ya muerto en la cuna, así como se lo digo, enfermito como estaba de días porque la Maga, tozuda que es, no ha querido llevarlo al médico, el niño yace muerto, digo, y su mamá no se da cuenta, piensa que duerme, pobre criatura que ha dejado de llorar un poquito, válgame Dios. Los invitados del Club comienzan a entrar al piso, se sientan en el suelo, sisean, no vayan a despertar al pobrecito Rocamadour, sean buenos, ellos se miran, oyen jazz bajito, disfrutan del mate. Y entonces uno de ellos, Horacio para más señas, reconoce al niño muerto, hace gestos, la cadena de murmullos va sucediéndose como un reguero de pólvora, miradas de soslayo, todos siguen disertando como si no pasara nada, la conversación es endiabladamente genial, todos escupen filosofadas mientras uno como lector espera con el corazón metido en un puño EL MOMENTO en que hayan de coger a la Maga de las axilas, cubrirla con paños de agua fría, taparle la boca y la histeria, los vecinos quejándose por tan mayúsculo escándalo a esas horas. Oh, qué tristeza, señora. Y luego, la cartita de amor de la Maga a su bebito Rocamadour, un capítulo o dos después, tan dulce, tan cariñosa.2. Qué risa, colega. El tipo que está clavando clavos, todos se le tuercen y necesita nuevos clavos enderezados, y no se le ocurre otra cosa que pedirle un puñado a Traveler, de ventana a ventana. “Che, Traveler, tú que te encontrás ahí a mano, no tenés un par de clavos, aparte de una bolsita de mate, que no vendría mal para sobrellevar este calor macanudo”. La cosa se pone endiabladamente divertida, tío, porque el enredo es cada vez mayor y en lugar de bajar del edificio, quieren hacer el transporte por la ventana, pero además sin tirar los clavos y el mate al vuelo. Traveler y Horacio cuelgan tablas de sus ventanas para intentar amarrarlas por el medio y pasar así los clavos y el mate. Hacen subir a la pobre Talita a los tablones para el transporte. Y, mientras tanto, ellos siguen disertando y discutiendo como si tal cosa, la pobre Talita acalorada, febril, con miedo a caer, en el medio de ambos tablones que están a punto de partirse y hacerla caer al vacío. Todo se convierte de modo mágico en una lucha histérica y subterránea por ver con quién de los dos se va a quedar finalmente ella. Regreso o avance, ir o volver. Lanzar los clavos o no. Horacio o Traveler. “Che, qué loca, no vayas a tirarlos, arruinarías todo”.
Cortázar es un genio, definitivamente.

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