Yo, el más inteligente de Facebook

Yo, el más inteligente de Facebook, de Aboud Saeed

Yo, el más inteligente de Facebook

Lo peor de la guerra es todo. Es el hambre, el frío que se siente hasta en las noches de verano en que la piel se vuelve pegajosa por el calor, el miedo, la forma en que los ojos se acostumbran a la oscuridad, el vacío. No sé si algo es peor a algo, pero ahí está ese vacío, el de los edificios desplomados alrededor, las muertes de los seres queridos, y de los desconocidos, la gente que ya no está porque emigró, el dolor, que es otro agujero, y se retuerce fuerte en alguna parte. El vacío ocupa todos los espacios, convirtiendo la vida, tal y como la conocemos, en cualquier otra cosa que no se parezca a la vida, y se instala en los huecos que antes estaban llenos de cosas cotidianas. Como poder tomar café todas las mañanas, ver la televisión por las noches, ir a comprar tabaco, o esperar a que esa persona te devuelva una mirada, ir al cine o a tomar algo al bar, quejarte de las cosas de tu madre, el trabajo, los amigos, ver un partido de fútbol, qué sé yo, lo que sea que hasta ahora ocupara nuestros días.

En diciembre de 2011, Aboud Saeed publicaba esto en su facebook:

Voy a escribir sobre lo primero que se me venga a la mente
sobre el vacío
que me convirtió en un seudo poeta.

El vacío es Siria, concretamente Manbedj, situado al norte de Alepo, que es el lugar desde el que escribe su autor. Aunque no estoy del todo segura de cuánto tiene que ver Yo, el más inteligente de Facebook con Siria, – que sí, que es todo -, o si se tratará más sobre la vida a pesar de la guerra. Porque Saeed encuentra el espacio en la red social para seguir con esas rutinas que hacen que, llegado el día, uno sea capaz de no perder la cabeza del todo, en medio de uno de los conflictos más crueles de la historia donde su propio presidente, Bashar Al-Assad, tortura, mata, bombardea, asedia y deja morir de hambre sistemáticamente a su población, acosada a su vez por grupos islámicos fundamentalistas que se han hecho con el control de algunas zonas, en parte por culpa de la incompetencia internacional, incapaz de intervenir de modo alguno.

En este contexto llega la voz fresca, descarada, irónica y satírica de Aboud Saeed, que en este libro, que lleva el subtítulo de Una crónica de la revolución Siria, recoge algunos de sus textos breves publicados en la conocida red social desde el inicio de la guerra. Allí, habla de las mujeres, del trabajo como herrero y soldador, de su madre, de cómo comparte habitación con ella y sus siete hermanos, del asedio, de Siria y de la revolución, de las mujeres otra vez, de la vida que solo es posible ahí, dentro de su pantalla de ordenador, una vida que se torna a veces real al contrario de esa otra ficticia que se desploma día tras día fuera de su ventana.

Hay mucha belleza en la franqueza desmedida de Saeed, que te provoca una sonrisa invertida, por la carga poética de sus palabras, su afilado y demoledor sentido del humor y la contundencia de algunas de sus verdades. Así escribe:

Por teléfono/ justo en el momento en el que ella decidió revelarme lo quetenía puesto/ el avión lanzó el misil.

O

No tengo ni siquiera una manzana.
El dictador nos bombardea todos los días
y nosotros le respondemos con el balido de una oveja.
No tengo sueños, ni siquiera sueños tristes.
Lo único que deseo es que la tecnología llegue por fin
a la casa de mi vecina para que pueda hacerle el amor
por Facebook

Y es que el autor sirio encuentra en internet su mejor aliado para oponerse al régimen y hacer la revolución por su cuenta. Es su manera de enfrentarse a la guerra y vencer. Continuar con la vida, aunque esta sea una menos real o menos justa, una realidad hecha a medida, guiada a menudo por unas apariencias creadas. Sea como sea, al final, lo que queda de Yo, el más inteligente de Facebook, son las confesiones íntimas y directas de Saeed, que tiene la capacidad de reponerse a lo horrores y al miedo, de sobrevivir al caos y de recuperar ese espacio donde aún queda lugar para preocuparte de las cosas que deberían importar, como que ella, o él, nos devuelva una sonrisa. O un click, según el caso.

Deja un comentario