La mano invisible

La mano invisible, de Isaac Rosa

La mano invisible

Dice José Luis Pardo, filósofo español, que el trabajo resulta inenarrable: hay muchas narraciones que transcurren total o parcialmente en lugares de trabajo, pero lo que estas narraciones relatan es algo que ocurre entre los personajes al margen de esa actividad laboral, y no esa actividad en cuanto tal… ¿Cómo contar algo allí donde no hay nadie, donde cada uno deja de ser alguien? Isaac Rosa parece haber aceptado el reto propuesto por Pardo. El resultado es esta mano invisible que maneja personajes sin nombre (los conocemos por su profesión) y con una característica común: no saben por qué hacen lo que hacen, más allá del dinero que ganan con ello. ¿Y qué es lo que hacen? Trabajar. Pero lo hacen de una manera peculiar (alguien los mira) que consigue que la lectura de gente trabajando no se convierta en lo que pudiera parecer: otro trabajo más. Todo lo contrario: el libro es ameno (salvo algún tramo contado, de acuerdo), lo que ya supone una virtud dada esa aparente imposibilidad de la que hablaba Pardo al principio de este párrafo.
Son muchos los oficios que se narran en la novela. Una limpiadora, un carnicero (cuidado los que no quieran convertirse en vegetarianos, conmigo casi lo logra), un albañil, una puta, una administrativa, un camarero, una telefonista. Todos trabajan en escena. Trabajan mucho. Y piensan. Y el autor pretende que el lector haga lo mismo: pensar, no sólo trabajar, y aquí reside precisamente, en mi opinión, una de las principales propuestas del libro. Pensar, visto lo visto, si es necesario abrir un debate social (profundo en tanto crítico y carente de partidismos políticos, a ser posible) sobre la idoneidad de nuestra organización laboral. Dice el narrador: Nunca ha entendido por qué hay que trabajar como mínimo ocho horas y no tres o cuatro, cuando lo comenta con conocidos la miran como a una niña pequeña que desafía con su lógica inocente el mundo duro de los adultos […] Ve desproporcionado el número de horas que entregamos de nuestras vidas para lo que obtenemos a cambio. La novela (social pero también política, aunque menos que otras del autor) nos recuerda que esta manera de organizarnos se ve sustentada por una moral que ensalza la laboriosidad y condena la ociosidad, una moral que empezó a implantarse con los obreros de las primeras sociedades industriales. Descansar sólo dos días o menos, someternos a los modos de producción de los dueños del trabajo, entregar a cambio de un sueldo nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestro cansancio, nuestra atención, nuestra inteligencia, nuestro talento, nuestras emociones, nuestra salud, nuestro dolor, nuestro malestar. Viva el trabajo, en definitiva.

Isaac Rosa cuestiona también la docilidad humana a la hora de recibir órdenes ya desde la cita inicial de Simone Weil, escritora, filósofa y activista francesa, partidaria del trabajo manual y de las tésis que defendían (años treinta y cuarenta) una organización laboral que no se fijase como meta la producción de beneficios y tuviese en cuenta las necesidades de los trabajadores. Rosa incluso rebate en el libro algún que otro refrán o sentencia popular (el trabajo que no falte, se tarda lo mismo en hacerlo bien que mal,  el que hace un cesto hace ciento) que utilizamos mal y seguimos como hormiguitas responsables, creyendo […] que trabajar mucho y bien es de gente decente, de buenos cristianos, que la pereza es mala, un vicio que hay que combatir con sudores y esfuerzos. Y sudores y esfuerzos hay muchos en el libro, quizás porque el autor quiera recordar –con buen criterio- algo tan obvio como que las cosas no se hacen solas, aunque lo parezca, aunque olvidemos todo el proceso que hay detrás de cada uno de los productos que consumimos. E implicadas en ese proceso hay personas a las que también olvidamos. Personas que sustentan con su trabajo el bienestar de todos, a costa muchas veces de su propio y cotidiano malestar. Isaac Rosa ha querido recordarlos de alguna manera con esta novela.
A modo de incentivo banal, como un mero juego, diré que en el segundo tramo de la historia hay un aparente error tipográfico que podría no ser tal (tiene toda la pinta de no serlo) dado el significado de la frase, con lo que pasaría a ser una pequeña gran ocurrencia del autor. Un detalle nimio, una curiosidad en un libro que puede considerarse sin duda un buen trabajo sobre el trabajo.  Una novela que trata de narrar lo inenarrable y lo consigue a lo largo de casi cuatrocientas páginas de las que uno sale con la sensación de que todo esto puede hacerse de otra manera. ¿Depende de nosotros o de esa mano invisible que todo lo regula, incluidas nuestra vidas? ¿Existe realmente esa mano?
Leo Mares

7 comentarios en «La mano invisible»

  1. ME HAS ABIERTO EL APETITO, PARECE UN LIBRO DE OBLIGADA LECTURA SOBRETODO PARA AQUELLOS CURRANTES QUE COMO YO NO PUEDEN PERMITIRSE EL LUJO DE HACER LO QUE LES GUSTARIA Y DEBEN DE CONFORMARSE CON TRABAJAR EN LO QUE LES SALE. TAMBIEN PARA AQUELLOS QUE NO SABEN APRECIAR EL ESFUERZO DE LOS DEMAS PERO ME PARECE QUE ESE TIPO DE PERSONAS NO SE MOLESTARAN NI EN MIRARLO, UNA LASTIMA!! :S
    FELICIDADES POR UNA RESEÑA TAN BIEN HECHA!!

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  2. No conocía la novela, pero me has dejado con ganitas de descubrir más de ella. Y leer el párrafo que has puesto:
    “Descansar sólo dos días o menos, someternos a los modos de producción de los dueños del trabajo, entregar a cambio de un sueldo nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestro cansancio, nuestra atención, nuestra inteligencia, nuestro talento, nuestras emociones, nuestra salud, nuestro dolor, nuestro malestar.”

    Este fragmento me dan más ganas de leerlo. Muy bien escogido. Gran reseña.
    Besotes!!!

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  3. Que pueda hacer de algo simple y aparentemente aburrido (o sin tema literario para sacarle) un libro genial, habla mucho del autor y sin dudas etaría bueno leer este libro; saludos!

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  4. Isaac Rosa ha metido en una nave nuestro mundo laboral actual. El autor demuestra una gran sensibilidad con todos los trabajadores que menciona, refleja su trabajo de una manera impresionante, yo como teleoperadora, me he sentido por primera vez comprendida.

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