Deja en paz al diablo

Deja en paz al diablo, de John Verdon

Deja en paz al diablo


Sé lo que estás pensando
ha sido uno de los fenómenos del año en thrillers, y parece que pilló por sorpresa hasta a su autor, John Verdon. Para los muchos lectores de aquella novela, los protagonistas de Deja en paz al diablo, el metomentodo y algo prepotente ex detective de la policía David Gurney y su insoportabilísima mujer, Madeleine, serán ya conocidos, así como la extraña dinámica entre ellos reinante: durante casi toda la narración, parecen resultar tan antipáticos el uno a la otra, y viceversa, como pueden llegar a resultar a por lo menos una lectora; sin embargo, se complementan mutuamente y la mente lógica a machamartillo de Gurney termina absorbiendo las aportaciones más intuitivas de su mujer, para, por fin, resolver los crímenes que se le cruzan en su camino y le impiden disfrutar de una tranquila jubilación. Pues bien: después de Sé lo que estás pensando y de su más desafortunada hija, No abras los ojos, John Verdon y su detective Gurney recuperan el pulso perdido en Deja en paz al diablo, que resulta ser una muy entretenida lectura, un vuelvepáginas difícil de abandonar.

Deja en paz al diablo (que, no teman, se puede leer también de forma separada e independiente de las dos novelas que la preceden) nos presenta a un Gurney en baja forma, aún convaleciente física y anímicamente de una grave herida de bala (la explicación, en No abras los ojos). Sigue viviendo en su casa de jubilado de la montaña, con Madeleine. Un día, recibe una llamada de una conocida, Connie Clarke, que le pide recibir a su hija, Kim, una audaz estudiante de periodismo de 23 años que necesita que Gurney la asesore con un proyecto: una serie de entrevistas a los allegados de las seis víctimas de un asesino que actuó años atrás y luego desapareció de la faz de la tierra, y al cual apodaron el Buen Pastor. No tan a regañadientes como quiere dar a entender, Gurney acepta, y –cómo no– se va implicando en el misterio de aquellos crímenes que quedaron sin resolver.

Para no ser, digamos, un escritor de novela policiaca profesional, John Verdon demuestra saber hacer en la tarea, y nos brinda una lectura trepidante, con un estilo ágil, sin morosidades, descripciones innecesarias o machaconerías sobre la misma idea, dando por sentado que su lector ha captado rápidamente lo que ha querido decir con cada frase y que lo que quiere es terminar la página lo antes posible para saber qué sucede a continuación.

Por otro lado, no tiene poco mérito enganchar en una lectura a pesar de encontrar a los protagonistas absolutamente inaguantables, como es mi caso, con el agravante de Deja en paz al diablo de que también los secundarios más importantes son unos pelmazos. Tampoco fue óbice para mi fidelidad el hecho de que Verdon vaya añadiendo lío tras lío, misterio tras misterio, enrevesamiento tras enrevesamiento a la trama, y no siempre en su beneficio último, pues al final no todos los cabos se atan ni todos los elementos tienen sentido. La narración es menos redonda que en Sé lo que estás pensando y no está tan bien construida; a pesar de todo, se puede disfrutar, y se disfruta, de hecho, sin importar que todo cuadre al final. En realidad, y aunque a los lectores inveterados de Agatha Christie y otros autores de misterio clásicos no nos pille con el pie cambiado (tengo la teoría de que en las novelas de Agatha Christie están, en diferentes estadios de desarrollo, todas las posibles tramas y todas las posibles respuestas de todas las posibles novelas de misterio), Deja en paz al diablo tiene capacidad para satisfacer a cualquier aficionado al género y de brindar un desenlace coherente a la trama.

Deja en paz al diablo es una excelente lectura de entretenimiento, con una escritura superior a la media de los best sellers al uso y que probablemente no defraude a quien acude a él buscando exactamente lo que se le ofrece.

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