Disturbios

Disturbios, de J. G. Farrell

Disturbios

Una mordaz sátira de la sociedad y la política irlandesas en los años previos a la independencia que nos enseña cómo enfrentarnos al fin del mundo con dignidad y humor.

Si les digo que esta novela está ambientada en un inmenso hotel apartado y decrépito, habitado por un puñado de personajes extraños, podrían pensar que se trata de un clásico del terror gótico.  Por otra parte, cuando les cuente que tiene como trasfondo una situación prebélica, en la que los atentados terroristas de los rebeldes compiten en crueldad con las represalias de las fuerzas de ocupación, seguramente creerán que es una novela cruda y violenta.  Pues no; por el simple hecho de suceder en Irlanda, Disturbios es una historia amable y pintoresca en la que hasta la situación más terrible puede volverse realmente divertida.

Con su mezcla de humor inglés e irlandés, esta mordaz sátira de la sociedad y la política irlandesas de los años veinte es una especie de híbrido de novelas como La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons o La librería, de Penelope Fitzgerald, y esas geniales comedias clásicas ambientadas en Irlanda, como El hombre tranquilo, de John Ford.  Si les gustan esos libros y películas, corran a hacerse con un ejemplar de Disturbios.  Si no, sigan leyendo, porque J. G. Farrell tiene mucho más que ofrecer.

Por ejemplo, una escritura elegante y pausada, brillante a la hora de crear atmósferas y de registrar el paso del tiempo; unos personajes dibujados con precisión –divertidos o sombríos, entrañables u odiosos, la mayoría de ellos sencillamente inolvidables–; o un depurado sentido del ritmo narrativo, gracias al cual lo que se cuenta y cómo se cuenta logran acompasarse tanto que parecen ser la misma cosa.

Y, por supuesto, una historia magníficamente construida que atrapa al lector desde la primera página hasta la última.

Finalizada la Primera GuerraMundial, el comandante Archer, el típico caballero inglés de familia acomodada, viaja a Kilnalough, en Irlanda, para reunirse con su prometida Angela Spencer, hija del propietario del Majestic, un lujoso y decadente hotel que ha conocido tiempos mejores.  Allí descubrirá que los Spencer son una familia muy peculiar, tanto como el resto de los huéspedes (en su mayoría viejas damas tan anticuadas como el propio edificio) y que los “disturbios” que según la prensa inglesa suceden desde hace algún tiempo en Irlanda son menos inocentes de lo que pensaba.

Pero el comandante no estaba preocupado, al menos por el momento.  Por el momento sólo le divertía el espectáculo de los irlandeses comportándose como se supone que se comportan los irlandeses”.

En principio se trata de sucesos incruentos que son comentados por los huéspedes del hotel con condescendiente indignación: el comportamiento de esos desleales campesinos católicos seguidores del Sinn Féin es tan intolerable como risible.  Nadie se puede tomar en serio a los rebeldes cuando la banda de música del pueblo se enfrenta a la policía utilizando sus instrumentos como armas o el saboteador de un puente que se da a la fuga y es abatido a pelotazos por un grupo de caballeros que jugaba al tenis resulta ser un operario de mantenimiento.

Y la vida sigue en el hotel, hasta que un día ya nadie puede pretender que los eufemísticamente llamados “disturbios” son una inofensiva muestra del carácter desordenado de los católicos irlandeses; para entonces la inestabilidad política ha degenerado en una ola de terrorismo que pronto desembocará en una auténtica guerra, desigual y cruel, que conducirá a la independencia de Irlanda y a un baño de sangre de más de medio siglo en el Ulster.

Como si estuvieran íntimamente ligados, al mismo tiempo que se degrada la situación en Irlanda y en el resto del mundo –revueltas enla India, Oriente Medio y Sudáfrica, guerra entre bolcheviques y rusos blancos; noticias terribles que el lector puede seguir a través de “recortes” de prensa insertados en el texto– paralelamente se desmorona el hotel, vuelan las tejas, la maleza se adueña de los patios de la planta baja y los gatos de las habitaciones de los pisos más altos.

Mientras, los huéspedes se acomodan a vivir de una forma cada vez más precaria y el coronel Archer, que inicialmente estaba en el hotel de paso, terminará atrapado en una red de lealtades inventadas por él mismo, paralizado por el marasmo del suntuoso edificio que se viene abajo.  Allí será testigo del naufragio del Majestic, un gigantesco trasatlántico casi vacío varado en una playa situada más allá del tiempo cuyo hundimiento se convierte en la metáfora del final de una época

Disturbios, no cabe duda, es una afilada parodia, una sátira despiadada sobre los tópicos irlandeses, narrada con un humor mezcla de la espontaneidad y el sentido de lo absurdo irlandeses y la ironía y la flema inglesas.  Es una comedia de situación de la que se puede disfrutar sin más, pero también es una desoladora crónica del fin de un periodo histórico, del ocaso del Imperio Británico, del declinar del tiempo de los caballeros y las damas.

El comandante, los Spencer y los huéspedes del Majestic son miembros de la “clase distinguida” –protestantes, terratenientes, ingleses– que observan incrédulos como se tambalea el orden social que imperó durante generaciones.  Incapaz de comprender los “disturbios” irlandeses, el comandante Archer llega a envidiar los cruentos enfrentamientos raciales de Chicago del año 19, o los disturbios dela India; al menos allí, por motivos obvios, se sabe a qué bando pertenece cada uno.  Él fue uno de aquellos que partieron a combatir enla Gran Guerra pensando que se trataba de un combate entre caballeros y vieron agonizar sus nobles ideales junto a sus compañeros de armas en el barro de las trincheras francesas.  Ahora, cuando creían que se habían ganado la paz, tienen que enfrentarse a la idea de que un vecino, un ciudadano corriente vestido de un modo corriente, dispare a un policía retirado y lo asesine cobardemente y que, esa misma noche, un grupo de agentes, en venganza, acaben con la vida de un chiquillo o incendien una casa con sus habitantes dentro.

La Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa trastocaron el orden mundial imperante, no solo en lo que a la política se refiere, también en lo social.  Pusieron fin a un sistema que, siendo todo lo injusto que se quiera, estaba asentado sobre certezas –uno conocía su posición, a qué podía aspirar y qué podía esperar de sus enemigos–.  A este sistema le siguió otro igual de injusto, pero lleno de incertidumbres.

La desaparición del viejo orden mundial es un tema recurrente en la literatura del Siglo XX.  Recientemente, sólo como ejemplo, lo hemos visto en títulos de Robert Walser o Gaito Gazdánov.  Sin embargo, aunque no llegó a vivir esa época, J. G. Farrell fue uno de los autores que mejor la retrataron.

Y lo logró porque en Disturbios los acontecimientos históricos hablan por boca de los personajes, convirtiendo una compleja crónica social en una narración sencilla y cercana.  Para ello Farrell se toma su tiempo, perfectamente medido, en una narración que avanza pausadamente, recreándose en cada detalle hasta conceder a sus páginas una plasticidad casi cinematográfica, otorgando a cada personaje y a cada historia el tiempo que necesita.

Interrumpiendo situaciones trágicas con otras de una comicidad que raya en lo absurdo, como si con finas hebras de un humor irónico y sutil Farrell hubiera tejido un denso tapiz, hermoso pero tristísimo, que representase la desolación y la soledad de un hombre, de una nación, de una época que dilapidaron lo que nunca tuvieron en un conflicto inútil.  Ese equilibrio entre lo cómico y lo trágico, confirma que, incluso cuando todo hace presentir un naufragio que se materializará en cualquier momento, la vida sigue a pesar de todo.

Tengo la certeza de que, de no haber muerto tan joven, J. G. Farrell hoy sería uno de los grandes novelistas del siglo XX.  ¿Quién sabe lo que nos perdimos con su muerte?  En todo caso dejó un puñado de libros magníficos, entre los que destacan los tres títulos de su trilogía sobre la caída del Imperio Británico (Disturbios, El sitio de Krishnapur –Premio Booker en 1973–y La defensa de Singapur) y una lección: cómo enfrentarse al fin del mundo con humor y dignidad.

Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es

2 comentarios en «Disturbios»

  1. Hace mucho que no recomendabas con tanto ahínco una novela, así que te haré caso y buscaré el libro para leerlo y disfrutarlo; además, sueño con ir a Irlanda!
    Saludos!!

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