Noches blancas, de Fiodor Dostoievski

Noches blancasMi sueño desde que escribo reseñas es empezar una tal que así:

“Que quería yo hablarle de Dostoievski”.

Y entonces vosotros decís:

“Ah, pues muy bien. Encantada. Ahora mismo bajo”.

Y así, amigos, es como yo cumplo mi peculiar sueño. Así que seguidme el juego en este momento tan José Luis Cuerda. Si no entendéis mi genial y brillante introducción (ejém) es que no habéis visto la fantástica película Amanece que no es poco, lo cual me entristece mucho. Hay que tener devoción a Dostoievski y a Faulkner y hay que ver Amanece que no es poco. Es una verdad universal, no es que me lo esté inventando yo. Además, está prohibido ir de hipster sin haberla visto. Ya sabéis, la próxima persona que no pille una referencia a esta película tendrá mi más absoluta indiferencia (y estaré siendo muy justa).

Dicho esto, tengo que hablaros de Noches blancas. Recuerdo que la primera vez que leí este libro tendría unos quince años. Era una edición de mi padre bastante antigua y desde entonces, la última frase del libro, que anoté en alguna libreta, me ha ido persiguiendo a lo largo de mi vida. ¿No os ocurre lo mismo? ¿No hay frases que os acompañan, frases que de algún modo, forman parte de vosotros? No sé si os parece muy raro, pero a mí me ocurre con unas pocas. ¿La frase? Luego os la digo.

Dostoievski es una maravilla de escritor y para mí hace mucho que se convirtió en uno de mis escritores preferidos. ¿Habéis leído El jugador? Otra maravilla. Dostoievski es un gran escritor porque conoce a las personas, porque sus personajes son tan fascinantemente verdaderos que pareciera que tuvieran alma. Aparte de los personajes, su manera de escribir es impecable. No sé qué tienen los rusos escribiendo, si es el vodka o el frío, pero la madre patria ha dado una cantidad de escritores imprescindibles para la literatura universal.

Como os decía, leí esta novela cuando aún era joven e inocente y me impresionó mucho. Venga, voy a contaros algo friki: me gustaba tanto Dostoievski por aquel entonces, que utilizaba el nombre de Nietoschka Nezvanova (otra de sus novelas) como seudónimo en Internet. Os estoy hablando de los tiempos del IRC, Fotolog, etc. Yes, I’m a loser baby, so why don’t you kill me. Tras este breve apunte extraño, continúo. ¿Sabéis por qué esta pequeña novela se titula Noches Blancas? Resulta que en el solsticio de verano, en ciudades como San Petersburgo (donde se desarrolla esta novela) ocurre un fenómeno natural que hace que las puestas de sol ocurran más tarde y los amaneceres más temprano. Por lo tanto, nunca llega a haber una oscuridad completa. A este fenómeno se le llama Noches blancas y es en estas extrañas noches cuando se desarrolla la trama de esta novela. La novela se divide en varias partes: primera noche, segunda noche, la historia de Nasténka, tercera noche, cuarta noche y la mañana. Lo que sucede durante este poco tiempo es que el narrador, una persona solitaria, que apenas habla con nadie, pero que es tremendamente romántico, conoce a Nasténka, una joven de diecisiete años que vive casi todo el día literalmente atada a la falda de su abuela ciega. Nasténka, enamorada y prometida con un antiguo inquilino que prometió que volvería a por ella, pasa las noches esperándole. Y es en una de esas noches cuando se conocen nuestro protagonista y la joven Nasténka. Y hasta aquí puedo contaros, amigos. El resto quiero que lo descubráis por vuestra cuenta, porque realmente merece la pena.

Esta edición, publicada por la editorial Nórdica Libros, pertenece a su colección de libros ilustrados y es realmente bonita.

¡Ah! Casi se me olvida. La frase: “¡Dios mío! ¡Todo un minuto de felicidad! ¿Acaso es poco para toda una vida humana?”

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