Qué haréis con este libro, de José Saramago

que hareis con este libroSoy saramaguiana. Me da igual si no existe el término, yo me defino así desde hace una década, tras leer Ensayo sobre la ceguera. Fue mi segundo libro de José Saramago y el definitivo para que me declarara fan incondicional. Desde entonces, he leído catorce de sus novelas, uno de sus libros de poemas y uno de sus recopilatorios de artículos, y todos ellos ocupan un lugar de honor en mi librería. Solo me faltaba leer alguna de sus obras teatrales, pero gracias a Alfaguara, que ha recogido en Qué haréis con este libro su teatro completo, ya tengo esa cuenta completamente saldada.

Saber que Saramago no escribió teatro por inquietud literaria sino por encargo me hizo recelar. Enterarme de que no fue el tipo de encargo que me imaginaba —uno que quisiera aprovechar el tirón de un nobel— me tranquilizó: la primera propuesta la recibió en los años setenta, mucho antes de ser un autor conocido. Leer las páginas iniciales me bastó para que toda duda desapareciera: la impronta del autor portugués aparece desde la primera línea de diálogo.

Las cinco obras teatrales que componen este volumen recorren varias épocas y lugares: el Portugal del renacimiento, cuando Luís Vaz de Camões, actualmente considerado uno de los poetas portugueses más importantes de la historia, tuvo que ir puerta por puerta para conseguir que publicaran su primer libro (¿Qué haré con este libro?, 1980); el Münster (Alemania) del siglo XVI, durante el enfrentamiento de católicos, luteranos y anaptistas (In Nomine Dei, 1993); la Italia del don Giovanni de Mozart, una versión más del personaje, que se suma a las hechas por Molière, Byron, Espronceda, Zorrilla, Pushkin o Dumas (Don Giovanni o El disoluto absuelto, 2005); la redacción de un periódico a las órdenes del fascismo portugués, la noche en la que se inició la Revolución de los Claveles (La noche, 1979); y la sala de reuniones de una empresa, en un tiempo y lugar indeterminados, el día en el que reaparece su fundador, Francisco de Asís, para mostrar su disconformidad con los cambios de rumbo que ha sufrido su obra (La segunda vida de Francisco de Asís, 1987). En todas ellas encontramos personajes de firmes convicciones que luchan contra la injusticia, aun a expensas de perderlo todo.

Encontrarme con el Saramago al que ya conozco, con el que me siento tan cómoda y al que incluso añoro de vez en cuando, ha sido como volver a casa. Para los saramaguianos es un placer que aún nos queden obras que descubrir de nuestro autor favorito, y más esta, que reúne en un solo tomo todas sus obras de un género determinado. Pero creo que incluso para los detractores de su particular forma de escribir narrativa (en la que prescinde de puntos y de rayas de diálogo) es una oportunidad de redescubrir al autor portugués, sin que la forma desvíe la atención del fondo. Porque su fondo sí que está, el de siempre, con sus temas recurrentes (la dictadura sufrida por su país, las incoherencias religiosas, las convicciones políticas, la lucha por un mundo mejor), sus reflexiones y sus ironías. Su profundidad habitual, pero revestida de la aparente —solo aparente— sencillez del diálogo teatral. En cambio, quienes no soportan su retórica, esos que se atreven a tildarla de pedantería, no apreciarán este libro. Porque Saramago es Saramago, único e inconfundible, ya sea en prosa, en verso o en dramaturgia.

Como cualquier otro escritor, Saramago se planteaba para qué servirían sus libros en el futuro, cuánto tiempo perdurarían en el tiempo. El título escogido para su teatro completo nos lo pregunta directamente: Qué haréis con este libro. Yo, como buena saramaguiana, tengo clara la respuesta: leerlo recreándome en cada frase, recomendarlo a todo aquel que quiera escucharme y colocarlo junto a sus obras hermanas en el estante que tengo reservado solo a ellas, con la ilusión de estar un poco más cerca de tener todos sus libros conmigo y la pena de saber que, a partir de ese momento, no habrá más Saramago que descubrir. ¿Qué haré yo entonces, huérfana lectora a la deriva? Volver a ese estante para reencontrarme con mis viejos conocidos. Ellos siempre estarán ahí para mí cuando necesite una dosis de Saramago, una dosis de lucidez.

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