Sulamita

Sulamita, de Aleksandr Kuprín

Sulamita

Siempre estructuraba sus pensamientos con delicadas expresiones,

 

puesto que una palabra bien elegida es como una manzana dorada

 

en una caja de ónice transparente, y también porque la palabra de

 

un hombre sabio es como agudas agujas y fuertes clavos,

 

y aquellos que las elaboran son los verdaderos líderes.

 

 

Este es un libro extraño. Lo es en sí mismo, más si tenemos en cuenta que Kuprín, el autor, es ruso y la historia que narra Sulamita no es exactamente a lo que los autores rusos de finales del XIX y principios del XX nos tienen acostumbrados, y más extraño aun si al texto sumamos la inquietante sensación que provocan las ilustraciones de Alfonso Rodríguez Barrera. Y es tan extraña que requiere un cierto esfuerzo de aclimatación. Pero cuando uno se sitúa entre tanta mitología clásica y la retórica que le es propia, sólo queda lugar para el asombro ante la belleza de esta tan peculiar como intensa y hermosa historia de amor.

Dejad las disputas: la piedra es pesada, y pesada es la arena, pero el odio del tonto es lo más pesado de todo.

Porque los protagonistas de esta historia son el sabio rey Salomón y la humilde Sulamita, quien fue su verdadero amor, quien no quiso ser su esposa porque su pasión incondicional se encuadraba mejor en la condición de esclava y a quien el destino le guarda una cruel recompensa por pretender vivir de su amor, por su amor y para su amor.

Llévame como un sello en tu corazón, como un anillo en tu mano, porque es fuerte el amor como la muerte, y cruel como el infierno los celos: sus flechas son flechas de fuego.

Pero en Sulamita, Kuprin no se conforma con mostrarnos la bella historia de amor de sus protagonistas, junto con muchas pinceladas bíblicas, no deja de ser una reinterpretación del Cantar de los cantares, muestra a través de varios ejemplos la sabiduría del Rey Salomón en la resolución de las disputas entre sus súbditos. Uno de esos ejemplos es la historia de dos hermanos que disputan por la herencia de su padre, quien se la había dejado a aquel de los dos que más se la mereciera. Salomón mandó que ataran el cadáver del padre a un árbol y que ambos hijos dispararan contra él una flecha. Salomón decidió que la herencia fuese a parar a aquel de los hijos que no fue capaz de disparar contra su padre, mientras que al que lo hizo y le acertó en el corazón lo enroló en su cuerpo de guardia. “Necesito personas fuertes y avariciosas, de mano certera y con el corazón cubierto de lana”. Me ha gustado la expresión. “El corazón cubierto de lana”. Salomón debió ser efectivamente muy sabio cuando quiso elegir para su guardia personal a quienes a la larga han acabado por conquistar el mundo, aunque hayan tardado no pocos siglos. Sin duda en este tiempo han hecho buen negocio quienes tejían semejantes fundas de lana.
De Kuprín sólo había leído El estiércol, una gran obra, y tal vez por eso me haya sorprendido tanto Sulamita, porque no es habitual ver dos caras tan diferentes en un mismo autor. Esta obra, de apariencia tan clásica, debió ser en su momento una verdadera ruptura, una obra que abrió caminos diferentes del naturalismo tan ruso que hasta entonces habían practicado sus  contemporáneos.
Independientemente de estas consideraciones sobre el estilo y la ambientación de la obra, lo que subyace y justifica este texto es una bella y conmovedora historia de amor, la de Sulamita y Salomón, pero me pregunto si en su triste desenlace no quiere Kuprín decirnos algo más, algo sobre la justicia y sobre las clases sociales, porque no es sólo el dolor lo que a la postre nubla el hasta entonces proverbial buen juicio de Salomón a la hora de castigar según cómo y según a quién.

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

Deja un comentario