Un paseo por el lado salvaje

Un paseo por el lado salvaje, Nelson Algren

Un paseo por el lado salvaje

Nelson Algren no es el primer escritor que tiene el honor de que le dediquen una calle en la ciudad en la que vivió, sin embargo es probable que sea el primero al que la presión popular de los vecinos obliga a que le retiren la distinción porque no sólo no se sienten orgullosos de su vecino sino que se niegan a que se les relacione con él. Podría pensarse que es la culminación lógica de una carrera literaria cuyo primer paso conocido fue el robo de una máquina de escribir que llevo al autor en ciernes a la cárcel, pero no, la explicación probablemente sea más sociológica que literaria, porque desde un punto de vista cultural es incomprensible. Debiera ser un honor para cualquier ciudadano del mundo vivir en una calle que recibiese el nombre del autor de un libro tan magnífico como este paseo por el lado salvaje

Pero quédate con esto, chaval, grábatelo bien: nunca juegues a cartas con un tipo que se llame Doc. Nunca comas en un restaurante que se llame Mamá. Nunca te acuestes con una mujer cuyos problemas sean más graves que los tuyos. Nunca dejes que nadie te convenza de chuparte el delito de otro. Y nunca cumplas la condena de nadie. Te lo digo porque yo he hecho todo eso y lo sé bien: no sirve de nada.
La vida es dura si quieres apurarla muy rápido. Pero uno no tiene porqué hacerlo. Pasito a pasito la cosa es mucho más sencilla. Y el dinero no puede comprarlo todo. Por ejemplo, no puede comprar la pobreza.

Esta es una novela dura, una historia de miseria con alma de blues, de uno de esos blues que tienen las corcheas tristes y las fusas amargas, una historia de pobres que se mueven de polizones en trenes de mercancías, que comen cuando pueden pero beben todos los días y cuya peripecia vital se circunscribe a la supervivencia. El protagonista es demasiado buen chico para ese ambiente, roba, viola, estafa y vive de las mujeres, y sin embargo, no sé si por comparación, parece buena gente, pero sobre todo está condenado de antemano por su terrible incapacidad para interpretar la realidad como algo más que una sucesión de cosas que pasan, lastrado como está por su incultura y su incapacidad para leer mi nombre aunque estuviera escrito con letras de medio metro en la pared de un granero. El hecho de que su padre estuviese tan ocupado en abrirle a sus vecinos las ventanas del infierno con sus sermones como para enviarle a la escuela está presente en la vida de Dove Linkhorn durante toda la novela, y aunque al final aprende, aunque consiga leer gracias a los esfuerzos de Hallie, una prostituta independiente que es a su vez presa de otra esclavitud, ya es demasiado tarde para aprender a pensar.

Que los pobres salieran por su cuenta del marasmo y el gobierno ayudara a los que ya tenían más de lo que pudieran gastar: ése era el plan. Pero los bancos de los parques aparecían húmedos por la mañana, tanto si llovía como si no; y hasta comer plátanos todos los días acababa cansando.

La novela transcurre por los días inciertos de la gran depresión, por esos primeros años treinta en los que la miseria corría por las venas de los Estados Unidos y en los que los buscavidas se vieron de repente, a fuerza de costumbre, convertidos en los ciudadanos más dotados para la supervivencia. Narra la peripecia vital de Dove Linkhorn, desde su partida de su pequeño pueblo en el que hasta el polvo del camino era mezquino, hasta su incierto retorno, sin que entre el uno y otro hubiese más felicidad que la fugaz de las ocasiones perdidas ni más satisfacción que la que se vende, en su caso al por mayor, en bares y burdeles. La narración es fría, el autor no juzga a los personajes, simplemente se comportan como son para mal o para peor, sin que parezca que haya otro camino. Los personajes, como Dove, están tan acostumbrados a tomar la decisión equivocada que no parece que exista una correcta. Se detiene el autor muy extensamente en la descripción de la vida prostibularia en una suerte de Estiércol de Kuprin actualizado, que es bien cierto que corta el hilo de la narración un lapso de tiempo demasiado largo, pero es tan pertinente no sólo para la historia sino para el ambiente y la sociedad que describe, que no se puede considerar una ruptura del ritmo sino una necesaria preparación para la comprensión de la historia. Es dura la descripción de la vida de las prostitutas y sin embargo, pese a que el retrato es el de personajes desgraciados, no es tan negativo como el de los demás. Tal vez porque venden menos de los que les roban aquellos que lo venden todo. Si Dios creó algo mejor que una chica, seguro que se lo guardó para sí.

Desde le ventana, lo vio alejarse arrastrando los pies, ahí iba, el chico que ahora sería hombre si ella fuera una mujer, perdiendo el paso por el camino quebrado y, cada vez que tropezaba, a ella le asaltaban las dudas. “No es culpa mía.” Terasina se protegía.

Dove Linkhorn tuvo una oportunidad siendo un muchacho de que las cosas fuesen de otra manera, pero el pasado y su estupidez se ocuparon de no hacerla posible, y a partir de ahí comenzó un camino cuesta abajo salpicado de diálogos brillantes y situaciones inesperadas que tienen la virtud de sorprender con lo previsible y de vidas miserables en las que el amor no triunfa, es cierto, pero al menos sigue existiendo, aunque sea como factoría de desgraciados. Tiene esta novela en estos tiempos al menos una virtud que va más allá de lo literario, demuestra que, pese a todo, hay vida más allá de la crisis.

Un viento a ras de tierra se detuvo lo suficiente para levantar un puñado de polvo y siguió adelante. Aquello había acabado.

Andrés Barrero
andresbarrero@vodafone.es

1 comentario en «Un paseo por el lado salvaje»

  1. Interesantísima novela, al igual que tu reseña; las crisis afectan a las personas y todo se vuelve un poco menos equilibrado, más extremo, con todo lo bueno y lo malo que produce eso; saludos!

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