Darwin. La evolución de la teoría

Darwin. La evolución de la teoría, de Jordi Bayarri

Hace un año, mi hijo pasó una fiebre evolutiva. Se trataba de una colección de cromos llamada Invizimals Evolution, y aunque él ya estaba interesado por los dinosaurios, aquella colección hizo que desde entonces el término “evolución” ejerza sobre él una poderosísima atracción. Luego, un par de visitas al museo de la ciencia han bastado para que un libro con las palabras Darwin y evolución en el título sea recibido con más entusiasmo incluso que un cromo de invizimals.

 

El libro Darwin. La evolución de la teoría nos presenta al científico inglés desde su infancia hasta la histórica publicación de El origen de las especies. Conocemos en él a algunos miembros de su familia, entre los cuales, por supuesto, está su padre, médico, financiero, y papá a la antigua usanza, de los de tú harás lo que yo te diga. Para desgracia de Charles, ya no estaba su abuelo, que también había sido médico, y que había escrito poemas sobre el evolucionismo. ¿No dicen que algunos rasgos hereditarios tienden a saltarse una generación?

 El pequeño Charles desde pequeñito se sintió atraído por la ciencia, y aquí lo vemos mirando embobado las arañas, los saltamontes, y poniendo en práctica un método nada aconsejable de recoger escarabajos. Los deseos de su padre, que quería que nuestro héroe se dedicara a la medicina, se van al garete, dado que Charles no tiene estómago para la anatomía. Curioso en un científico. Y las viñetas en las que Bayarri nos presenta estas pinceladas de la infancia y juventud de Darwin son muy acertadas y divertidas.

 La oportunidad de su vida se le presenta a Charles, como sabemos, con la expedición del Beagle, a la que estuvo a punto de no incorporarse, debido, una vez más, a la oposición de su padre. Finalmente, y gracias a la insistencia de su tío Josh, pudo partir. Todos sabemos lo que observó Darwin en aquel viaje, en el que los pinzones jugaron un papel decisivo en la historia que a ellos mismos los debió de sorprender. No tan conocido es el episodio en que Darwin se enfrenta al dueño de una plantación por tener esclavos trabajando para él.

Tortugas, volcanes y fósiles de megaterios contribuyeron también, en la medida de sus posibilidades, a desarrollar las ideas de nuestro héroe, aunque la teoría de la evolución que durante su vida proporcionaría gloria y descrédito a partes iguales a Darwin todavía se haría esperar unos cuantos años. En cualquier caso, dicha teoría era una especie de secreto a voces en la comunidad científica, y sin embargo es un misionero católico el que muestra al joven Darwin la diversidad de los picos de los pinzones. Cuenta la leyenda que por ahí andaba también una tortuga que conoció personalmente a nuestro héroe y que murió hace tan sólo unos años.

 La última parte del libro nos muestra la relación de Darwin con otros científicos evolucionistas, como Charles Lyell, Alfred Wallace o Robert Chambers, quien publicó de manera anónima Vestigios de la historia natural de la creación. Y es que a la historia le gustan los héroes solitarios, y de la medalla de plata, bronce y todos los finalistas no se acuerda nadie. La verdad es que esta última parte se hace un poquito difícil de seguir para un niño de 8 ó 9 años, pero, en conjunto, Darwin. La evolución de la teoría cumple su cometido a la perfección: acercar a los niños a un episodio crucial en la historia de la ciencia y de toda la humanidad, y hacerlo de una forma muy atractiva, amena y desenfadada.

 Este libro se publicó gracias al crowdfunding, es decir, al mecenazgo colectivo a través de internet. Ello es causa de celebración, y más cuando descubrimos que La evolución de la teoría es el primero de una serie llamada Colección científicos, que va a dedicar los próximos volúmenes a personajes como Galileo o Marie Curie.

1 comentario en «Darwin. La evolución de la teoría»

Deja un comentario