El edificio

El edificio, de David Monteagudo

El edificio

El de cuenta – cuentos es un oficio que, parece, está reservado al público infantil. Pero, ¿y si nosotros, en el mundo adulto, tuviéramos también esas pequeñas piedras preciosas que llevarnos a los oídos durante una noche oscura? De seguro, como lectores ávidos de nuevas experiencias que somos, observaríamos embobados a la persona que, con unas pocas palabras, nos enseña un nuevo mundo en pequeñas dosis, en píldoras de realidad con las que golpear las mentes del público. Y, ¿qué me diríais si os digo que, desde ahora mismo, tenemos a uno de ellos entre estas páginas? Sí, lo habéis acertado: sin lugar a dudas, todos iríamos de cabeza a leer esas pequeñas joyas que se encuentran a salvo, a buen recaudo, bajo la protección de una estructura compleja, como lo es “El edificio” en el que nos moveremos sin saber muy bien a dónde nos dirigimos.

Dieciocho relatos que se mueven de la ciencia ficción a la realidad más brutal. Dieciocho historias en las que meternos de lleno y con las que, a su término, cuando el último punto ha hecho acto de presencia, nos preguntaremos qué hemos leído y lo que ello conlleva.

David Monteagudo es un autor listo donde los haya. No es sólo el padre de esa obra que a todos desconcertó hace unos años, titulada “Fin” sino que, además, es un contador de historias que nos deja con la miel en los labios, que hacen pensar al espectador como si estuviera en una sala del cine y esperásemos que tras los créditos, incluso cuando las luces del cine se han encendido de nuevo, aparezca la solución al enigma que nos ha planteado. Fuera del tópico literario en el que las historias tienen que tener empiece, nudo y desenlace que nos enseñaban en las clases de Literatura en el colegio, nos encontramos en “El edificio” con relatos atípicos, con pequeños cuadros de la realidad, enmarcados con las palabras justas, con las comas y los puntos necesarios para que, según vayas leyendo, según tus ojos se posen en las letras, puedas sentir lo que los personajes nos muestran. Particularmente, una de las emociones que me surgían cuando leía los relatos se puede resumir en desconcierto. ¿Cómo es posible que una escena típica en nuestra realidad como puede serlo, por poner un ejemplo, subir las escaleras a nuestra casa, se convierta en casi un pequeño relato de terror? Después, mientras iba digiriendo lo que acaba de leer, llegué a una conclusión clara donde las haya, ya no había desconcierto alguno: David Monteagudo es un escritor, un escritor con todas las letras. Y me preguntaba cómo era posible que hubiera tardado tanto en escribir, ¿por qué?

Podría describir algunos de los relatos, contar lo que sucede en sus páginas de alguna manera, pero el simple detalle, la simple descripción de ellos restaría originalidad a la propuesta que se nos presenta. Sin duda, este es un libro que disfrutar sin información que la preceda, sólo sabiendo lo que ha sentido la persona que lo ha leído antes que tú. Por ello, cuando vayáis a haceros con él, no preguntéis nada, sólo cogedlo, y empezad a leer. Empezad por el principio como hice yo (uno es metódico hasta con el orden de los capítulos) o coged cualquiera de ellos y disfrutad, comportaos como niños que leen un cuento para mayores, con esa avidez que no perdemos nunca por las buenas lecturas, por las grandes historias que, sin necesidad de muchas páginas, te lanzan un disparo directo a la cabeza.

Por ello, yo os digo: respirad, acomodaos, y después, cuando ya estéis en la posición correcta, hacedme caso, y meteos de lleno en “El edificio”. Después, no querréis salir.

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