Elisabeth

Elisabeth, de Paolo Sortino

ElisabethLa presente obra no tiene ningún valor documental. Así se presenta Paolo Sortino al inicio de esta apasionante novela. Y es que, en el año 2009, todos nos vimos sobrecogidos, mirando el televisor y leyendo los periódicos, que desgranaban el caso de Josef Fritzl y su hija Elisabeth, cautiva durante años en un zulo, y que sufrió todo tipo de vejaciones de la mano del que era la figura que debía protegerla de todo: su padre. Fue entonces cuando todos nos vimos sacudidos por lo que era la maldad en estado puro. Recuerdo que la pregunta que todo el mundo se hacía era: ¿cómo ha podido suceder algo así en nuestro tiempo? Y es que aquella historia parecía sacada de una película de terror que, con una banda sonora angustiosa, nos daba a entender que el mal puede anidar en cada uno de nosotros.

Así en “Elisabeth” nos encontramos con una reconstrucción novelada de este caso, de uno de los casos más horribles que han surgido en el siglo XXI, y en el que nos adentraremos en la vida de una niña cautiva, de una niña que lo pudo tener todo desde que era adolescente, pero que sin embargo, fue como un pájaro enjaulado sin más compañía que unos hijos nacidos del incesto y las visitas nocturnas de un padre que, según sus palabras, todo lo que hacía era porque la quería.

Hay que decirlo de antemano: no es un libro agradable. Pero a veces es lo que nos depara la realidad. Una de las virtudes de este libro es hacernos reflexionar, hacernos darnos cuenta de nuestra propia vida, de que a nuestro alrededor pueden surgir demonios que, sin cuernos ni llamas que lo adornen, parecen de carne y hueso. Según leía “Elisabeth” me iba dando cuenta de cómo ha pasado el tiempo, de cómo nuestras mentes habían olvidado el caso que ocupó portadas en todos los periódicos, y me hacen pensar que, a veces, las desgracias, son algo que degustamos pero que luego olvidamos, haciendo todo lo posible por pensar que lo que ha sucedido ha sido un mal cuento para niños al que no prestamos atención más de una semana. Y es que Paolo Sortino hace un recreación tan fiel de lo que sucedió, o al menos de lo que pudo suceder, en ese búnker que aún hoy me siento tentado a abrir el libro por su primera página e ir desentrañando el poder magnético que tiene esta historia, el horror que envuelve cada una de sus páginas, convertido en literatura, convertido en una historia que te envuelve y no te deja marchar aunque lo intentes. Y seguía pensando mientras leía, y me descubrí a mí mismo comparando al autor con Truman Capote y su “A sangre fría” como una de esas lecturas que diseccionan el alma humana, los acontecimientos que todos, de alguna u otra manera, ya sea como protagonistas o como espectadores, hemos vivido en momentos de nuestra existencia. Y así, como si fuéramos policías en busca de nuestro asesino, nos encontramos leyendo “Elisabeth” con la precisión de un cirujano, intentando encontrar una grieta por la que la protagonista pueda huir, pueda alejarse de aquel horror que, al final, se convirtió en su mundo, en su vida, y recordamos con una nota de pesar en la voz que todo fue por amor, pero, ¿de qué clase de amor?

Paolo Sortino es un pirata que, abordando nuestro barco en el momento en el que nos despistamos, consigue hacerse con toda la tripulación y los tesoros que guardamos. Y, al final, cuando la última de las páginas hace acto de presencia, te das cuenta que el mundo en un búnker es terrorífico, pero que después, cuando la libertad hace acto de presencia, el mundo exterior no deja de ser menos peligroso. Porque al final, todos quisieron hacerse con una parte del pastel. La que mejor les convenía.

Porque no hay que olvidar que todos podemos convertirnos en monstruos.

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