Gottland

Gottland, de Mariusz Szczygiel

Gottland

Una recopilación de reportajes sobre personajes de la antigua Checoslovaquia que se lee como una colección de relatos sobre la psicología de la represión.

En 2009, en su discurso de aceptación del Premio del Libro Europeo por Gottland, el polaco Mariusz Szczygiel se mostraba sorprendido por el éxito en Occidente del libro que “un representante de un país marginal escribe sobre otro país marginal”.  Un país marginal y, además, escasamente conocido más allá de cuatro clichés; un país que ni siquiera existe ya: Checoslovaquia.

A pesar de la poca fe del autor en el interés de los lectores europeos por los “países marginales”, Gottland fue muy bien acogida primero en Polonia y en la República Checa (donde levantó una cierta polémica) y más tarde en Francia y en el resto del continente.  Lo más sorprendente no es que fuera galardonado con el Premio del Libro Europeo, sino que se lo concedieran en la categoría de prosa, a pesar de tratarse de un libro de “no ficción”.  “Por otra parte ―aventura Szczygiel―, tengo la impresión de que en el mundo de hoy pasan tantas cosas que no hace falta imaginarse nada”.

Es una buena explicación pero, sencillamente, mi impresión es que un vez más queda patente que la genialidad no conoce fronteras ni etiquetas.

Gottland se resiste a las etiquetas.  Es un libro que repasa la historia de Checoslovaquia desde los años veinte hasta principios del siglo XXI a partir de biografías reales, rigurosamente documentadas por Sczcygiel e ilustradas con extractos de las conversaciones de autor con sus protagonistas.  Es una obra periodística que, sin embargo, se lee como una colección de relatos.  Funciona como una película documental, de esas que intercalan reconstrucciones de los hechos y entrevistas, que gracias a un notable montaje transformase el frío material de archivo en un poema lleno de nostalgia e ironía.

Con un estilo sobrio que apenas disimula su mordacidad, Sczcygiel da su particular versión de historias como la de los Bata, que a principios del XX, desde un humilde taller de zapatero en Moravia, construyeron un imperio industrial que ya en los años treinta tenía sucursales por todo el mundo y que aún hoy perdura.  Estos pioneros del capitalismo son presentados, a un tiempo, como unos visionarios que levantaron las primeras fábricas modernas del este de Europa y como unos explotadores mesiánicos que aspiraban a controlar cada parcela de la vida de sus trabajadores.

Historias como la de Otakar Švec, autor de la mayor escultura de Stalin del mundo, a cuyo concurso tuvieron que presentarse obligatoriamente todos los escultores checos.  Todos, incluso Švec, hicieron lo posible por no ganar, sospechando la que le caería encima al elegido, y no se equivocaron.

O como la de Lída Baarová, una hermosa actriz que llegó a rodar con De Sica y Fellini, pero que tuvo la mala fortuna de que entre los muchos hombres que se encapricharon de ella estaban Hitler y Goebbels.  Baarová pensó ques u arte estaba por encima de la política, pero unas amistades tan peligrosas la colocaron a merced del temporal de la Historia: pretendida y rechazada sucesivamente por los nazis, los americanos y los comunistas, ella y su familia terminaron en la lista negra.

―Quizá fue quien estuvo más tiempo en la lista negra de la censura de Checoslovaquia ―digo yo.

―De eso nada ―niega la periosdista de cine Eva Zaoralová, hoy directora artística del festival de cine de Karlovy Vary.

―¿Qué?  ¿No estaba en la lista?

―No, no existía ninguna lista de apellidos que no se pudieran escribir o decir en alto.

―Entonces, ¿cómo se sabía lo que estaba prohibido?

―Cada uno tenía que saber por sí solo a quién no se podía mencionar.”

O la de Eduard Kirchberger, escritor de novelas de aventuras y misterio al que tras la invasión soviética se le prohibió publicar por ser burgués y decadente.  Sin embargo, cambió los villanos y fantasmas de sus anteriores novelas por patronos e imperialistas para reconvertirse en Karel Fabián y publicar en 1949 la primera novela socialista de Checoslovaquia, Se trataba de una central eléctrica.

Incluso la de la sobrina de Kafka, escondida de los curiosos en pleno centro de una Praga que se ha convertido en un parque temático dedicado a su genial tío.

Dos personajes aparecen con frecuencia, como si fueran los dos puntos de fuga de la perspectiva checa: por una parte, Václav Havel, escritor y político, ejemplo de compromiso con los derechos humanos y con la libertad de expresión ―compromiso que le llevó a la cárcel en varias ocasiones―; y por otra, Karel Gott, un cantante tan popular por su voz como por su vida amorosa que consiguió mantenerse en la cumbre durante 40 años, gobernase quien gobernase.  Un museo en su honor, llamado “Gottland”, es una de las posibles interpretaciones del título del libro.

Entre los disidentes como Havel y los supervivientes como Gott, Szczygiel recupera la memoria de todo tipo de personajes, famosos o anónimos, atrapados entre los engranajes de la Historia.

A partir de las vidas recopiladas en Gottland, Szczygiel reconstruye la historia de Checoslovaquia ―un cuadro kafkiano, casi surrealista, formado por un collage de fotografías reales―, una historia que los propios checos parecen empeñados en olvidar.

Hablo con un colega que escribe desde hace años acerca de los verdugos y las víctimas del estalinismo, sobre la reticencia de los checos a recordar.

―Eso es por miedo ―dice Piotr Lipiński.

―¿Después de cincuenta años?  Hoy en día, ¿que no debería temer nada?

―Todas las personas con las que quedaste tienen alrededor de ochenta años.  Los últimos quince de libertad no son más que un capítulo de sus vidas demasiado breve para sentirse seguros de que continuará y de que no cambiará.”

Y, a partir de la historia del país, Szczygiel radiografía la psicología de sus habitantes, su extraordinaria capacidad de adaptación ante la represión y la censura y su resignación a respirar a diario esa atmósfera plomiza y asfixiante de la dictadura comunista, tan bien retratada por Kundera o Kertesz en sus novelas.

Los relatos de Gottland abarcan muchos personajes y épocas, pero se centran en la desmedida y paranoica presión que el régimen comunista ejerció sobre todos aquellos que tenían la más mínima significación en la sociedad.  Durante décadas, intelectuales, artistas y políticos, y también médicos, ingenieros o empresarios fueros vigilados, obligados a trabajar en las ocupaciones más bajas y más alejadas de sus capacidades, chantajeados y sometidos al más férreo de los acosos.  A veces hasta límites que rozaban lo ridículo: a la cantante Marta Kubišová la solían arrestar a las tres de la tarde, sólo para que llegase tarde a recoger a su hija al colegio.  Y no sólo se controló a los que se habían significado contra el régimen; todos fueron espiados y perseguidos, por si acaso.

De todos modos, es un libro desprovisto de dramatismo: los hechos y los testimonios hablan por sí mismos.  Incluso a veces es divertido, aunque inmediatamente la sonrisa se congela en el rostro del lector, porque por absurdos que sean los acontecimientos y por sutil que sea la ironía del autor, los hechos narrados son terribles.

Cuaderno de recortes de prensa, libro de historia, revista de cotilleos, tratado psicológico sobre la represión, diario de viaje… Gottland se resiste a las etiquetas porque puede aceptarlas todas.  Es simplemente un libro magnífico, lúcido y sorprendente.  Quizá el autor solo quería ayudarnos a conocer un poco mejor un país por el que siente un innegable amor, pero el resultado ha sido una obra universal por la profundidad con la que retrata las cicatrices que el miedo y la estupidez dejan en el alma de los que los sufren bajo un régimen totalitario.

¿Por qué se sorprendió tanto el autor ante el éxito de su obra?  Supongo que por la misma razón por la que yo no acierto a explicar por qué me ha gustado tanto una colección de reportajes que parecía llamada a pasar desapercibida y que, gracias a la brillante y sugestiva prosa de su autor y a la pasión con la que está escrito, se hace acreedor de cualquier adjetivo menos “marginal”.

Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es
@javierbrr

2 comentarios en «Gottland»

  1. Es un buen libro, pero además nos expone de una forma muy cercana una etapa de la historia (los totalitarismos tras el Telón de Acero) que no deberíamos olvidar. Gracias por tu comentario, Roberto.

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