Una de las muchas definiciones posibles de “clásico literario” podría ser ésta: aquel libro que perdura para siempre, porque su fuerza, su verdad, su mensaje, en suma, su literatura, son igualmente válidas en cualquier época en que se lea. El caso Maurizius, esta joya que para mí era inaudita hasta el momento en que leí su título y su resumen por primera vez, justo antes de decidirme a leerla, responde perfectamente a esa propuesta de definición. Se trata de una novela publicada originalmente en 1928 y que, utilizando la anécdota de un adolescente impresionado por un caso judicial, sienta en el banquillo a una buena parte de la sociedad burguesa de la Alemania y, por extensión, de la Europa de aquella época: juzga sus modales, sus creencias, sus apariencias, sus instituciones, el contraste entre su realidad privada y sus costumbres, relaciones y códigos morales externos, aparentemente sin tacha; éste es su logro más aplaudido y más destacado por los críticos, de forma unánime. Sin embargo, si fuera sólo eso, por ambicioso y significativo que fuese, no bastaría para hacer de El caso Maurizius la obra maestra inmortal e inolvidable que es.
Al lector se puede llegar por la mente, presentando un argumento y demostrándolo; pero se le gana, y se logra permanecer en su memoria, a través de la fuerza de una historia concreta, protagonizada por personajes auténticos y verosímiles. El caso Maurizius es una novela realista en tanto en cuanto hace una crítica feroz de la sociedad de la época del autor, insinuando claramente incluso pesadillas ideológicas que asolarían Europa en tan sólo unos años, poniendo en el centro de su diana el sistema judicial, las burocracias momificadoras donde a nadie ya importa ni el resultado, ni el sentido de su acción; el imperio de una ley que se ha convertido en el fin de los funcionarios de justicia, siendo totalmente irrelevantes conceptos como inocencia o justicia; además, mofándose de los falsos eruditos, a quienes retrata como charlatanes engatusadores de multitudes de burgueses acomodados que asisten a alardes de intelectualidad como quien acude a un espectáculo de variedades; de la mojigatería y de la aparente rectitud moral, del fuerte racismo y de los prejuicios de la sociedad acomodada de la época. Pero, sobre todo, es una novela que da fe de una apasionada creencia en la justicia verdadera, aunque impartirla se convierta, como veremos a través de la lectura de esta historia, no sólo en una misión de tintes heroicos, sino incluso en una verdadera tragedia, en la que ningún acto es sencillo, en la que una decisión aparentemente simple y evidente conlleva consecuencias desastrosas e impredecibles. Es una novela compleja, muy profunda, en la que ningún personaje es perfecto, pero donde todos son auténticos, y nos muestran todos los resquicios de su alma, en su grandeza y en su vileza. Wassermann descuella especialmente en el retrato psicológico, al haber sido, con toda seguridad, hombre y autor extremadamente sensible y atento al detalle, capaz de hacer traslucir la psique y el alma de un personaje a través de sus rasgos físicos y la evolución de éstos a través del tiempo. Gusta de enfrentar a sus personajes en largos diálogos –que, casi siempre, acaban siendo largos monólogos, si bien de un magnetismo inevitable–, donde, curiosamente, tanto el hablante como el oyente encuentran y, a la vez, entregan su verdad; el diálogo provoca cambios en cada uno de los dos personajes, o bien contiene elementos que ayudan –obligan– al lector a cambiar su percepción de ellos, su creencia, en suma. Cada personaje es un misterio para el lector –¿quizá también para el escritor?– y se diría que Wassermann se aplica en desvelarnos ese misterio tanto a sí mismo como a los lectores. Nos hallamos ante el autor del cual, por su sensibilidad, su capacidad de penetración psicológica y su querencia por los débiles y desamparados, cabría esperar una obra como Caspar Hauser.
El protagonista de El caso Maurizius es Etzel Andergast, quien luego se convertiría en protagonista de otras dos novelas. En ésta, se nos presenta con gran detalle a Etzel y su mundo, especialmente a su gran antagonista, que no es otro que su padre, el barón Von Andergast, fiscal general del Estado y responsable de la condena a cadena perpetua de Leonhart Maurizius a la edad de diecinueve años, juzgado por matar a su esposa. Etzel llega a obsesionarse con el caso y, más concretamente, con la inocencia de Maurizius, de la que él no alberga la menor duda. Padre e hijo son opuestos polares: mientras que, para el hijo, el valor de la justicia es el valor supremo y hay que impartirlo y hacerlo efectivo a toda costa, el padre es un legalista de la vieja escuela, escrupuloso cumplidor del derecho escrito, fiscal de gran prestigio y, por ello, de buena posición en las esferas judiciales y en la sociedad en general. El enfrentamiento de Etzel contra su padre y todo lo que éste representa dará inicio a una aventura en la que personajes de vital importancia en la resolución del caso y la revelación de la verdad irán dejando caer sus mentiras y su armazón de apariencias a medida que se vayan enfrentando entre sí y recordando –reescribiendo– el pasado, hasta arrojar la versión verdadera de él; lo harán siempre a través de la palabra, haciendo bueno el proverbio según el cual uno es dueño de sus silencios, pero esclavo de sus palabras. Al mismo tiempo, ese enfrentamiento original, de tintes míticos, del hijo contra el padre, abrirá la puerta a conflictos largo tiempo enterrados, y a fantasmas del pasado que vuelven pidiendo lo mismo que pide Etzel: justicia.
La maestría de Wassermann para reescribir una y otra vez a los mismos personajes y los mismos sucesos, vistos sucesivamente a través de los diferentes personajes que los recuerdan, o incluso de un mismo personaje en diferentes momentos de su vida, es impresionante, así como su agudeza y su inteligencia para escarbar en lo más profundo del alma de sus criaturas, presentándonoslas en momentos, situaciones y episodios que atrapan al lector por cuanto tienen de verdad atemporal, de misterio humano y de emoción humana.
Pero es, como se ha dicho, los múltiples monólogos allí donde brilla especialmente el genio de Jakob Wassermann como escritor, y son inolvidables aquéllos en que Leonhart Maurizius describe el descenso de un joven inteligente y con talento al pozo de la locura y la degradación; pozo negro que, sin embargo, permite destellos ocasionales donde resplandece el espíritu noble y refinado del hombre que, pese a hallarse en una situación de total postración moral y social, jamás pierde de vista su sentido de lo recto y de lo ecuánime; también son memorables los párrafos, hijos de una mente experimentada y sabia y de un espíritu sensible, donde Wassermann expresa las verdades últimas de la vida y del tiempo, lecciones que ni siquiera el bregado y castigado Maurizius ha conseguido aún aprender:
“El tiempo es a veces bondadoso y sepulta las cosas, y otras es cruel y las desentierra; pero siempre es todopoderoso, pues revela despiadadamente el valor exacto y las relaciones reales de lo que al ojo humano le parece un orden inextricable y un oscuro misterio. Cuando la distancia necesaria nos proporciona una visión clara de las cosas, descubrimos una simplicidad primigenia que sólo se ve superada por la simplicidad de los destinos (…). Quienes creen poder justificarse ante Dios, o explicar la compleja trama de sus vidas convirtiendo las cosas simples de este mundo en un misterio grandioso, son los auténticos condenados, pues nadie podrá salvarlos de sí mismos”.
1 comentario en «El caso Maurizius, de Jakob Wassermann»