Reseña del libro “La vuelta al mundo en 80 aves”, de Mike Unwin
En este año que se celebra el V centenario del final de la expedición que dio la primera vuelta al mundo, me he preguntado muchas veces qué maravillas me estoy perdiendo apoltronada en mi pequeño rincón de la ciudad. No es sencillo dejarlo todo y echarse la mochila al hombro en busca de aventuras. Si ya nos cuesta superar el cansancio de la semana, no digamos tener que aparcar las responsabilidades o superar las típicas limitaciones que nos impiden realizar un viaje así. ¡Aunque lo deseemos con todas nuestras fuerzas! Por eso, cuando apareció este libro de La vuelta al mundo en 80 aves de Mike Unwin (Blume Editorial) fue como si se abriese una ventana, grande y colorida, por la que los amantes de la naturaleza, como yo, podíamos introducir la cabeza y saciar esa curiosidad enquistada.
De entre los grupos de animales a lo largo de la historia, las aves son las que han inspirado más nuestro arte en todas sus formas. Y es que, admitámoslo sin desmerecerlos por ello, los mamíferos nos gustan porque nos parecen tiernos, porque nos resultan prácticos en nuestro día a día y, al pertenecer a este grupo, empatizamos más con su biología. Pero son las aves, con su punto orgulloso y sus extraordinarias habilidades naturales, las que nos parecen gráciles, elegantes, majestuosas, imponentes y sabias. A veces todo a la vez. Esto y mucho más se refleja en el libro.
La vuelta al mundo en 80 aves clasifica ochenta especies por región del planeta, relaciona cada una como característica de un país en concreto —aunque su distribución pueda ser más amplia— y explica de qué modo está relacionada con los humanos. Por tanto, no solo nos narra detalles de la especie, de su forma de vida y su ecología, sino que, según el caso, nos muestra la huella que han dejado en nuestra sociedad a través de la historia, la mitología, la literatura, la música (el arte en general), la ciencia, la producción y, si el dato resulta relevante, incide sobre su estado de conservación. Se intuye que el casting ha sido muy duro, ya que la elección de especies no muestra especial preferencia por las más llamativas o conocidas —que también las hay—, sino que prioriza la diversidad y la información específica que la relaciona con una cultura en particular.
Me he quedado más que satisfecha con este viaje de papel que comienza en África y termina entre islas. Os cuento que en Uganda creí ver un dinosaurio y que en Reino Unido floté en el aire durante más de dieciocho meses, ¡sin tocar el suelo ni una sola vez! Que en mi paso por China ascendí atravesando las más altas montañas sin ayuda de una botella de oxígeno y que en Chile me convirtieron en una deidad. Además, he sido cuña en monedas y estandarte de banderas. Entre lo grandioso, también he tenido tiempo de relajarme con asuntos más mundanos. Aquí entre nosotros, me he enterado de que hay algo que huele a podrido en la abubilla ¡y no es la única! Y me contaron que Benjamin Franklin tenía otra opinión sobre qué ave hubiese representado mejor a los Estados Unidos.
No se trata de una guía de identificación de aves, aunque las ilustraciones de Ryuto Miyake son tan precisas y exquisitas que bien pudieran servir para algo así. Además, la edición en tapa dura está muy bien cuidada y las imágenes son de mural. Cada narración se acompaña de un buen puñado de ellas. Así, podemos ver los impresionantes apartamentos del tejedor republicano y los más modestos pero firmes del hornero común; bandadas de flamencos enanos alimentándose en el lago Nakuru; recolectores de plumas de éider en su búsqueda manual de relleno para almohadas y edredones; las penetrantes miradas de las águilas, sorprendidas en plena caza; el útil paso de baile de la grulla manchú; el rocambolesco peinado del hoazín; el particular perfil estético del cálao de yelmo; el esfuerzo que ponen algunos como el pergolero o las aves del paraíso para cortejar a la hembra o, como opción de vida más minimalista, una bonita estampa de una cría de charrán blanco con su progenitor.
He convivido lo suficiente entre ornitólogos como para afirmar que la veneración por las aves traspasa el fanatismo. Es tal la pasión que profesan, tanto aficionados como profesionales, que cualquier avistamiento o canto inusual les alegra el día como si se tratase de su propio cumpleaños. Por algo existe el turismo ornitológico. ¡Y atrae a gente que viene de muy lejos! Por eso sé que un libro como este de La vuelta al mundo en 80 aves hará que se les ponga la mirada golosa, como poco. Pero no hace falta saberse todos los géneros del mundo para disfrutar de un tomo como este. Cualquiera puede explorar sus páginas de la manera que prefiera. Por ejemplo, puedes tomártelo con calma, leyendo una historia cada día antes de ir a dormir, y completar la vuelta al mundo como Willy Fog. Hacerlo por región, por país, o saltando de una a otra de modo aleatorio, como si hicieses girar con una mano el globo terráqueo, y leer ahí donde caiga el dedo. De todas formas, el deleite está asegurado.
Y para quien quiera complementar, he estado haciendo de detective y he encontrado dos libros más editados por Blume que solo con verlos se me cae la baba: «La vuelta al mundo en 80 plantas» y «La vuelta al mundo en 80 árboles», también relacionados con historias humanas. Ahora siento la necesidad de encontrarlos y reunirlos en la estantería con su hermano. ¡Nadie dice que se pueda dar la vuelta al mundo una sola vez! Al fin y al cabo: «El mundo… no se ha parado ni un momento…».