Sarna con gusto, de César Pérez Gellida

 

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La semana que viene César Perez Gellida estará firmando libros en Bilbao. Tengo la firme intención de acudir así que ese evento me ha dejado en una tesitura de difícil solución. ¿Qué hago? ¿Digo todo lo que me viene a la cabeza? O por el contrario ¿intento racionalizar las sensaciones que me ha producido la lectura del libro? Tras la puerta número uno hay dos opciones por parte del autor: un aplauso o una hostia. Tras la puerta número dos el panorama no es mucho mejor: un bostezo o un asentimiento con la cabeza. Ante esta, cuando menos, poco halagüeña perspectiva, creo que no voy a hacer ni una cosa ni otra y voy a intentar (salvando las distancias) “aporrear” el teclado todo lo bien que pueda.

Ayer terminé de leer Sarna con Gusto, de César Perez Gellida y aún estoy digiriéndolo. Así de saque, en caliente, lo que puedo decir es lo siguiente: Sarna con Gusto es el mejor libro que he leído en lo que va de año. Sin medias tintas. Una joya. Buenísimo. Magistral. Pero ojo, que no es una novela negra al uso. No de esas cosas suecas en las que la sangre se filtra por debajo de la puerta y chorradas así. No no. Ésta es de las novelas en las que una garra te atenaza el estómago cuando la lees. Te lo atenaza cuando paras de leer y hasta cuando ves la portada. La lees con los ojos entornados, como cuando ves “The Ring” por primera vez. Aún sigues con el estómago encogido cuando escribes la reseña. Joder César, esto no se hace…

César Pérez Gellida nos vuelve a engatusar con su prosa. Una prosa cuidada, bella, culta y muy accesible. Una prosa que siempre te enseña una palabra nueva, una que no sabías. Una de esas que parece que solo encaja en esa maldita frase en la que el autor la ha colocado. Solo encaja cuando lo lees con “esa voz”. Creo que ese es es concepto. He leído acerca del “género Gellida” pero creo que la cosa no va por ahí. No hay un género Gellida por el simple hecho de que nadie va a poder escribir nada igual. Lo que sí que existe es algo que trasciende del género. Para mí, existe la “voz Gellida”. Esa voz que hace que identifiques al autor en cualquier texto. De hecho apuesto a que muchos seríamos capaces de identificar un texto sin firmar de César entre muchos otros, leyendo solamente un capítulo. Lo mismo pasa con autores como Stephen King o John Verdon. Tienen una voz que los hace únicos. Y César es único.

Único también, es el enfoque de la trama. Sarna con Gusto es la historia del secuestro de Margarita, una joven de buena familia de Valladolid. Un secuestro visto desde la óptica de todos los actores: secuestrada, secuestradores, policía y familia haciendo buena la afirmación de Urtzi (que es quien firma el maravilloso prólogo del libro) de no saber si César Pérez Gellida ha sido secuestrado o secuestrador en alguna otra vida. Margarita ve cómo pasan las horas mientras la incertidumbre de si la estarán buscando le hará tomar sus propias decisiones que, indudablemente, afectarán de diferentes maneras al resto de personajes.

Los personajes de César son lo de siempre. Magistrales. Son reales. Son malditas personas otra vez. Y esto se ha convertido en rutina. Ayudado por las miles de páginas que han ido esculpiendo personalidades, estamos probablemente ante el grupo de personajes mejor construidos del panorama literario español actual de novela negra. Sufrimos con Ramiro Sancho y su equipo. Queremos a Erika y a Ólafur como a unos familiares que vienen a visitarnos con frecuencia. ¡Hasta el maldito perro tiene personalidad propia!

Una descripción del alcoholismo tan explícita y realista que asusta. Metáforas que cristalizan en conceptos tangibles para ahorrarnos tediosas explicaciones. Diálogos rápidos y cargados de intención. Maravillosos. Enriquecedores. Diálogos que son como combates de boxeo y un “soliloquio” que es lo más brillante que he leído en los últimos años. Bravo César. Y por cierto, hay otra cosa que debo señalar de manera obligada. Yo soy de Bilbao y hay cosas de las que habla el autor en el libro, que por lo que sea, conozco de cerca. Solo puedo decir una cosa: ole tus santos cojones. Ya sabes a lo que me refiero. Chapó.

Historias entretejidas con una precisión temporal y rítmica que hacen que la separación entre capítulos sirva para recordarte que debes comer y beber algo. Incluso dormir, porque la lectura de Sarna con Gusto hace que no pares de darle vueltas a la cabeza. Vueltas porque ves que la novela tiene tal dimensión que no sabes cómo la va a cerrar el autor. Y es que cuando lees a Perez Gellida, Gómez-Jurado y compañía, te das cuenta de que los libros que han publicado son solo la punta del iceberg. Que hay algo detrás tan enorme e interconectado que no lo vas a entender si no te lo explican. Lo intuyes, pero nada mas. ¿Sabéis una cosa? yo, cuando me enfrento a un libro de éstos tengo la sensación de estar delante de alguien que es mucho más listo que yo, pero que no me trata con condescendencia. Y cuando encuentro un autor así, que me explica las cosas y se preocupa de que disfrute, me entrego plenamente a la experiencia. Hay pocos autores tan generosos como éstos en el sentido de ser capaces de preocuparse por que te sumerjas en su obra y la disfrutes plenamente, ya sea con un tuit o contestando un mail. Gracias, de verdad.

Dicho esto, recomendar que se lea a César Pérez Gellida sería una redundancia. Decir que se debe considerar “Memento Mori”, “Dies Irae” y “Consummatum Est” como estándares del género “noir” sería una algo cuasi palmario. Decir que debéis leer Sarna con Gusto cuanto antes sería, incluso, oneroso. Así que no lo voy a decir y con esto termino.

Ante esto, y una vez mi propia jauría satisfecha al vomitar todo esto en negro sobre blanco, solo me falta avisar al penitente lector que ha llegado hasta aquí, de dos cosas: La primera, que la semana que viene, César Pérez Gellida no se va a librar de mí hasta que me firme todo, me diga dónde conseguir una camiseta de las “sarnosas” y sobre todo me conteste una pregunta que me atormenta desde que acabé de leer la novela. La segunda es   que, sin que él lo sepa, se ha filtrado un capítulo nuevo de nuestro pelirrojo protagonista. Como diría el “Chimuelo”, espero que César no se me enoje si os lo copio aquí para que la paséis a toda madre. Cuídense amigos y sigan leyendo al calvo.

Comisaría de distrito de las Delicias
C/ Gerona, s/n (Valladolid)
26 de mayo de 2016

El inspector Sancho había pasado la mañana con la pelirroja barba metida entre papeles. Los informes se habían ido apilando alrededor de su escritorio, sin más orden que el azar, sin más concierto que cualquier pleno del senado. Una mañana vacía, una mañana perdida, una mañana sin nada que reseñar, como hacía meses que no tenía una. Eran las dos de la tarde y mientras disfrutaba de la placentera sensación de hastío, un rugido nacido de lo más profundo de su famélico vientre le devolvió la la realidad.

– Hora de comer- anunció el pelirrojo en voz alta lanzando una invitación a los presentes.

– ¿Has visto al pájaro que nos han metido en la jaula esta mañana? – Inquirió Peteira sin levantar la vista de su teléfono móvil – Da un mal fario del carajo.

– No me he enterado. Llevo toda la mañana ensayando la caligrafía con el papel higiénico de Travieso. Es de culo duro, el cabrón. – contestó Ramiro Sancho mientras se levantaba al tiempo que se ponía la cazadora. – Te apuesto el menú a que es uno de los carteristas de los que hablaba antes Botello.

– ¿Apuestas sobre carteristas? Como dicen en mi tierra: “Con tu mujer y con el dinero no juegues, compañero”- canturreó el gallego con la vista aún clavada en la pantalla del teléfono.

– “Entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero”, replicó. Voy a ver a ése. Dame cinco minutos y nos vamos a comer, que “el estómago vacío es un mal consejero” – contraatacó con rintintín el pelirrojo mientras salía por la puerta.

En los treinta segundos que tardó en llegar al piso de abajo, tuvo tiempo de saludar a Torres, a dos de la secreta y a Mateo Marín, uno de los de la científica. Al salir del ascensor vio a Botello a la puerta de la sala número uno de interrogatorios y se dirigió hacia él.

– Áxel, ¿comemos? – Preguntó Sancho al tiempo que levantaba sus pobladas y rojas cejas.

– ¿Comer? Joder jefe, mira a ese. Lleva así una puta hora.

Botello levantó la cabeza señalando a través del cristal espejado a un tipo de metro ochenta y cinco, enfundado en una sudadera negra con la capucha puesta y la vista fija en algún punto de la mesa. Aquel bigardo transmitía tanta calma como recelo, tanta tranquilidad como desconfianza. Tanto era así que cuando Ramiro Sancho entró en la sala, mantuvo los brazos sobre la mesa, con los dedos entrelazados y dibujando círculos con los pulgares.

– ¿Piensas moverte o llamamos al taxidermista? Me han dicho que llevas así una hora. Te tienen que estar matando las cervicales. – Ramiro Sancho rodeó la mesa para ver la envergadura de aquel hombre en toda su magnitud.

– No hay pan sin afán. – Contestó el recluso.

– Coño, nos ha salido redicho el reo. Pues “de la mano a la boca, se pierde la sopa” así que no me toques los cojones y dime lo que has hecho, que ya es hora de ir a comer. Estoy muerto de hambre.

– Matar. Matar mucho y matar bien. – Mientras el recluso pronunciaba las palabras con hórrida parsimonia, levanto la vista clavando sus ojos en los del pelirrojo inspector.

Los ojos de Ramiro Sancho se abrieron como platos. No lo podía creer. Estaba allí, delante de él.

– Joder, eres tú. – El inspector no daba crédito a lo que estaba viendo.

– Es una manera de decirlo, sí.

– ¡Y tienes los cojonazos de presentarte aquí! Eres un jodido psicópata. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué lo haces? ¿¡Por qué no debería meterte ahora mismo una puta bala entre los ojos!?

– Por que yo guío tus designios. Lo hago por ellos. Ellos me lo piden. Pero eso no es lo que me ha traído aquí. He venido para avisarte.

– Avisarme… Avisarme ¿de qué? , ¿Acaso no me has jodido ya bastante la vida?

– Es posible que sí. Pero también es posible que no. Todo depende del cristal a través del que se mire. El destino está escrito. Por lo menos una parte. No todo depende de mí. Yo soy un mero transmisor de la palabra. Una especie de… juglar.

– Tócate los cojones… ¿Y qué es lo que has venido a decir? ¡Habla!

– Vengo a decirte que te prepares, mi buen amigo. Que intentaré ayudarte, pero todo no depende de mí. No me culpes de lo que vino, ni de lo que vendrá. “Nuestro bien y nuestro mal no existen más que en nuestra voluntad”.

Ramiro Sancho se levantó como un resorte al oír el refrán y dando una patada a la puerta de la sala enfiló el camino de salida dejando al recluso atado a la mesa y con un palmo de narices. En su iracundo rostro ya no asomaba el hambre sino una mirada de rabia contenida que, por casualidad, se cruzó con la de Axel Botello.

– ¿Todo bien jefe?- inquirió Botello.

– Quédate en la puerta. ¡Que ese cabrón no salga de ahí, por tu madre!. – Contestó el pelirrojo sin detenerse.- Ese que tienes ahí es el causante de toda esta mierda, ¡joder!

– ¡Jefe! ¿Pero se puede saber de una vez quién es este tío? – Gritó Botello.

Ramiro Sancho se detuvo, se giró y después de una fugaz vistazo a la sala de interrogatorios, contestó:

– ¿Que quién es este tío? ¡Hay que joderse!… Ese tío…se llama César Pérez Gellida.

Gorka Rojo (@gorka_rojo)

 

4 comentarios en «Sarna con gusto, de César Pérez Gellida»

    • Lee la trilogía y lee Khïmera! Son unos libros asombrosos y verás como encajas un montón de cosas que aparecen en Sarna con Gusto.
      Léelo y me cuentas!
      Un beso Natalia! por cierto, tienes un blog que me encanta y que sigo mucho! Ya te lo había dicho?

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