Teatro fantasma

Reseña del libro “Teatro fantasma”, de de Ismael Orcero Marín

TEATRO FANTASMA

Mi primer acercamiento a Ismael Orcero Marín fue con su debut literario, El fin del mundo, una antología de diez relatos, donde había mucho humor, realismo mágico y hasta ciencia ficción. Repito ahora con Teatro fantasma. A simple vista, parece otra antología, en esta ocasión de catorce relatos, pero la verdad es que se trata de una obra diferente, mucho más intimista.

En lugar de relatos, diría que son hojas de un diario. Retazos de vida con el hilo conductor del teatro fantasma de Ismael Orcero Marín, es decir, el álbum fotográfico de sus padres, en el que aparecen su infancia, seres queridos (los que están y los que ya no) y momentos felices. Porque los teatros fantasmas de «todas las familias tienen prohibido guardar memorias de las tristezas», aunque al verlos también nos las evoquen.

En estas catorce historias cortas (creo que ninguna sobrepasa las cuatro páginas), Ismael Orcero Marín nos habla de casas habitadas de fantasmas, que no son otros que los que vivieron antes en ellas y dejaron algo de sí entre las paredes; de la infancia, que es el verdadero hogar, aunque a menudo nos alejemos de él; de esas personas que estuvieron de paso y que se quedaron para siempre en el recuerdo, a saber por qué; de esos objetos (una cafetera, un telescopio) y esos actos aparentemente anodinos (un desayuno, la compra en el mercado) pero rebosantes de significado; de la sabiduría que se esconde en la gastronomía y de ese salto generacional entre padres e hijos, más llamativo si uno se fija en los pequeños detalles.

No solo se queda en lo cotidiano, también plasma una generación devastada por la crisis, las promesas falsas de la migración, el miedo constante a la miseria y esta sociedad que vive de las apariencias. No hay que olvidar que el autor nació a finales de los setenta y que la crisis de la pasada década lo pilló de pleno, por lo que sabe bien de lo que habla. Y, sobre todo, en Teatro fantasma retrata las pérdidas más dolorosas, la de una madre y la de un hijo.

Tanto el propio Ismael Orcero Marín en el epílogo como Javier Tortosa, que firma el prólogo, admiten que en estas historias hay algo de exageración y fantasía. Pero es innegable que hay mucha verdad, y no solo por las referencias autobiográficas y las fotos personales que ilustran Teatro fantasma, sino por lo que transmite en cada una de sus páginas. A pesar de la sencillez de la prosa y de lo relatado (o precisamente por eso), el autor nos hace sentir la pérdida, la frustración y el hastío, pero también se vislumbra liberación, ironía y reflexión. Al fin y al cabo, estas historias son un recorrido vital desde la perspectiva que da la etapa adulta, donde los recuerdos se convierten en una forma de «digerir nuestro ahora, para atrevernos a continuar en el mañana».

Te advierto que, si te atreves a asomarte al teatro fantasma de Ismael Orcero Marín, es muy probable que acabes en el tuyo. Quizá duela, pero resultará sanador.

Deja un comentario