No recuerdo que me contasen cuentos de pequeño, al acostarme. Qué puedo decir: mi padre trabajaba hasta la madrugada fuera de casa, mi madre lo hacía dentro y bastante tenía con llegar al final del día con toda la labor hecha como para encima meterse en el dormitorio conmigo hasta que me quedase dormido. He tenido parejas con las que lo he intentado, intermitentemente, y nos hemos leído a última hora de la noche, pero el resultado de esas sesiones muy pocas veces terminaba siendo el sueño. Así que creo que desconozco esa sensación dulce de dejarme llevar a la inconsciencia mientras alguien me susurra al oído en el lecho.
En estos días en casa paso más tiempo que nunca sentado, tirado en el sofá, echado en la cama. Los ratos que no trabajo a distancia, la mayor parte del tiempo leo. Unas cuantas de esas noches me he llevado este Boulder a la cama, y juraría que he podido tocar con la punta de los dedos esa impresión de arrullo que casi me es ajena. En jornadas como estas, de ciudades anestesiadas y en silencio, en cada sesión la voz monocorde y tranquila de la protagonista me ha tejido detrás de los ojos una cortina de seda que usurpaba sin ruido la consciencia hasta terminar deshaciéndose de ella. Y, en pleno estado de alarma, he dormido como un bebé.
Ahora bien, aunque Eva Baltasar sí cumple con una de las premisas básicas de los relatos nocturnos y nos lleva a islas remotas, ni su cuento tiene príncipe, ni sus dos princesas son pura virtud ni tiene una moraleja. Su protagonista resulta primaria y violenta, una rebelde latina a la que conocemos cocinando en fogones exóticos , bebiéndose la vida a tragos larguísimos y que solo se remansa (un poco) cuando aparece una fuerza de la naturaleza opuesta pero igual de irresistible: Samsa, una diosa nórdica, inabarcable, que la termina por fin amarrando al puerto de la cotidianidad. En su lucha interior contra el complejo de Peter Pan está el núcleo de Boulder, en la pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿ha llegado el momento de sentar la cabeza y adentrarse en la maternidad? Si es así, ¿por qué me sabe tan mal hacerlo?
Boulder conserva las principales virtudes que ya exhibió la autora en Permafrost. Un lenguaje profundamente lírico sin caer en la sensiblería, una reflexión constante y profunda que relega la narración a un mero instrumento, una capacidad maravillosa para conectar las dudas y los problemas de una protagonista “fuera de la caja” con los nuestros. Como ya he dicho, aunque el tono es reposado, las verdades como puños que suelta la protagonista arañan, y su comportamiento no es nada edificante, lo cual no hace sino añadir valor al conjunto.
Por tanto, así como Eva Baltasar me maravilló el año pasado, me ha seguido convenciendo ahora. Más incluso, porque en estas semanas excepcionales he encontrado la pausa y la concentración necesarias para empaparme por completo de esta nueva entrega, y el efecto se ha multiplicado por diez.
Buen comentario.
me enccanta
¡Gracias!