Salirse del guión es una cosa que se me da bastante bien. Ni siquiera iba a empezar esta reseña hablando de esto. Así de bueno soy. Acabo siempre esquivando las balas y los conflictos de un modo preocupante. Y justo así me vi entre las páginas de Cómo se hizo La guerra de los zombis. Creo que huía de algún otro libro al que no quería hacer frente y acabé leyendo este otro donde el protagonista también está huyendo de todo lo que se le viene encima. Y así estamos, él y yo, viendo cómo las cosas que deberíamos enderezar acaban más torcidas por nuestra decisión de no actuar. No, no estoy proyectando. No estoy leyendo entre líneas mi propia biografía. Solo digo que Aleksandar Hemon ha llegado para hablarnos de ese nuevo personaje que abunda en las novelas de las editoriales independientes y en las películas propias de Sundance. Sí, el escapista moderno tiene su propia producción audiovisual y cuenta con toda una bibliografía para radiografiarlo. Es fácil identificarse con él. Cómo se hizo La guerra de los zombis es el último signo divisado del florecimiento de los huidizos. Aquí no hay zombis al uso. Aquí lo que huele a muerto y no deja de perseguirnos es nuestra necesidad de madurar.
Josh Levin, protagonista y causante de que hoy esté aquí hablando de esta novela, ha pasado la treintena y su futuro sigue siendo bastante incierto. Trabaja de profesor de inglés para inmigrantes hostiles y sueña con ser el próximo guionista en parir el blockbuster del siglo. Sus guiones no son nada del otro mundo, aún. Y la relación que mantiene con su novia es del todo normal, aún. Tras un momento de debilidad, una serie de consecuencias del todo inimaginables empezarán a acampar a sus anchas en el salón de nuestro protagonista. Hay mujeres, infidelidades, maridos trastocados por la guerra, la sombra alargada del 11S y un casero con una katana dispuesto a usarla. Todo lo que parecía controlado y seguro pierde su estatus para convertirse en un campo de minas que Josh se verá forzado a cruzar. Todas las posibilidades en las que un desastre puede manifestarse se verán recogidas en estas páginas. Una transición de niño a adulto a marchas forzadas que pondrá en perspectiva qué relación mantenemos con lo extraño y lo familiar.
No había leído nada de Hemon hasta la fecha. Ni siquiera su aclamada novela El proyecto Lázaro. Y por lo que leo, nada de lo escrito por él anteriormente se parece a este Cómo se hizo La guerra de los zombis. Lo cierto es que no recuerdo nada parecido en general. A esta locura programada para que estalle en cualquier momento. Es decir, los indicios están ahí. Toda una serie de personas de distintas nacionalidades incapaces de negociar entre sí, apostando por su forma de hacer las cosas. Decidiendo cómo hacer frente a la traición o a la falta de esperanza. Sin contar siquiera con una lengua vehicular que los haga llegar a un punto de entendimiento, pero sabiendo que existe una serie de ideas universales que pueden mitigar cualquier carencia comunicativa. Porque tras todo el humor y el disparate con el que Hemon carga su novela, todo gira en torno a un acercamiento a algo que nos es ajeno y que tenemos a las puertas. Ni el extranjero es un bárbaro. Ni el zombi en esta novela es un monstruo. En la mayor parte de su recorrido, lo que nos asusta y los que nos atrae vienen a ser lo mismo. Y ahí radica la magia del texto de Hemon. En el darse cuenta de que todos estamos conectados. De que todos albergamos el miedo suficiente para convertirnos en un monstruo bajo las circunstancias adecuadas.
Las guerras sean del tipo que sean acaban generando historias de gente desubicada. Personas que no pueden volver a casa y que anidan en territorios que se encuentran fuera de su entendimiento. Hijos que se integran a pesar de sus padres desarraigados, la fuerza de la semilla que evoluciona de la planta madre. El conocimiento del entorno a cambio del conocimiento de la huida. Y así vamos hilando más y más el relato del regreso, el hogar que perdimos en el fuego. Recordar Palestina o recordar Estados Unidos antes del 11S o recordar Bosnia. Nada de eso es válido para el hijo, que avanza a trompicones y busca ese otro lugar imposible de encontrar mirando atrás. La de Hemon también es una novela de guerras perdidas y de guerras internas con uno mismo por no poder ser la mejor de las versiones. De guerras zombis como metáfora de muchas otras cosas que hacemos por inercia sin entender bien por qué. Hacerse adulto es el fin de mucho de esos conflictos. Madurar es un alto al fuego difícil de negociar. Porque las guerras sólo continúan mientras los dos bandos sigan en las trincheras. Mientras nadie decida pasarse cargado de empatía por los terrenos conquistados del enemigo y pueda mirarse a sí mismo desde los ojos del otro.
Sergio Saborido (@Sergsab)