Cuentos de tatuajes

Reseña del libro “Cuentos de tatuajes. Una antología de tinta (1882-1952)”, de John Miller (ed.)

Lo confieso. Soy víctima de la moda de los tatuajes. Empecé con los piercing al final del siglo XX y pronto metí tinta bajo mi piel. Como dicen, es algo adictivo. Nunca lo viví como un acto de rebeldía o desde la marginalidad como alguno de los protagonistas de los relatos recogidos en esta deliciosa edición de John Miller editada ahora por Alba. Más bien, fue un acto de reafirmación: “el tatuaje arrastra el aura estereotipada de la otredad” (p. 77).

Cada tatuaje por sí solo es una historia, tiene un trasfondo y simboliza un concepto. Además de servir para identificar sucesores en la herencia o cadáveres irreconocibles. En Cuentos de tatuajes. Una antología de tinta (1882-1952), el valor del acto de tatuarse o ser tatuado, depende del protagonismo del que pone la piel, varía a lo largo de las épocas y de los sectores sociales de los personajes. No es comparable la geisha adolescente sedada en el cuento de Tanizaki (El tatuaje) al marinero con el ancla azul del que se enamora la protagonista en el relato de Hjalmar Söderberg (El ancla azul). Pero, “¿qué tienen de ofensivo, ahora que hasta la Barbie los lleva?” (p. 12).

Antes de que los hipster asimilaran la subversión como una moda ejerciendo de agentes de control de la sociedad del espectáculo (Guy Debord), exótico y sadomasoquista han sido juicios constantes alrededor de las personas tatuadas. “El tatuador disfruta con el dolor que su arte inflige a sus clientes” (p.113). Es un debate abierto claro pero para mí la clave es que es un dolor “elegido” y con un sentido personal, relacional y social.

Me hubiera gustado leer más autoras en esta recopilación. Cuentos de tatuajes selecciona a grandes voces como Roald Dahl o James Payn. La mujer incluida es Mary Raymond Shipman Andrews, que incluye en su relato “El tatuaje” una de las más bonitas descripciones de lo que es un cuento, porque al fin y al cabo es la misma idea de tinta la que traza el negro sobre el blanco del papel, que la de las líneas sobre la piel. “Un cuento se construye así: una taza de amor, una cuchara de heroísmo; aventura y color local; un pellizco de humor para darle sabor; removerlo todo; sangre suficiente para que tenga un buen color rojo; cocerlo en el horno del entusiasmo” (p. 88). 

Esta reseña tendría que terminar con un giro de guión como muchos de los relatos recogidos, con desapariciones misteriosas para quitarle la piel tatuada por un gran artista o con incursiones en los sueños por la magia de un tatuaje facial (no doy más pistas para no hacer spoiler). Sin embargo, como el final de un tatuaje, no termina cuando la tinta deja de entrar en la piel y el ruido de la máquina eléctrica con sus agujas deja de sonar. La herida debe cicatrizar y tienes que limpiarla y cuidarla hasta que salga todo lo que sobra. Así, te invito a leer cada cuento con el reposo, la calma y el silencio deseable tras cada tatuaje, para que penetren en tu experiencia sus resonancias.

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