Reseña del libro “El año del Búfalo”, de Javier Pérez Andújar
Hay a una persona delante de mi mesa en el trabajo con quien suelo comentar los libros que voy leyendo. Como una especie de oráculo de Delfos literario, ella lo ha leído todo, y si no lo ha hecho conoce el libro, al autor, las historias que envuelven lo que estoy leyendo. Ella escucha, asiente, comenta, aconseja y recomienda. Digo esto porque la conversación fue larga al hablar de El año del Búfalo y, claro, es el libro que reseño hoy, y por tanto tenía que contarlo, ya me conocéis. Antes de que se me olvide, El año del Búfalo es la nueva novela de Javier Pérez Andújar, aunque se ve que llevaba muchísimos años trabajando en ella, y este 2021 se ha llevado el Premio Herralde de Novela que da Anagrama.
Lo primero que pensé al empezar el libro fue: ¿qué fumaba el jurado cuando decidió que este libro tenía que ser el ganador del premio? He dicho libro y creo que este es un aspecto importante a comentar, porque también antes he dicho novela y porque el premio es de novela pero el propio autor (o yo no sé ya quién es el que habla) dice en el epílogo que «no hay manera de llamarlo novela». Y es verdad, aunque lo sea.
Comentaba lo de fumar y no es una queja, fui de los que se puso muy contento cuando conocimos que Pérez Andújar había sido el ganador (aquí mi reseña de La noche fenomenal). Pero claro, viendo y habiendo leído los últimos ganadores sorprende la ruptura que aquí se ha hecho. Sorprende y se agradece. Que siga habiendo sorpresas de este tipo en el sector.
En El año del Búfalo nos encontramos con mucha gente, pero sobre todo nos encontramos con Folke Ingo, un escritor finlandés enamorado de España, que nos cuenta la historia de cuatro personas, artistas desencantados con el mundo, los cuales deciden encerrarse en un garaje y ver la vida irse. Durante su tiempo allí dentro pasan cosas, y entre esas cosas pasan psicofonías (muchas) que Ingo nos va intercalando entre las andanzas de estos cuatro y que siempre vienen rellenas de anécdotas, historias, vidas de dictadores de alrededor del mundo a los que algo le pasó: un asesinato, un golpe, algún tema político, casi siempre enclavado en un año chino del Búfalo. Nunca sabremos el porqué de estas psicofonías y nunca podremos despegarnos de ellas, pero es que, la verdad, nunca sabremos el porqué de nada de lo que pasa en el libro, así que qué más da. Creo un poco que la relación que tendrás con las piscofonías será como aquellas relaciones tóxicas que todos en algún momento hemos vivido: al principio dudas, pero te enganchas por el atractivo de la rareza, y continuas teniendo dudas a medida que avanza pero tú sigues igual; luego todo se vuelve tan intenso que ya no importan las dudas, y hay momentos de bajón (no todas las psicofonías mantienen tan bien el nivel, claro) en que te dices que quizá ya no y otros muy álgidos en los que rotundamente sí, que has acertado tirando para adelante; pero de repente un día todo se acaba, la persona se va, las piscofonías paran y ya no quedan más páginas por pasar. Y tú te quedas ahí, preguntándote si volverán, pensando que quizá es culpa tuya que ya no estén allí, inventando respuestas, argumentos con los que ocupar el espacio que han dejado. ¿Y a partir de ese momento qué? ¿Qué queda? Eso ya es cosa de cada uno, de cada lector. Pero disfrutar del eco que deja un libro es también disfrutar de algo muy bonito. Eso sí, ojalá que vuelvan. Ojalá volvieran.
En este baile entre psicofonías y la vida de los cuatro, donde vemos a ciertos espectros y monstruos entrar, interactuar, condicionar, matar y morir, aparecen las notas a pie de página. Como una mezcla de Borges y Pirandello, Pérez Andújar o Folke Ingo hacen que todo un elenco de personajes vaya transitando las notas a pie de página, y no solo eso, sino también saltando de las notas a la narración principal, si esta existe. Y se enfadan si vuelven a ser relegados a las notas, y se alegran si no, y se pican entre ellos, y muchas cosas más. Y en ello nos encontramos con alguien del Ministerio de Humanidades que quiere poner rigor a lo que Ingo cuenta, a la madre de Ingo (que aun siendo finlandesa tiene acento maño porque se casó con un hombre de Huesca), a la traductora al español de Ingo (enfadada porque «He aquí la obra póstuma de Folke Ingo hecha jirones por toda clase de manos»), al propio Ingo (¿pero no estaba muerto?), a una mujer que llevaba un cineclub de Santa Coloma de Gramanet o incluso a los padres de alguno de los personajes que están dentro del garaje. Ve un momento a la ilustración de portada. Sí, así es cómo se sentirá el lector que se atreva a entrar en este libro. Qué auténtica locura.
En El año del Búfalo hay de todo, y este todo pasa desde un monstruo que entra al garaje de repente y tiene la forma de aquellos famosos Toi de los Bollycao, hasta varios guiños al profesor de la Universidad de Barcelona Jordi Gracia (quien, por cierto, casi me deja sin conseguir una beca cuando yo cursaba cuarto de carrera). Y por medio, un sinfín de cosas y temas que te explotarán la cabeza. Aprovechando la contra de Anagrama, aquí van algunas: Klaus Barbie, Modiano, Gadafi, Bing Crosby, el ColaCao, los Conguitos, Mauriat, Mauriac, Maurois, el detective Cannon, la CNT, el coronel Sanders del pollo frito de Kentucky, José Luis López Vázquez y Joseph Beuys; y añado algunas más: Houellebecq, Manchette, Wikipedia, la plaza del reloj de Santa Coloma (donde pasé muchas horas siendo niño), los capibaras y, sobre todo, la diversión. Hay libros en los que notas que el autor se lo ha pasado bien escribiéndolos, y que consiguen transmitirte esa sensación. Este lo es. Como he dicho hace un rato, qué auténtica locura. Y qué bonito que todavía se apueste por cosas así. Un punto más (y ya no sé cuántos van) para Anagrama.