La otra orilla

Reseña del libro “La otra orilla”, de Elena Moya

La otra orilla

Cuando pienso en mi infancia, hay un elemento, una palabra, que brilla por encima de las
otras. Irreductible. Ese símbolo inclasificable, que se asocia a una de las características principales de
esa época, la libertad. Contadora de aventuras, de tardes larguísimas de verano, de prado y de
montaña y de orilla, de juegos en el bosque, de persecuciones llenas de amistad.


Esa libertad sobre ruedas. Ese viento en la cara. Ella, la bicicleta.


Y es que en la historia de Asun Nomen, ella, la bicicleta, juega el papel principal a lo largo de los
años y de las páginas, de una ternura devastadora, como ese recuerdo de la infancia, del lugar del que provenimos, de la humildad de los inicios.


Porque, La otra orilla (2021, Suma de Letras), Elena Moya traza un relato en el cual tiempo
histórico y acciones internas van de la mano, con el Delta de l’Ebre como escenario principal que
nos recuerda que, al fin y al cabo, somos de la naturaleza. Ese paraje que hay que proteger.
Conocemos a Asun en los años sesenta del siglo XX, cuando es una niña, y la acompañamos hasta la
edad adulta. Es un viaje de esos preciosos, en el cual protagonista y lectora van de la mano. Nacida
en la Illa de Buda, de belleza llena, su familia, Nomen, es una de las colonas que cultiva los campos
de arroz de los ricos Pons, delante del famoso faro, que descansa a entre aguas marinas desde hace
más de cincuenta años.


Pero Asun, brillante en la escuela, las pocas veces que puede asistir y que no debe ayudar en casa,
decide, ya de pequeña, que su destino no será el mismo que el de sus progenitores. Así, cuando tiene que dejar las clases al morir su madre, coge la bicicleta de su amigo Pitu para ir a buscar pan y poder ganar dinero extra. Es durante esos viajes a la otra orilla que empieza a descubrir el significado
intrínseco que posee ese concepto, todo lo que esconden esas dos orillas, cruzadas por el mismo río,
el Ebre, y enfrentadas desde la Guerra Civil Española. Con el paso de las décadas, Asun descubrirá
el papel que su familia tuvo en esa situación. Porque, nos dice Moya, el pasado siempre vuelve para
invadir el presente.

Así, entre viajes sobre ruedas para ir a buscar el pan, y lecciones de su querido maestro Isidre, Asun
crece y, con ella, su pequeño negocio, vendiendo alimentos a la gente del Delta que antes, y por
cuestiones de transporte, no podían comprar. Asun, con sus ganas de salir de las garzas de una
familia rica que solo ha dado pobreza a la suya, llega a construir Casa Asun en una parte de la orilla y, con el tiempo y un esfuerzo digno, un restaurante que es en boca de toda la región, tanto para sus
gentes como para los políticos que la gobernaron.


Pero no solo encontramos trabajo, en las páginas de La otra orilla, sino también qué significo el
franquismo en una zona como el Delta que, con la llegada del turismo en los años sesenta pudo ver
como la vida podía empezar a ganarse de otra manera, como el gozar iba ganando horas al trabajar.
Uno de los aspectos más destacables de esta obra de Elena Moya, que avanzo que me ha parecido
maravillosa, es la documentación histórica que reza cada capítulo del libro. Hay un mimo cálido por
aquella gente que hizo de sus manos la forma de llenarse la boca, con ese arroz del Delta, que fueron
pobres y humildes, que, lejos de idearios políticos, vivían su tierra con resignación, pero, también,
como la única forma de entender la vida. Elena Moya les hace un homenaje, a la gente del campo,
trabajadora, que pasó años de penurias y que solo aspiraba a vivir dignamente.


Todos los personajes, en esta novela, tienen un papel. Adela, la amiga de la infancia de Asun, y con
quién comparten miradas llenas de complicidad, y que modelarán una parte de la protagonista; Pitu,
el pescador, el que, siendo un niño, cede su bicicleta a Asun para sus trayectos hasta una vida mejor;
Ramona, esa presencia silenciosa, callada, de haber vivido mucho y estar de vuelta de la vida;
Antonia, la que, finalmente, da la llave de las emociones a la protagonista; la gente del pueblo, que
ayuda a Asun cuando más lo necesita. Y claro, Isidre, el maestro querido, afecto para Asun en la
escolarización, y su abuelo, Mariano, la gran figura en la vida de la niña, de la mujer, apoyo
incondicional.


Leer este libro ha sido adentrarse en el mundo de Asun, en sus contradicciones, en su tristeza y su
superación para dar a su padre y a su querido abuelo una vida mejor, para cumplir con la promesa
que le hizo a Isidre de unir las dos orillas, pero, también, ha sido conocer una época de una tierra
que no me queda lejos, una vida diferente de la que yo conozco, pero tan ligada, a la vez, y disfrutar
con esa prosa tan curada que regala la escritora, y con la que consigue que cada página valga la pena, dar voz a toda aquella gente que no la tuvo y, sobre todo, a ellas, las mujeres, las trabajadoras
incansables, que, por ser mujer, y trabajadora, tuvieron que soportar un doble silencio.


Así que aprovecho este espacio para recomendar la nueva novela de Elena Moya, por los
ratos de lectura ofrecidos, por la sencillez y humildad y poder de la historia brindada. Asun, y lo que
representa, se han quedado muy dentro de mí, así como el Delta y su gente. Y gracias por la infancia.
Y la bicicleta.

Deja un comentario