El arte de llevar gabardina, de Sergi Pàmies

El arte de llevar gabardinaSi vives en Barcelona y te gustan mucho los libros es bastante probable que durante un tiempo (largo, la verdad; y eso es muy buena noticia) hayas visto repetidamente en las estanterías de destacados de las librerías un mismo título con la firma del autor del que hablo hoy. Un mismo título que es este pero en catalán. Porque ha sido así, durante meses ha estado entre los más vendidos de ficción, y eso se demostraba entrando a las librerías y viendo lo bien colocado que estaba este libro pero en su edición catalana, que salió bastante antes que esta y que publicó Quaderns Crema. No voy a entrar aquí en mi no entendimiento de que en castellano no lo haya publicado Acantilado (hermana de Quaderns Crema) y sí Anagrama. No voy a entrar porque a nosotros en realidad nos da igual. El libro en su edición en castellano ya está en la calle, y además en versión del propio autor; estoy hablando de El arte de llevar gabardina, de Sergi Pàmies.

En ese punto intermedio entre ficción y memoria que tanto gusta a los autores contemporáneos (y lectores, para qué vamos a mentir) se encuentra este breve compendio de relatos, recuerdos o confesiones con el que Pàmies ha recibido elogios tanto de prensa como de público como de compañeros de profesión. El acento, como se ve en el título y en la propia ilustración de cubierta, se pone sobre la gabardina, pieza de ropa que centraliza el libro protagonizando el relato central, y el más extenso. La gabardina como ropa pero también como símbolo, como mensaje y como actitud. Del recuerdo al presente y de lo lejano a la máxima cercanía. Pàmies, o quien sea el narrador, hila la narración de este cuento mediante una línea de tiempo que va pautada por las gabardinas que han formado su vida. Desde las que veía puestas en sus actores o artistas favoritos, a sus padres o a sus ídolos de juventud, hasta la que él mismo se compró en Berlín para intentar ser como ellos. Y darse cuenta de que no era la ropa lo que los convertía en eso.

Pàmies crea un libro de retales literarios vertebrados todos por la trágica realización de que uno no puede llegar a ser lo que de joven aspiraba a convertirse. Siempre con mueca triste, Pàmies nos ofrece una visión de su vida (o, repito, la del narrador) que se parece a algo así como un vuelo sin motor, en el que dejas el aparato planeando, perdiendo altura, hasta llegar al punto final, el más bajo, el suelo.

El libro, breve como ya he dicho (puede leerse de una sentada), está formado por trece relatos, acabando, como si de un disco se tratara, con lo que él llama la Bonus track: un relato donde la música es la protagonista, siendo la chispa (esa canción de Jimmy Durante, Make Someone Happy) del engranaje de su amor por Anna, que sale en varios de los relatos; amor que él ve como algo capaz de colmar sus expectativas cuando le viene de fuera pero incapaz de hacerlo cuando es él quien lo genera. Se habla del amor, sí, siempre visto desde el momento en que ya acabó, pero también de la paternidad, vista tanto hacia atrás como hacia delante, de la figura de la madre, de la juventud como revolución, de la enfermedad y la preocupación. Es, en definitiva, un libro en el que guardar para siempre el reflejo de la preocupación de un hombre contemporáneo.

Se puede leer al final del libro: «Hacer feliz a alguien. Solo hacer feliz a alguien. De eso va la vida reducida a una máxima expresión.», y te dan ganas, de verdad, de coger y decirle a ese narrador, que nunca sabes si es el propio Pàmies o no (y ahí está la gracia), que sí, que hacer feliz a alguien sí, pero a ti. Siempre me han gustado los libros que cuentan aquello que tú también tienes dentro (porque todos lo tenemos) y que no eres capaz de sacar, que tienen la valentía de servir de confesión para alguien que probablemente crea que lo que cuenta es personal pero que en realidad no es más que, simple y llanamente, universal.

El arte de llevar gabardina es un ejemplo más de esa creencia que tengo desde hace tiempo y por la que digo que hay libros puestos en mesas y estanterías de novedades que, depende de cómo y quién los mire, más que ilustraciones en sus cubiertas parece que lleven espejos. Espejos donde mirarte, y así entenderte. Hace calor ya, sí, pero qué bien iría ahora mismo una de esas gabardinas.

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