El poder del perro

Reseña del libro “El poder del perro”, de Thomas Savage

El poder del perro

Hay un conocido (y muy manido) refrán sobre perros que bien podría explicar ciertas cosas de esta novela y que, quizás por simple inercia, yo también termine utilizando al final de la reseña. Sin embargo, y a pesar de que tengo otras muchas cosas que hacer hoy, me he puesto delante del ordenador con el firme propósito de no ir a lo fácil, de dedicar este precioso tiempo a escribir algunas cosas que puedan resultarle más sugerentes que una simple rima, y con las que consiga convencerle para que se haga de inmediato con este pedazo de libro. Si lo consigo, avíseme, que no estamos para despilfarrar minutos.

Empezaré, eso sí, por lo menos importante: El poder del perro (ahora hablo de una película) está disponible en Netflix desde este mismo verano (creo, pero asegúrese). Y, por lo tanto, la primera conclusión podría ser esta: dado que vivimos tiempos de enormes apreturas en todos los ámbitos de la cultura, supongo que estará de acuerdo conmigo en que nadie se juega los cuartos (o sea, la suscripción de la gente en este caso) por una historia insulsa y carente de emoción (aunque esto no sé si borrarlo ahora mismo tratándose de Netflix). Pero sí estaremos de acuerdo en que la historia de esta novela, cuanto menos, no ha dejado indiferente a un buen puñado de seres humanos, ¿verdad? (No obstante, lo que sí debe quedar cristalino es que si usted se decanta por la película antes que por el libro dejaremos de ser colegas y será mejor que no vuelva por aquí o, hablando de suscripciones, haga lo propio en el blog de J.M. Dicho queda).

Por lo tanto, y antes de que se puedan romper nuestros estrechísimos lazos digitales y se decante usted por amortizar suscripciones, le seguiré hablando de esta novela. Y añadiré que El poder del perro, como seguramente habrá comprobado ya, es un pedazo de western de primera.

Pero no es un western cualquiera, por supuesto que no, y ese es el gran punto a su favor. Este libro es uno de los pocos de la historia de este centenario género (al menos de los que yo he leído, y ya son unos cuantos) que introduce, de forma brillante y dramática, un elemento tan discordante, tan explosivo y tan determinante en el devenir de la historia y en ese contexto salvaje de las Rocosas, como es el de la homosexualidad. Ahí es nada. Recuerde que, por un lado, hablamos de un montón de tíos sudorosos y que fustigan toros y, por otro, de la puritana Norteamérica de los años veinte (en la ficción) y de la época de la liberación sexual que tuvo lugar en los sesenta (cuando Savage escribió la novela).

Y ahora dígame si no mola el asunto: como le digo, estamos en 1924, ¿ok? En Utah. Y tenemos a George y a Phil, dos hermanos ya cuarentones y tan distintos como el sol y la luna que regentan uno de los ranchos más prósperos de aquella zona de caballos y caballistas. Y es que La Vieja Dama (que es mamá) y El Viejo Caballero (que es papá) se piraron hace tiempo del lugar tras algún conflicto con Phil dejando el negocio en manos de los two brothers y ahora se dedican a contemplarse el uno al otro con extrañeza y cierto desdén en habitaciones de hotel a media luz. Mientras el tiempo pasa mamá y papá se preguntan qué fue de sus vidas y por qué no están fundiendo la pasta y el tiempo que les queda retozando como perros en ese hotel lujoso de Salt Lake City. Yo también me lo preguntaría.

Y es entonces cuando Rose llega a la vida de los nenes (y a la gran casa familiar que comparten), porque entre idas y venidas se ha casado con el bueno de George. Se trata de una mujer buena, atractiva y trabajadora, la viuda de aquel médico del que habla todo el mundo y que, hasta el momento del “pelotazo”, mantenía a duras penas un hotelucho en el pueblo, por donde solían pasar los vaqueros del lugar a echar tragos (y otras cosas). Rose tratará de encajar con todas sus fuerzas en el rudo y tradicional mundo familiar de los Burbank, pero todo será en vano y acabará desquiciada y dándose sin remedio a la bebida. ¡Joder, es que es tremendo!

Pero hay más. Pues con ella también viene Peter, el hijo que tuvo con el doctor suicida. Un muchacho introvertido y asustadizo, inteligente y soñador. Un adolescente sensible que no encaja nada en un mundo de tipos duros que fabrican cuerdas con las manos y mastican tabaco todo el tiempo. Maricón, le llaman, ya sabe usted. Y los vaqueros se ríen de él.

Phil les va a hacer la vida imposible a la madre y al marica de su hijo para que todo vuelva a ser como antes. Hasta que pergeña un siniestro plan para conseguirlo. Pero claro, aquí nada es lo que parece y, como todos sabemos, siempre hay secretos de más y también muchas clases de perros…

El final de esta formidable y arrebatadora novela es tan inesperado como terrible. Espectacular. Y queda tan redondo que, a pesar de dejarle a uno con cara de nabo, la sensación es que no podía ser de otra forma. Un final que hace honor a una lectura trepidante que se disfruta de principio a fin y que tiene en el drama y en el conflicto interno de cada uno de sus personajes (y, sobre todo, en la tensión contenida durante la misma), los ingredientes necesarios para convertirla, sin duda, en una de las grandes lecturas del año.

El poder del perro. Otra más a la lista de principales.

Por tanto, yo insisto. Y que por mí no quede. Aunque usted prefiera la tele.

Pero también es verdad que queda para majadero quien se fía de ligero.

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