En Düsseldorf no hay ni puede haber leones, de Ignacio Abad

en dusseldorf no hay ni puede haber leonesDicen que hay libros que son como una puerta abierta. Que a través de ellos somos capaces no solo de ver un mundo nuevo sino de observar el alma de una persona. Y pasa una cosa muy curiosa cuando conoces al que te está contando esa historia: que el alma se vuelve casi trasparente. 

Veréis, hace más o menos diez años volví a mi Madrid natal para empezar la universidad. Me mudé a un piso con dos tíos a los que no conocía de nada y que me sacaban como doce años. Podría decir que fui con reparos, pero la verdad es que el día que los conocí se me quitaron de golpe. Supe que iba a ser una etapa genial. Y no me equivocaba. 

Fue en ese septiembre cuando conocí a Ignacio Abad, Nacho, mi compañero de piso durante unos meses y el autor del libro del que vengo a hablaros hoy: El Düsseldorf no hay ni puede haber leones. Y ha sido precioso meterme en esta historia porque ha sido como recordar una noche hasta las tantas hablando con él. Después de terminarlo, una frase venía a mi mente una y otra vez: «Este libro solo lo podía escribir Nacho».

Lo cierto es que no sé muy bien cómo resumir esta novela. Escribo desde la admiración profunda, desde esa sensación de saber que estoy ante un trabajo bien hecho, ante la prudencia de no estar segura de qué palabras elegir y la responsabilidad de daros a descubrir una maravilla que poco os durará entre las manos. Creo que nunca me había visto en una encrucijada como esta. Sin embargo, he venido aquí a intentarlo. 

El protagonista de esta historia es un periodista que decide mudarse a Japón con su novia. Allí empezará de cero, sin trabajo, sin casi hablar el idioma, sin más compañía que esa sensación de no saber muy bien qué pinta en ese momento y en ese espacio. Hasta que encuentra la solución: el padre de su novia, muy enfermo, parece tener un pasado más que interesante que se debate entre la caída del Muro de Berlín, la guerra de Bosnia y un Japón complicado. Encuentra en esa historia algo a lo que aferrarse, algo que podría sacarle del hoyo mientras se dedica a escribir artículos que se inventa y que, al menos, le hacen sentirse un poco menos inútil. 

La verdad es que la trama me parece lo de menos, es la personalidad del protagonista, la voz que lo inunda todo, lo que hace que el lector se sienta como en casa. Meterse en la mente de este personaje es meterse de lleno en una filosofía que se lleva como lema por la vida. Es ver lo irónico de los momentos cotidianos, la compañía de un amigo imaginario y el apetito por encontrar el camino correcto que se ha perdido hace mucho tiempo. 

En Düsseldorf no hay ni puede haber leones es una maravilla se mire por donde se mire. Y os juro que no es porque conozca a Nacho. He leído decenas de libros de amigos que me han parecido una basura sin remedio, y ni se me ocurriría pasar por aquí para recomendarlos. Pero este caso… Este caso es peculiar. 

Sí es cierto que yo tengo un ingrediente añadido a la hora de leer esta historia. He reconocido muchos momentos de los que habla el autor. He reconocido nombres de personajes que hacen guiños a su propia vida, momentos que de verdad han existido y un rastro muy presente de la personalidad del autor en el personaje. Eso me hacía pensar hasta qué punto llegaba la realidad y hasta cuál la ficción. Pero supongo que eso es lo bonito de descubrir la vida de alguien a través de sus palabras. 

No sé si el alma de Nacho es trasparente, no sé si quiere jugar con el lector a ese juego de dejar ver solo lo que se quiere y ocultar otra más importante. No sé siquiera si esto pasó por su mente o no, pero esa es la sensación que he tenido durante toda la novela. Me ha encantado sumergirme en las palabras de Nacho, me ha emocionado tener que levantarme corriendo a coger el lápiz para subrayar una frase que marcaba un antes y un después. Y sobre todo me ha encantado ver cómo las noches en vela, en las que llegaba machacado de trabajar y aun así se metía en su habitación para darle a la tecla una y otra vez, siguen dando sus frutos. 

A vosotros, lectores, os recomiendo este viaje de la forma más sincera que sé. Y a ti, Nacho, te deseo todo lo bonito que te pueda ocurrir en la vida. Transparente o no. 

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