Hoy vamos a entrevistar a nuestra colaboradora Laura Gomara con motivo de la publicación de su primera novela Vienen mal dadas, la cual quedó finalista en el premio L’H Confidencial 2016 y ha sido publicada este mismo mes por Roca. Pero el currículum de Gomara es extenso: licenciada en Filología Clásica y currante en el sector editorial en donde ayuda a escritores, y realiza funciones como traductora, lectora, en producción y comunicación editorial. Desde la plataforma Reescritura orienta a escritores noveles en sus primeros pasos dentro del mundillo. También imparte cursos de narrativa, cuento breve, autoficción y relatos de viajes en varios centros de Barcelona y en las plataformas online República de cursiva y Libros y Literatura.
-Antes de nada, enhorabuena por el pedazo de novela que te has cascado. Impresionante. Como ya dije en la reseña, tiene todo lo que ha de tener una novela negra y a la vez no sigue un patrón convencional, sino que sabe salirse de las líneas marcadas y ser francamente original.
Dime, ¿cuánto tiempo empleaste en escribirla y cómo se te ocurrió la trama? ¿Tenías todo claro cuando empezaste a escribir o hubo cosas que iban ocurriéndosete según avanzabas en la trama?
A la primera versión le dediqué unos meses, no lo sé, quizás siete u ocho, pero la corrección fue larga porque dejé la novela descansar unos meses más y después la revisé por completo dos veces más. En total, desde la idea inicial hasta el cierre definitivo del manuscrito en la editorial pasaron más de dos años.
-El personaje de Ruth Santana, la Flaca, es una mujer de extrema delgadez, 40 kilos… Pero es una mujer fuerte, un personaje firmemente construido y con un sentido de la moral y la ética que desentona con los personajes que suelen pulular por este tipo de novelas. No es el arquetipo de mujer fatal al que uno está acostumbrado. Es más la mujer fatal suele usar el sexo para manejar a los hombres y conseguir su objetivo. En cambio, en Vienen mal dadas la protagonista sería la antimujer fatal y rehúye el sexo. ¿Siempre fue así en tu cabeza? ¿Te inspiraste en alguien?
Sí, siempre fue así, aunque es cierto que a medida que escribía se iba dibujando más nítidamente. Al final los personajes van por libre e incluso te sorprenden tomando decisiones que no tenías previstas y ese momento, cuando escribes, es impresionante.
Ruth Santana es una mujer que ha seguido el patrón de vida que le venía marcado: estudios, hacer cosas de niñas y no de niños, trabajo, novio, casa, boda… Pero todo se va a la mierda y se pierde porque nunca ha tomado una decisión por sí misma. Se hunde tanto que la única manera de subir es empezar a tomar decisiones y lo hace. Va haciéndose más fuerte a lo largo de la novela y aprende a decir “no”. Ruth es una persona que siempre ha dicho “sí”, “sí a todo”, y la miseria la enseña a decir “no”. En la escena de la que hablas (cuidado spoiler), el “no” al sexo forma parte de esa evolución. Ruth Santana aprende a tomar el control de todo, también de su sexualidad, y eso pasa por dejar de ser complaciente con los demás. Si dice no, es no. Si dice sí, es sí. Y sin querer hacer más spoilers es algo que vemos al final de la novela…
Por otro lado, recuerdo que una de las primeras lectoras me dijo que Ruth era una psicópata. Me hizo mucha gracia y me parece una opinión muy lícita. Pero lo que quise hacer con ella es una persona imperfecta, muy tensa, es algo que ya se ve en su físico: encogida hacia dentro pero a la vez lista para saltar.
Para su personalidad no me inspiré en nadie, pero con 40 o 50 años me la imagino como Lauren Bacall, con ese aplomo. Por eso la dedicatoria del libro es para ella.
-¿En casa del herrero, cuchillo de palo? Eres profesora de narrativa. ¿Has seguido los consejos que das a tus alumnos?
¡Ahí me has pillado! Muchos de ellos sí, pero no todos. Antes de escribir tenía clara la estructura, conocía bien a la mayoría de los personajes y me puse un horario bastante rígido para no dejar el proyecto a medias. Hasta ahí todo bien… Pero, por ejemplo, en la novela hay un montón de personajes con un montón de nombres y eso es algo que siempre les digo a mis alumnos que no hagan. Pero no es lo único, hubo cosas de estructura que cambiaron sobre la marcha y lo peor es que todos esos cambios se notaron mucho en las primeras versiones de la novela, se veían agujeros. Si me hubiera aplicado mejor mis consejos, no hubiera pasado.
-Poner el título suele ser o muy fácil o muy difícil. ¿Cómo fue en este caso y por qué elegiste Vienen mal dadas?
¡Los títulos son el infierno, se me dan fatal! En el ordenador, la carpeta de la novela se llamaba, y se sigue llamando, “Hugo Correa”, pero cuando decidí que iba a presentarla a premio necesitaba un título y lo escogí la última tarde, casi al azar. Estaba releyendo la novela y me encontré con ese sintagma, “vienen mal dadas”. Las cartas, la suerte, el azar, los juegos de manos y el engaño son elementos recurrentes a la novela. Además tenía un aire canalla, así que lo escogí por poner algo, pensando que luego, si había suerte, en la editorial ya lo cambiarían. Pero en Roca pensaron que era bueno y lo dejaron, y me alegro porque varias personas me han dicho que les gusta el título e incluso que la han comprado por eso. Suerte de principiante.
-¿Tienes algo más escrito aparte de esto, aunque sea en el cajón de los escritos abandonados?
Uf, sí, muchas cosas. Tengo varios cuentos que no verán la luz porque vistos ahora, y lo digo como profesora de escritura, son infumables (pero, ey, estoy muy contenta de haberlos escrito porque me sirvieron para soltar la mano, así que, si me estáis leyendo y escribís: aunque creáis que es infumable sirve, sirve para aprender). Tengo dos novelas empezadas que me gustaría retomar en algún momento. Así, más recientes, tengo una novela de detectives infantil que tengo que retocar, una juvenil que habla de hackers y otra novela para adultos que me he propuesto terminar antes de que acabe el año.
-¿Cómo escribes? ¿Tienes una rutina horaria, prefieres mañana, noche, y cuánto tiempo?
En el prólogo de American Gods, Neil Gaiman dice esto, citando a Gene Wolf: “Uno no aprende a escribir novelas. Todo lo que aprende es a escribir la novela que está escribiendo”.
Creo que es totalmente cierto, al menos para mí. Vienen mal dadas la escribí en un momento de mi vida en el que tenía un trabajo estable: 40 horas semanales, y podía permitirme el lujo, o más bien el espacio mental, de levantarme todas las mañanas a las 5:30 y escribir hasta las 8. Así la escribí, en unos meses, dedicándole además algunos fines de semana y puentes. Ahora no puedo seguir la misma rutina porque, desde hace un par de años funciono más como autónoma y desde que me levanto mi cabeza está ocupada con trabajo-trabajo-trabajo, así que no puedo permitirme desconectar un par de horas y luego trabajar. Con la nueva novela lo que me funciona es bloquear días enteros: viernes-sábado-domingo, por ejemplo, y dedicarlos al completo a la novela.
Así que es eso, con cada proyecto cambia.
-Se nota que te gusta mucho el género y lo cierto es que nadie diría, tras leer tu libro, que es tu primera novela. ¿Cuáles han sido las influencias, tus novelas negras o escritores fetiche?
Tengo que confesar que soy bastante anárquica leyendo. He leído negra y me lo he pasado genial con Chandler, Hammett, Millar, Macdonald, Ellroy, Higgins, Simenon, Camilleri y toda esta gente, sí. También negra de aquí, Vázquez Montalbán, González Ledesma, Andreu Martín y más recientes Toni Hill, Carlos Zanón o Empar Fernández.
Pero no soy ninguna experta, ni de lejos, en novela negra y no es mi género fetiche. Leo lo que cae en las manos y me gusta. Una semana me encontrarás leyendo a Amélie Nothomb, la siguiente a Juan Marsé, otra una novela de vampiros, otra los cuentos de Grace Paley…
-¿Con qué música de fondo leerías tu libro?
La escribí sobre todo escuchando a Mark Lanegan, Nick Cave y PJ Harvey. Alegres, lo sé. A la banda sonora también le añadiría boleros y tangos, por Bosco y Eusebio. Además siempre me he imaginado a Correa como un gran fan de Bruce Springsteen. Me lo imagino solo, en un pequeño velero, cantando The River rumbo a las Américas.
-A lo largo de toda la novela se respira un miedo a la pobreza. A acabar convertido en un sintecho. ¿Es este el mundo que tenemos realmente? ¿Tu libro refleja la realidad social del momento actual?
No sé si refleja el mundo real, aunque la aporofobia está ahí claro. Aunque no era de ese miedo de lo que yo quería hablar en la novela, sino de lo que sucede cuando te lo han quitado todo. Mi generación, que es la de Ruth, se ha criado entre algodones, nuestra infancia fue en los 80 y los 90 y nuestros padres nos dieron todo lo que pudieron, nos ahogaron en juguetes, nos pagaron la carrera… Siempre esperando lo mejor de nosotros, “que fuéramos felices”. Y, al menos yo, crecí pensando que, si me esforzaba, podría tenerlo todo, fuera lo que fuera ese “todo”. Y el golpe de realidad de la crisis fue brutal. Con Ruth quería hablar de esto, de la parálisis que provoca el hecho de que una serie de circunstancias te dejen desnudo en la nieve. Y con los demás personajes quise ampliar un poco el abanico, porque no es solo a mi generación a la que ha golpeado (y está golpeando) la llamada crisis. Tampoco creo que fuera a nosotros a quien golpeó más duro, sino a gente más mayor, gente como la que sale en Vienen mal dadas.
-¿Al lado de qué novela negra te gustaría que estuviera la tuya en la biblioteca de los lectores?
Al lado de No llames a casa, de Carlos Zanón, si el lector me permite ese honor.
-¿Qué consejo darías a alguien que empieza a escribir?
Que lea mucho, y lea buscando los trucos de las novelas que le gustan, no solo con una mirada ingenua que busca el placer y la sorpresa. Que marque los libros: dónde está el punto de giro, dónde el autor ha plantado una pregunta, que guarde cada comparación o adjetivo que le guste. Que escriba todo lo que pueda y anote ideas y lea manuales sobre cómo escribir, sin pensar que tienen razón en todo. Que acepte que cuando empiezas no todo vale y si un editor ha echado para atrás tu primera-novela-de-1500-páginas-sobre-la-vida-de-tu-abuelo, quizás, solo quizás, tiene razón. Que aprenda a aceptar y a rebatir las críticas, a distinguir las constructivas de las idiotas, que encuentre un buen compañero de viaje, normalmente un profesional, para que le revise los textos. Que no crea que está haciendo un favor a la gente que le lee, sino que es al revés: la gente te hace un favor enorme por dedicar unas horas de su vida a leerte.
-¿Y ahora qué? ¿Tienes en mente escribir la siguiente?
Sí, estoy en ello, solo me queda escribir el final. La novela trata de una carterista, una mujer que roba en el metro y revienta pisos de turistas, pero que viste de Chanel y calza Louboutin. Esta mujer, Eva, acaba metida en problemas con las mafias de la ciudad y en unos temas de chantaje… Es un personaje muy diferente de Ruth, es arribista, amoral, sin problemas económicos, pero la novela sigue una estructura similar y, a los que les haya gustado Vienen mal dadas, les puede gustar también esta historia.