Herencias colaterales, de Llort

herenciasNo hay que engañarse. El personaje clave en esta novela, en muchas en realidad, pero ahora estamos a la que estamos, es el tiempo. El tiempo (como dice Búnbury, ni es un doctor ni cura nada y solo sana lo que no importa ya) es el motor silencioso que puede llevarte de la espera a la desesperación, es el actor que cambia todo y a todos poco a poco, ladinamente, sin darte cuenta, hasta que es demasiado tarde y es, también, ese extraño que te moldea y te cambia también a ti.

Pero el tiempo a veces hace excepciones y no trata igual a todo el mundo, y eso deshace cálculos y previsiones, estimaciones y esperanzas.

En Herencias colaterales Ernest Claramunt llega a un acuerdo con una anciana, Francesca Puigmajor, consistente en pagarle una cantidad mensual vitalicia a cambio de quedarse con su pisazo cuando esta muera. El acuerdo parece provechoso para ambos, aunque Ernest cree que lo es más para él, pues calcula que la vieja espichará en pocos años.

Sin embargo estos pasarán y la vieja seguirá gozando de una salud de hierro… ¿Habrá que hacer algo para oxidar esa salud?

Entretanto vamos a conocer los pasados tanto de la anciana como de la familia de Ernest gracias a unas jugosas analepsis que nos ayudarán a comprender la situación y los caracteres de todos los implicados. Ernest, el esforzado trabajador; Vicky, su mujer con apellidos que no ha trabajado en su puta vida y ha tenido la suerte de casarse con un buen hombre con éxito empresarial; Gisela, el día, la hija que ha salido al padre en inteligencia y esfuerzo y Artur, la noche, vago, mimado y malcriado que ha salido a la madre, y que es el perdedor que va a joder pero bien jodidas su existencia y la de Vicky gracias a un exceso de confianza en ciertas amistades y también a una mala cabeza.

Los Claramunt viven bien porque el cabeza de familia se encarga de llevar dinero a casa, de invertirlo sabiamente, de gestionarlo… Pero el día que falta, la casa se les viene encima a Artur y a Vicky y ese va a ser el principio, pero también el fin de muchas cosas.

No es nueva la clase de acuerdo que realizan Ernest y Francesca. De un tiempo a esta parte lo he podido ver en algún reportaje de esos que meten en los telediarios, (si es que siguen llamándose así a los espacios que se dedican a catalogar de noticia a los videos de Youtube) y siempre he pensado que desde el momento en el que el/la propietario/a del inmueble firma, su vida empieza a correr peligro. La gente, y los mezquinos hijoputas de los bancos, es capaz de muchas cosas, cada vez se tienen menos escrúpulos, y aún menos con la gente mayor. Es triste, pero es así.

Llort realiza un claro y entretenido ejercicio narrativo con sus saltos en el tiempo hacia adelante, mostrándonos las consecuencias que los actos tienen en todos, y lo hace de una forma brutalmente realista. Es una novela de ficción, pero fácilmente podría ser un hecho real, una ampliación o una investigación pormenorizada sacada de una minúscula noticia del apartado de sucesos de cualquier periódico.

La tensión es constante a lo largo de toda la lectura, el ritmo es ágil, los detalles imprimen el tono de realismo sucio que hacen creíble toda la narración, las relaciones deterioradas son también tejidas con maestría y la trama está construida firmemente para que solo puedas decir al acabar, y silabeando: ¡qué-pu-ta-go-za-da!

Y el final es tema aparte. No me lo veía venir, y sorprende por el giro, pero también por la lógica y es un puñetero broche de oro para una novela, Herencias colaterales, que viene a confirmar el buen ojo que tiene siempre Alrevés con la novela negra.

Un libro que gustará a los amantes del buen noir y de las historias avocadas a un previsible final, no feliz, sino real, sucio y cabrón como la vida misma.

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