Jônetsu monogatari. Pasiones en Japón, de María Jesús López-Beltrán

Jônetsu monogatariHan leído el título de esta reseña, concretamente la parte de él que hace referencia a la autora y habrán caído en la cuenta de que no es un nombre necesariamente japonés. Pues bien, les aseguro que es la única pista que tendrán para no creer a pies juntillas que se trata de una colección clásica de relatos japoneses. Tan identificado e identificable con la tradición literaria japonesa que si Junichiro Tanizaki hubiese hablado de él sin duda le habría elogiado la sombra. O la luz, para ser preciso. Ese ambiente japonés tan elegante, tan delicado, ese cuidado del detalle aunque no sea evidente y se vea en la penumbra de una iluminación tamizada que entra a través de una puerta de papel, esa conversión del sentimiento en literatura sin exhibirlo, honrándolo, eso es este Jônetsu monogatari. Relatos que giran en torno a la pasión, sí, pero una pasión elegante aun si se desbocara. La inmersión en Japón, sobre todo en el ambiente pero también en el conocimiento de la historia y la cultura en un nivel de detalle raramente accesible a un occidental porque es una cultura que más que estudiarse se vive, podría ser sin duda uno de las características más impactantes del libro. Reflexioné hace años sobre esto a cuento de la reseña de Cuentos rusos, de Francesc Serés, y me parece muy interesante cómo un autor ajeno a una determinada cultura pueda acercarse a ella hasta el punto de que parezca más auténtico que algunos autores nativos que por otro lado no sienten la necesidad de expresarse como parte de un colectivo sino que buscan su propia voz. Pero no logro creerme que sea el caso, no me parece que María Jesús López-Beltrán sea una autora que trate de parecer japonesa sino que su cariño y su conocimiento del país nipón los tiene tan interiorizados que su obra es tan genuinamente japonesa como cualquier otra que pueda reivindicarse como tal en base a una partida de nacimiento. Si los de Bilbao pueden nacer donde quieran no veo porque los japoneses no iban a poder hacer lo propio.
Sin embargo y pese a que ya he escrito un largo párrafo sobre el origen y el mérito de la autora, les voy a pedir un favor a riesgo de contradecirme, les voy a pedir un reinicio: han leído el título de esta reseña, concretamente la parte de él que hace referencia a la autora y habrán caído en la cuenta de que no es un nombre necesariamente japonés. Pues bien, olvídenlo. Déjense llevar por el texto, que es lo que en último extremo importa, encuéntrenle a los cuentos la luz, encuentren la música, y olviden lo demás. Si lo creen difícil, no importa, se lo pido educadamente porque así me enseñaron pero estoy íntimamente convencido de que era innecesario, de todas formas les sucederá. A mí me pasó y cuando acabé el libro tuve que leer el nombre de la autora varias veces para vencer mi incredulidad.
Los cuentos del Jônetsu monogatari son realistas en la medida en que son fantásticos y viceversa. Más o menos intimistas, más o menos mitológicos, pero siempre en torno a esa pasión que a través de las páginas del libro se percibe como emoción, al igual que la luz a través de las puertas de papel se percibe como una penumbra que embellece los objetos, según la obra antes citada. Unos relatos construidos no en homenaje a una tradición literaria, sino desde esa tradición en la que el tiempo pasa a otra velocidad, en la que el presente es efímero pero el pasado es eterno. Por eso le auguro y le deseo a este libro una vida larga, envejecerá bien, se hará venerable y créanme, algún día me encantaría tener noticia de su éxito (suyo o de sus futuros hermanos) en Japón. Es difícil, porque ser profeta en la tierra de uno lo es, pero para los que en ese momento nos contemos entre sus admirados lectores será un momento de íntima satisfacción.

Andrés Barrero
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