La ciudad de los perros

Reseña del libro “La ciudad de los perros”, de Nikola Kucharska

La ciudad de los perros

No os lo vais a creer, pero acabo de visitar La ciudad de los perros con SM. No hay ni un solo humano a la vista, es tal como lo leéis. Perros grandes, pequeños, de pelo corto, peludos, con ropa, sin ella, que caminan a cuatro patas o a dos, e incluso sujetando una guitarra. Todos ellos tienen algo que contar dentro de esta preciosa ciudad amurallada que también sabe estar a la última con un modernísimo centro de investigación.

Este no es un libro de «busca y encuentra» al uso. Le saca buen partido a la imaginación. En primer lugar, la ciudad tiene pasado y esa historia lo enmarca todo dentro de un contexto. Tanto es así que cuenta con sus propios ciudadanos ilustres, sus fiestas, sus eventos ¡y hasta unas olimpiadas de fisbi! Entre otros detalles, lo que más me ha llamado la atención es que muchos de los personajes reaparecen en las escenas siguientes, con lo que se les puede seguir la pista para profundizar en sus historias personales. ¡Las hay de todo tipo! Desde la pareja que espera cachorros, hasta ladrones y encuentros con extraterrestres perrunos. Aventuras paralelas que tienen un principio y un final y que incluso pueden llegar a cruzarse. Esta manera de abordar las ilustraciones funciona como un gran estímulo que me ha animado a fijarme en cada centímetro de la página para descubrir qué pasaría a continuación. Me parece un recurso genial para ayudar a que los niños se concentren y se monten sus propias películas en la cabeza.

Como turista que era, en lugar de estar consultando internet todo el rato, decidí unirme al grupo que llevaba Churro, el guía de la pajarita. Este perro de chaleco y anteojos nos marcó un itinerario la mar de sinuoso para recorrer los distintos rincones del plano de la ciudad. Un plano, por cierto, tan generoso como el tamaño del libro, y que no se dobla gracias a las páginas gruesas de cartón duro. En lo personal, aprecio de corazón —porque me parece de lo más considerado— que además tenga las esquinas redondeadas. Yo las llamo «salva-ojos», porque La ciudad de los perros se presta mucho a la emoción de haber encontrado algo y querer enseñarlo, así, a bocajarro, llevándose por medio todo lo que se encuentre.

Quién sabe, podría ser un fantasma del castillo, la esquiva pelota roja que perdió en el mercado un chucho desesperado, el hueso de la discordia que se conserva en el museo o el de imitación que se encuentra en el taller del teatro… Nosotros también teníamos una estatua del Rey Ladrido I en el hotel, bien hermosa, pero al final no pude sacarme la foto de rigor porque estaba demasiado ocupada buscando mis cosas. Reconozco que a Churro el guía lo saqué un poquito de quicio. ¡Es que soy tan despistada! Imaginaos el retraso, perdí el paraguas en el parque, la consola en el colegio… Bueno, en realidad perdí más cosas, incluso un patito de goma y una cuña de queso, pero me da vergüenza reconocerlo. Menos mal que el guía supo controlarse e hizo un llamamiento a la calma y la paciencia, porque si no acaba ingresado en «perrurgencias» del hospital.

Hay que reconocer que el libro cuenta con la ventaja de que todo lo que se antropomorfiza da pie al humor. Es verdad que tiene mucho de cómico, pero no solo por eso, hay ciertas ocurrencias con las que me imagino a la autora, Nikola Kucharska, pegándose sus buenas carcajadas en el proceso. Como el singular funcionamiento del lavaperros y otros inventos dignos de un estudio serio. No creo que quien tenga perros se pueda resistir. Lo bueno es que cada vez que echo un vistazo surgen cosas nuevas que debería haber visto —«el perrisaurio», «la vasija precanina»—, da la impresión de que un duende pinta cosas nuevas mientras permanece cerrado.

La ciudad de los perros está muy bien planteada de principio a fin. Alterna escenas de búsqueda con historias y curiosidades que no dejan que la exploración se haga monótona. Mezclando partes más visuales con otras en las que predomina la lectura. En conjunto son decenas de vidas que idealizar, con contexto, y aventuras autoconclusivas gracias a la aparición final de la gaceta de la ciudad.

Este es uno de esos viajes que me apetece repetir en compañía. No hay nada como calmar a los terremotos de la casa con un libro que no solo da mucho juego, sino que despierta su curiosidad y además facilita la comunicación después de pasar el día separados, unos en el colegio y otros en el trabajo. Nos echaremos unas risas y conspiraremos contra los gatos al pasar junto a su embajada… bueno, ¡a menos que nos inviten también a su ciudad!

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