Los vínculos artificiales

Reseña del libro “Los vínculos artificiales”, de Nathan Devers

Afronto con sumo placer la lectura de Los vínculos artificiales, de Nathan Devers, publicada por ADN. Viene avalado por haber quedado a las puertas del Goncourt y porque, después de leer el curriculum del autor y de ver su foto en la solapa del libro, esa cara de niño,uno se pregunta “¿Qué habrá escrito este chaval de 27 años, profesor de filosofía, que ha encandilado a media Francia con su primera novela?”  

Lo primero que me llama la atención, al leer la sinopsis (la historia de un músico fracasado profesional y personalmente, Julien que vive una vida radicalmente distinta, plena de éxitos, lujos y placeres en un universo virtual, a través de su avatar Vangel), es que, si, por lo que parece a primera vista, estoy ante un libro de ciencia ficción, ¿qué pinta un cuadro sobre el mito clásico Narciso en la cubierta? Hasta que caigo en la cuenta de que el cuadro, de clásico no tiene nada. Es una ilustración actual de un artista llamado Dan Cretu, en cuya obra juega a mezclar motivos clásicos con elementos contemporáneos. En el caso de esta cubierta, el lago al que se asoma peligrosamente Narciso, y en el que, enamorado de su reflejo, está a punto de morir ahogado, no es otro que la pantalla de un teléfono móvil. Y, cuando leo en las primeras páginas del libro, un prólogo sin título, que el tal Julien se suicida en directo desde su perfil de Facebook, la cosa y la temática comienzan a adquirir sentido.

Pues bien, terminadas las poco más de doscientas sesenta páginas de la novela, además de decir que me ha parecido una novela refrescante, divertida (por su comicidad, a veces, y por su vocación de entretenimiento, las más de las veces) y de lectura amena y ágil, tiene más fondo de lo que, en un principio pudiera parecer, y, sin embargo, no tanto como el que a posteriori me habría gustado. Y me explico:

Los vínculos artificiales trata sobre nuestro mundo alienado, sobre la grisura y la tristezas de nuestras rutinas, sobre la liquidez de los sentimientos y de los afectos, sobre el desencanto generacional… y también sobre los tentadores cantos de sirena que nos llegan desde las redes sociales y los universos meta. Parece un capítulo escrito de la (fantástica e irregular) serie Black Mirror. 

Pero ¿no es todo esto algo de lo que ya nos han hablado y de lo que hemos leído, al fin y al cabo, decenas, cientos de veces? ¿Realmente nos cuenta algo nuevo? Quizás pueda parecer que no, pero lo cierto es que la novela engancha. Está muy bien escrita, pese a algunos pequeños errores, a mi entender, de traducción, y resulta una lectura muy fluida. En cuanto a la estructura, llama la atención cómo el autor resuelve la narración de la construcción del universo virtual. Una especie de flashback muy cinematográfico y entretenido de leer, didáctico incluso para aquellos que no tenemos ni idea de lenguajes informáticos. 

Además, la novela engancha porque va entremetiendo en una trama en la que caben desde orgías cibernéticas hasta magnicidios, reflexiones propias del género: dónde acaba lo real y empieza lo virtual y si de verdad somos capaces de diferenciarlos, qué cosas importan realmente en la vida, qué es la felicidad, etcétera. 

Por ponerle una pega, me ha faltado más sangre y, ojo, que la hay, pero en algunos pasajes he echado en falta un poco más de mala baba y de borbotones en plan gore. Pero, bueno, no todos tenemos los mismos estómagos ni tomamos los mismos Omeprazoles.

En resumen, una buena novela para el verano, muy por encima de la media de las novelas para el verano, que se lee de un tirón y con disfrute. 

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