No vuelvas a Roma

Reseña del libro “No vuelvas a Roma”, de Carlos Spottorno

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Con las ciudades a las que voy de viaje me pasa como con los libros. Hay tantas y tan poco tiempo que no repito visitas ni lecturas. Por supuesto, con las lecturas ha habido excepciones y, si tuviera que revisitar alguna de las ciudades en las que alguna vez gasté mis vacaciones, Roma sería, sin dudarlo, la elegida. Tiene algo, inexplicable, que no tiene ninguna otra:

“En Roma se aprende rápido que el presente no sustituye al pasado. Se le superpone sin llegar a sepultarlo.”

¿Cómo describiría este No vuelvas a Roma? No es un libro de viajes ni una guía que te descubra ni los mejores lugares de aquella urbe ni aquellos que pasan desapercibidos a los turistas y son solo conocidos por los lugareños. No. Y tampoco tiene unas fotazas que te cagas. No hay grandes fotos, ni fotos típicas vistas ya miles de veces a los ruinosos, y preciosos, monumentos. Eso ya cansa, aburre, hastía…Pero a mí me ha parecido un libro perfecto, una carta de amor a una ciudad en la que al doblar cualquier esquina te puedes encontrar con un pedazo de historia con su correspondiente decadencia incluida.

Y he dicho que no tiene unas fotazas que te cagas pero es mentira. Las tiene, pero no al uso. Incluso aquellas en las que simplemente aparece una vieja señal de tráfico llena de pegatinas, al lado de una pared con grafitis y una bici a la que le falta sillín, manillar y ruedas, incluso esa clase de fotos, son puro arte en Roma. (Yo hice unas cuantas así y son de las que más orgulloso estoy).

En Roma conviven las ruinas de hace veinte siglos con el presente, con las pequeñas cosas, que, como se comenta en el libro, son las que dan la felicidad. Una ciudad en la que aprender a a disfrutar la vida como si cada día fuera el último.

Pero no son solo imágenes las que hacen de esta obra, mayoritariamente visual, un tesoro. No vuelvas a Roma ilustra con palabras de su autor los sentimientos que le evoca la vuelta a la ciudad en la que durante diez años en total, (en las décadas de los 70, 80 y 90) vivió. Sus amigos le advierten de que no vuelva, que la ciudad no es la misma, que es un infierno de turistas, que está peor que nunca,… Pero es normal que al final la nostalgia tire de uno y quiera volver a pisar las calles que antaño pisó, cuando tenía la vida por delante, cuando aún vivía en función del futuro. Porque además, Roma es adictiva como una droga, y cuesta mucho desengancharse.

“Frente al trenzado temporal donde los vivos habitan el espacio de los extintos, yo sigo quedándome hipnotizado.”

¿Qué más puedo decir aparte de lo que ya he contado? ¿Que en Roma llueve más que en Londres y a los romanos no les gusta, como tampoco les gusta la nieve? Nah… no esperéis datos sorprendentes, ni estadísticas de los locos romanos.

Simplemente deleitaos con las imágenes en un predominante y característico naranja, y con las reflexiones de la vida, el pasado, presente y futuro, del amor y odio a una ciudad, de sus ciudadanos y, sobre todo, de su eterna belleza.

A veces no hay que hacer caso a los amigos.

¡Ave, Roma! Volveré siempre que pueda.

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