Obras completas (y otros cuentos)

Reseña del libro “Obras completas (y otros cuentos)”, de Augusto Monterroso

obras completas

Acabo de acabar de leer las obras completas de Monterroso. Sí. Así es. ¿A que suena muy bien? ¿A que me da así como mogollón de relumbrón y un aire intelectual? Las obras completas ni más ni menos. Ahí es nada, eh. Lo sé, lo sé, cuando lo he dicho por la calle la gente me miraba y murmuraba palabras de admiración y elogios. También había quien no abría la boca y me miraba con cierta envidia e incluso algunos escupían a mi paso, pero estos desagradecidos eran los menos y se han ido a casa calientes.

Sí, sí, ese Monterroso, el del dinosaurio que estaba dormido y despertó ¿o tal vez no era el dinosaurio el que despertó? Da igual, ya ha quedado de sobra identificado el autor.

Siento decir que Obras completas (y otros cuentos) no reúne las obras completas del escritor guatemalteco, (aunque podéis seguir tirándoos el moco cuando lo leáis y lo pregonéis) sino trece cuentos, entre ellos uno titulado precisamente Obras completas. ¡Un genio lo de este hombre!

Trece cuentos amenos, fáciles de leer y de extensión variable pero no muy extensa (sí, entre ellos el del dinosaurio, así que nuevos nuevos tenéis doce cuentos para descubrir) que vamos a ver si me apetece hablar de todos y no pierdo fuerza por el camino.

El primero es de los mejores. Trata del espíritu empresarial e innovador de un hombre que descubre en la exportación de cabezas reducidas por el procedimiento de los jíbaros un negocio que subirá exponencialmente el PIB de la región del Amazonas, con las consecuencias que poco a poco vamos viendo venir.

El siguiente es algo regulero, una especie de radio en la que puedes quejarte de lo que quieras a quien quiera escucharte. Todo ventajas.

El tercero es bastante entretenido. Un organillero guatemalteco descubre las partituras de los movimientos de la Sinfonía inacabada de Schubert que no llegó a escribir. Un cuento muy bueno por el contenido, pero también por la forma, ya que no tiene ni un punto ni una coma desde el principio hasta el final gracias a los recursos del estilo indirecto y otras artes y que tanto se parece a los hilos del pensamiento humano. Muy bueno, insisto.

Le sigue el cuento de la mujer del presidente, que cree que su mejor virtud es la recitatoria y la pone en práctica en un evento para recaudar dinero para un buen fin. Bueno también.

El siguiente, El eclipse es corto y humorístico. Y me gustó mucho el final de fray Bartolomé, que iba de chulito ante los indígenas que pretendían sacrificarle en un altar.

Diógenes también es el que menos gracia me ha hecho. Están mezclados los tres protagonistas de esta historia que, por otra parte, tampoco me ha conseguido enganchar.

Después va el del dinosaurio y le sigue Leopoldo (sus trabajos) el cual es uno de los mejores de este pequeño tomito. Un escritor que nunca ha escrito nada pero tiene fama de escritor en su pensión, con sus amigos, su mujer se casó con él por su fama pero nunca ha visto nada de él publicado… Un escritor que va cada día a la biblioteca a documentarse para el cuento que va a enfrentar a un perro con un puerco espín. Vemos sus avances, sus mejoras, su síntesis final… Muy bueno, de verdad.

El concierto, El centenario, No quiero engañarlos y Vaca son correctos y también disfrutables, pero el broche de oro lo pone Obras completas. En él una eminencia literaria, Fombona, se reúne con discípulos en un café en el que divagan sobre tonterías de literatos hasta que descubre entre su séquito de admiradores a uno de ellos, Feijoo (no, este no es el amigo de un narco gallego presidente del PP) que destacará por su obra entre todos. Fombona lo acogerá en su seno y le brindará su especial atención.

Prosa sencilla, ridiculización de la sociedad, el academicismo, las instituciones y de la propia literatura de una forma hábil y obvia a la vez y una lectura inteligente y original que hizo ganarse el afecto de sus lectores.

Obras completas gustará a quienes gusten los cuentos con chicha, bien escritos y con buena trama. Y a quienes luego quieran fardar de haberlo leído, claro.

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