Sánchez, de Esther García Llovet

SánchezDe aquí a un tiempo he notado que he perdido bastante memoria. Es algo que me angustia un poco, ya que todavía no soy lo suficientemente viejo como para que se justifiquen mis continuos despistes y olvidos. Esta incómoda realidad la he visto aflorar en varias situaciones —cumpleaños de amigos y familiares no recordados, citas médicas perdidas, notas de exámenes que harían llorar a mi yo del pasado—, pero especialmente me ha fastidiado en lo que respecta a los libros. Y es que, si por algo me había caracterizado hasta no hace tanto es por ser capaz de retener una gran información de lo que leía. De hecho, para hacer una reseña como esta no tenía ni que hacer anotaciones en una libreta durante la lectura; era capaz de recoger en mi mollera todo lo necesario para poder opinar a posteriori acerca de una novela o de un ensayo.

Cuento esto porque al enterarme de que Esther García Llovet había publicado Sánchez, lo primero que hice fue intentar recordar de qué iba su anterior novela, Cómo dejar de escribir. Por desgracia, no encontré material suficiente en mi cabeza para generar una sinopsis detallada; apenas localicé unas reminiscencias sobre un joven que trataba de conocer a su padre recientemente fallecido mientras recorría Madrid. No obstante, a diferencia de otros casos sí que fui capaz de recuperar muchas de las sensaciones que me produjeron la lectura de ese relato: la profunda soledad del que vive rodeado de gente, la empatía con el protagonista al sentirse extraño frente a una multitud de tipos extravagantes y opacos, el estrés que produce una ciudad en la que todo transcurre de manera fugaz… En fin, es cierto que no recordaba demasiado lo que había leído dos años atrás, pero me moría de ganas por volver a sentir lo que ya me había provocado su autora.

Leí Sánchez en un suspiro y todavía tengo fresco el argumento: trata sobre una pareja —o algo parecido— que intenta localizar a un perro para vendérselo a una italiana que se dedica a las carreras de galgos. Y no hay mucho más que contar, porque, al igual que en la anterior novela, aquí lo de menos es lo que pasa. Lo que importa, lo que deja huella, son los ambientes en los que nos mete la autora, que chapotea como nadie por los puntos más lúgubres de la capital de España. Un Madrid de trileros y chabolas, de negocios turbios, personas inquietas, bolsillos vacíos y comida recalentada e hipercalórica; un Madrid de ladrones de cobre, de casas de apuesta voraces, de tragaperras trucadas, de falta de sueño y de barbitúricos. De prisa. De mucha prisa. Una mezcla abrasadora que, como dijo en su día Lorca cuando le preguntaron qué había sentido al ver Nueva York, produce geometría y angustia.

Con un estilo vivo y agobiante, que pulula entre lo real y lo que de ninguna forma podría serlo, la autora malagueña vuelve a dibujar la cara menos turística de la capital de España. Esa que dudo mucho que conozca algún día James Rhodes, gracias a dios. Porque también tiene que haber gente como él en el mundo para evadirnos de la tortuosa realidad que nos muestra Sánchez.

Seguramente en unos meses se me habrá olvidado por completo de qué narices iba este libro, pero veo mucho más difícil que anuncien un nuevo lanzamiento de García Llovet y no me vengan a la cabeza los motivos por los que tengo que leerlo. Y eso dice mucho de su trabajo. Al fin y al cabo, lo más importante de contar historias son las sensaciones que consigues crear en quien las lee.

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