Hace muy poquitos días organicé un coloquio teatral en una librería del centro de Madrid. Entre las diversas lecturas dramatizadas, brilló con especial intensidad la que dedicamos a Lorca y a esta mayúscula obra: Así que pasen cinco años. Es más, no solo brilló, unió a todos los participantes de un modo brujo, nos dejó con una sensación de auténtica conexión, tanta que electrizaba el vello. Puede que fuera lo anecdótico de cumplirse cien años desde que el poeta llegara por primera vez a la Residencia de Estudiantes de la capital, o puede, simplemente, que fuera por su talento. El caso es que tras su lectura se produjo un largo silencio que, solo por un momento, nos transportó a todos al genial sueño que Lorca imaginó para esta obra y del que regresamos maravillados, rompiendo en un fortísimo aplauso que hizo vibrar la librería. Lorca tiene ese hechizo.
Esta obra de teatro se incluye dentro de lo que se llamó como Teatro imposible, por su dificultad de representación o comprensión espectacular. La propia Margarita Xirgú, en declaraciones al poeta cuando leyó por primera vez el texto, le dijo que no entendía la obra, que sería muy difícil llevarla a escena. Y es que Lorca, en el momento que creó este texto, había puesto tanto de él mismo en ello, tanto, que se adelantó a su tiempo. Concebió una obra casi profética, un sueño que anticipaba un funesto desenlace. El título, Así que pasen cinco años resulta del todo llamativo. Así que pasen cinco años, ¿qué? se preguntaría la gente. ¿Qué tiene que pasar en cinco años? ¿Por qué esperar ese tiempo? ¿Para qué? Estoy seguro de que muchas preguntas de este tipo surgieron en su momento. Es normal, nadie salvo él, vete a saber cómo, supo ver más allá del momento presente en el que estaba escribiendo esta obra, quizás fruto de algún sueño que dejó por escrito.
La obra es autobiográfica. El surrealismo onírico que desprende el texto se pone de relieve en escena a través del personaje protagonista, el Joven —el propio Lorca— que conversa con las proyecciones de sus distintos yo, una suerte de identidades múltiples que cobran cuerpo y esencia en la figura del Viejo y los Amigos. Todos estos personajes tipo no son más que representantes de las máscaras que le ha tocado mostrar a Lorca en su vida real. El personaje del Joven se ha enamorado perdidamente de la Novia, pero a la que mantiene en espera hasta que pasen cinco años para demostrarle su amor. El dejar pasar el amor, el vivir a través de lo que se aplaza en el tiempo, que en realidad no es vivir sino dejar morir, es el leitmotiv de la obra. Así, cuando han pasado esos cinco años, el Joven quiere recuperar a la Novia, pero esta ya no está para él, por lo tanto, el Joven tiene que enamorarse accidentalmente de otra mujer distinta que tampoco le amará a él.
Hay dos cuadros, uno perteneciente al primer acto y el otro con el que se cierra la obra en el tercer y último acto, que me ponen la piel de gallina. El primero de esos cuadros que más destaco es el que protagonizan el Niño y el Gato/Gata. El Niño representa la paternidad frustrada de Lorca; el Gato/Gata la búsqueda de identidad sexual, la lucha en la que peleó toda su vida por defender su homosexualidad. La escena, triste, conmueve al más templado. En cuanto al último cuadro con el que se cierra la obra es de tal marcado nivel profético que asusta. Este cuadro lo van a poner en escena los Jugadores de cartas y el Joven. Los Jugadores son tres y representan las parcas, como en Macbeth, que juegan con el hilo de la vida y reparten las cartas que a cada uno le toca jugar. La tensión va aumentando a medida que los Jugadores acorralan al Joven con sus jugadas. La desesperación del protagonista, su deseo de vivir y no poder escapar de las cartas que hay sobre la mesa hace que el corazón se te salga por la boca. Ansías ayudarle, pero eres espectador, solo puedes observar lo que ocurre. El Joven no tiene una buena manga, puede perder la jugada. Uno de los tres Jugadores lleva un arma. Se acerca el momento de poner las cartas sobre la mesa […]. Telón.
Lorca definia así el teatro: «el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, grita y habla, llora y se desespera». Los personajes en el teatro de Lorca llevan máscara, sí, pero a la vez tienen huesos y sangre. Así que pasen cinco años está fechada en Granada, el 19 de agosto de 1931. Cinco años después, en 1936, Federico García Lorca fue vilmente asesinado. Por lo que sabemos hasta ahora, que es muy poco, fueron tres hombres —los tres Jugadores de cartas— quienes se llevaron a Lorca detenido y uno de ellos le disparó. Este es el poder de Lorca, el hechizo con el que nos embruja y del que hablaba al comienzo.
Una obra de teatro que se escapa de sus grandísimos dramas protagonizados por mujeres y que demuestra la capacidad y el talento inmenso que poseía el genial poeta. Cátedra, en una cuidada y correctísima edición de Margarita Ucelay, ofrece todo un amplio estudio del proceso de creación y un análisis de la obra y sus personajes que ayudan a comprender y acercarse aún más a uno de los textos teatrales menos conocidos y más originales de Federico García Lorca.
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