Una libertad luminosa

Reseña del libro “Una libertad luminosa”, de T.C. Boyle

Sobrecubierta

Las historias encajan en una compás de 3/4 como cualquier melodía comercial, ya sabes, presentación, nudo y desenlace. Pero las mentes inquietas y creativas como la T.C. Boyle nunca están satisfechas con estas armonías y buscan los ritmos rotos o exploran los límites del ruidismo. “Una libertad luminosa” es uno de esos libros que van acompañados de banda sonora, que en esta ocasión es de alto nivel con mucho jazz como Maynard Ferguson. Incluso antes de entrar en la primera parte del libro, dedicada a los experimentos de Hoffmann con el ácido lisérgico, la frase cabecera está extraída de la canción de los Beatles: Tomorrow Never Knows, psicodelia que invita a relajarse, rendirse y dejarse llevar, porque “it is not dying”, esto no es morir.


Los personajes son un grupo de científicos de Harvard y sus esposas, que quieren explorar los efectos psicoactivos de sustancias como el LSD-25, fórmula que no había cumplido las expectativas farmacológicas relacionadas curiosamente con evitar el sangrado tras el parto. Su objetivo es desarrollar experimentos psicológicos que desde fuera son vistos como fiestas con droga, música y sexo poco normativo, todos buscando la luz. Mentes analíticas de laboratorio, agnósticas, deseando alcanzar una comunión mística cuando el ácido abra las puertas de su percepción. “La Luz, todo giraba alrededor de eso. Después de la primera sesión, Tim le había preguntado si vio la Luz. Pero, por supuesto, no la había visto, porque la Luz no existía, al igual que no existía Dios” (p.106).
Ahora que la motivación de los personajes que les lleva a abandonar sus burguesas vidas regidas por la inercia académica e intelectual, es alcanzar un estadio superior de libertad, “una libertad luminosa” que no está “ahí fuera” sino en las profundidades de los laberintos interiores. La droga o sacramento -como llegan a llamarlo- es una ventana hasta la “cosa en sí”, el Ding an sich de Kant, alejado de las alteraciones y perversiones de lo material, es decir, un viaje alucinado y alucinante al mundo abstracto, al mundo espiritual. “Esto es lo que hace la droga (…) barre los jueguecitos, los roles y las mierdas que la sociedad te ha impuesto como una marca; hace tabula rasa y te permite partir de cero” (p.78).


Independientemente de tu relación con las drogas o del juicio que tengas respecto a ellas, leer “Una libertad luminosa” donde T.C Boyle relata de manera virtuosa la experiencia psicodélica, va a hacer que te cuestiones tu noción de lo que es real y lo que no lo es. Te preguntarás el sentido de tu vida y las fuerzas absurdas que a menudo mueven tus relaciones afectivas. Cerrarás el libro deseando abrazarte a un objeto lo más mundano posible, yo que sé, el palo de la escoba, para no salir flotando entre líneas y recuperar el maravilloso tedio existencial que no borra el camino y que te permite cada día dar un paso detrás de otro. 


O quizá no. Estás en peligro. Puede que veas derrumbarse el edificio de telarañas construido a tu alrededor y te lances a tierras lejanas en búsqueda de alguno de los dioses prometidos, de relaciones sexuales profundas y placenteras o de esa comunidad de “paz y amor” donde la conciencia grupal es el leit motiv de cada individuo. En “Una libertad luminosa” pasan un verano en México que te recomiendo que leas y un invierno en un “casoplón”, la Alte Haus, perdido en Nueva York, que transita al humor y el drama como si no hubiera término medio. Aunque atención: “Tim llega al extremo de afirmar que todas las religiones derivan de visiones farmacológicamente asistidas, ya sea a partir del cornezuelo, del peyote o de hongos psicoactivos” (p.106), así que puede que cierres el libro con una nueva fe.


Pero la cuestión es que no todos los seres humanos partimos del mismo lugar, así que puede que dependiendo de la edad, como a los adolescentes de la historia, o del equilibrio cognitivo y emocional del que partas, o de lo cerca que tengas un lago en una noche sin luna, lo que crees que podría ser una experiencia “religiosa” puede terminar en tragedia. Si quieres saber hasta dónde llega esta comunidad, entre fiestas e iniciaciones experimentales, tendrás que leer hasta la última línea: “No tenía trabajo. No tenía apartamento. Lo que sí tenía era aquello, la noche tropical que burbujeaba, y donde resonaban cosas ocultas, mágicas, ranas, cigarras, monos y la eterna y dulce risa del grupo” (p.185).

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