La naranja mecánica

La naranja mecánica, de Anthony Burgess

naranja mecanica– ¿Y ahora qué pasa, eh?

Mis queridos drugos, o debería decir muchachos, o quizá compañeros de fatigas, pero en cualquier caso seguro que entendéis la palabra si conocéis esta historia de ultraviolencia, de crítica al conductismo más feroz que barrió el mundo de la psicología hace ya unos años. Una historia sobre la política y sobre un futuro que, en aquellos años, era incierto, pero que dio en la diana, clavo su aguijón en el mismo centro, enseñándonos una vez más que la literatura es una visionaria, al más puro estilo Cassandra y la Guerra de Troya. ¿Vivimos en una sociedad peligrosa? ¿Somos conscientes de que nos estamos convirtiendo, a pasos de gigante, en aquellos málchicos que proclamaban violencia por la violencia? Y lo que es más importante, ¿por qué, al leer “La naranja mecánica” uno se queda con el regusto de haber vivido estas situaciones en algún momento de su vida? Veamos cómo sigue la reseña, druguitos míos, porque como Alex, éste vuestro Narrador, sólo puede pensar que sólo quiere que le dejen en paz, y aun así no lo consigue.

– ¿Y ahora qué pasa, eh?

Lo que sucede es que os encontraréis ante una historia única y brillante donde ser violento no es un error, sino simplemente una obligación.

 

El nombre de Anthony Burgess siempre se verá asociado a “La naranja mecánica”. Y es que uno, siendo lector, se sorprende al encontrar este tipo de clásicos por los que no pasan los años. Durante mucho tiempo me he resistido a leer este libro. ¿Qué por qué? Por el simple hecho del recuerdo de su adaptación al cine. Esa película supuso para mí un golpe en la cabeza como pocos, cuando contaba con pocos años en mi haber. Y me sentía reticente a hacerme con el libro por darme cuenta que la película no le hacía justicia. Qué tontería, ¿verdad?. Si tuviera que decir algo sobre lo que he sentido al leer

cartel naranja
Cartel de la adaptación de Stanley Kubrick

cada una de las páginas que contiene este libro sólo podría definirlo de una manera: estupor. Son pocos los libros que te recorren por dentro y te hacen pensar más de la cuenta en la realidad que estás viviendo. Y mucho menos son los clásicos que, como si invirtieran el tiempo, te hacen darte cuenta de que las cosas han cambiado, temiéndote que a peor. ¿Ultraviolencia en las calles? La observamos todos los días. ¿Manejos políticos de los medios de comunicación? Presentes hoy en día en ciertos sectores. ¿Juventud que el único deseo que tiene es preocuparse por uno mismo? Perdonadme el negativismo, pero caemos en un pozo sin fondo. ¿Por qué, entonces, si tanta visión negativa implica “La naranja mecánica” deberíamos leerlo? Porque, paradójicamente, es un libro brillante y divertido, es un libro lleno de momentos que pasarán a la historia, personificados en un Alex violento, en un Alex defenestrado socialmente, y en un Alex recuperado. ¿La moraleja? Que al final del cuento, es posible una reconversión. Que, en definitiva, hay una pequeña luz al final del túnel.

Anthony Burgess será reconocido siempre por esta obra que sacudió los cimientos de lo que se conocía por aquel entonces. Sin embargo, según su biografía, desempeñó una gran labor de educador en su vida. ¿Resulta curioso? Nada más lejos. Sólo una persona que conoce perfectamente cuál es el intrincado camino de la educación, podría haber escrito y descrito con tanto detalle una visión tan amarga de lo que es la adolescencia en un mundo donde los valores no existen, donde los vigilantes no son vigilados, y donde la violencia, gran protagonista en esta fábula con seres humanos, sirve de nexo de unión para ejemplificar que estar perdido es una consecuencia que todos vivimos en algún momento de nuestra vida.

Por eso, queridos drugos, queridas débochcas, queridos málchicos, caminen junto a Alex por su vida, por su adolescencia, para descubrir que en un mundo violento, no hacen falta aleteos de mariposa para que se den tsunamis, porque somos nosotros precisamente esas grandes olas que arrasan todo lo que encuentran a su paso.

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