Nada

Nada, de Janne Teller

nadaLo complicado de las novelas es que, con palabras muy sencillas, nos hagan una radiografía perfecta de lo que sucede en el mundo. Eso es lo que, en numerosas ocasiones, buscamos los lectores que, llamados por algún tipo de recomendación o de crítica que leemos en algún medio de comunicación, nos acercamos a un libro como si él tuviera las respuestas a todas esas preguntas que nos hemos hecho alguna vez. En realidad, uno de los problemas que acareemos a lo largo de nuestra vida no es otro que el de intentar acumular sensaciones, ir aumentando el nivel de emotividad, el nivel de posesión de cualquier objeto material que, más adelante, servirá de poco o de nada, pero que aun así conservamos porque, total, es nuestro, somos sus dueños, los amos y señores del calabozo. Un calabozo, en cualquier caso, más cercano a un enfermo de Diógenes que al de una persona en su sano juicio. ¿Por qué esa obsesión por acumular, por querer tenerlo todo, por extender nuestra huella en todos los objetos que se cruzan en nuestro camino? Nada ejemplifica a la perfección ese sentimiento de creer en todo y nada a la vez que tanto atenaza a la sociedad de hoy en día. Pequeños puntos que, vistos desde la distancia, no se diferencian mucho de los insectos que matamos día sí, día también. Es así, y aunque duela decirlo – o escribirlo – nadie parece dispuesto a ponerle remedio.

La primera vez que oí hablar de Nada fue por pura casualidad. Yo iba en el metro y una chica iba hablando con otra amiga del libro que estaba leyendo, que era éste y lo ensalzaba diciendo que a pesar de lo corto que es, a mí me ha dejado muda. No suelo atender demasiado a las conversaciones ajenas pero en esta ocasión lo hice y, esa misma tarde, cogí el libro, lo llevé a casa, y lo devoré de una sentada. Aun a día de hoy sigue en mi memoria, como un poso de café que no se ha lavado con demasiado ahínco. Janne Teller era una desconocida, por aquel entonces, y ahora se convierte en una de esas escritoras que, con sólo dos libros en su haber – o al menos traducidos, que yo sepa – ha conseguido declarar a los cuatro vientos las miserias que encerramos los seres humanos y que nos negamos a nosotros mismos porque, de reconocerlas, caeríamos en la sinceridad absoluta y eso está penado con el ostracismo más puro en esta sociedad de mentiras y dobles sentidos. La historia de un grupo de chicos que intentan enseñar a otro lo que es realmente importante, acabando con su inocencia y llevando hasta el extremo – un extremo que puede parecer horrible, pero que es la consecuencia lógica de todo lo vivido anteriormente – los resultados de un mensaje que ni ellos mismos se creen. Ahí está de nuevo, la negación, el estar ciegos ante el propio miedo, sintiendo como ataque una verdad demasiado obvia: que no sabemos quiénes somos ni por qué hacemos lo que hacemos muchas veces.

Nada es breve, casi diría que muy breve, pero las palabras están escogidas con la precisión de un bisturí que rasga la carne y la deja al descubierto. No sé de las razones por las que Janne Teller escribió esta historia. En su momento, cuando leí este libro, no investigué para nada, sólo quería tener mi propia visión de una historia que me había llegado demasiado dentro, casi diría que se convirtió en una pequeña herida que, hoy por hoy, sigue supurando en algún instante, recordándome hasta dónde puede llegar el ser humano por sus convicciones, por negar la realidad, por encontrarse dentro de una especie de ceguera absoluta donde ni siquiera lo más obvio es digno de mención, sólo queda el mirar para otro lado, el no enfrentarse a las propias ideas, a aquello que creíamos cierto, pero que no lo es, porque en el fondo estábamos equivocados desde el principio, desde que el mundo es mundo, desde que tú, yo, o cualquiera que esté leyendo esta reseña, se convierta en alguien capaz de desintegrarse a sí mismo, y acumular, de nuevo, recuerdos y objetos para sentirse anclado a este maldito mundo.

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